Mia Saviano sabe lo quiere desde que era una niña, ser la Capo de la Camorra y no dejará que nada intervenga en su camino, menos el hombre que es su enemigo número uno y al cual deberá matar eventualmente.
Leo Saviano quiere ser presidente de los EEUU y no dejará que ningún escándalo arruine su oportunidad.
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Compromiso
Leo
Distraigo a Gabby lo mejor que puedo hasta que llegamos a mi departamento frente al Central Park.
En cuánto subimos, palidece.
–¿Qué demonios hacen mis cosas aquí? –pregunta mientras su mentón tiembla.
Creo que es la primera vez que la veo tan descompuesta desde la muerte de su papá.
–Esta mañana ordené que mudaran todas tus pertenencias a mi departamento. Te lo dije, Gabby, no puedo perderte y no puedo confiar en ti, no cuando se trata de tu madre –digo con la ira quemando en mi garganta mientras veo esos horribles dedos marcados en su cuello–. Esto es lo mejor para ambos.
–Lo mejor –repite mientras niega con su cabeza–. Esto es abuso de confianza.
–Sí, pero no puedo perderte.
–¿Y por eso quieres casarte conmigo? –pregunta mientras se cruza de brazos.
–Tengo que casarme si quiero ser presidente. Estabas conmigo, escuchaste lo que me estaban pidiendo –improviso sobre la marcha–. Veré cómo lo resuelvo, pero por ahora podemos seguirles el juego.
–La boda es en dos meses y las elecciones son en un año. Algo no cuadra bien en tu cabeza, Leo –devuelve disgustada mientras se deja caer en el enorme sofá de cuero blanco.
Me arrodillo frente a ella y tomo su pequeña mano, que está heladísima, y la obligo a que me mire.
–Lo solucionaré –miento.
La verdad es que no sé cómo salir de este aprieto y tampoco sé si quiero. Desde que dije en voz alta que me casaría con Gabby, mi mejor amiga, un enorme peso que tenía sobre mis hombros desapareció, y ese dolor en mi pecho también lo hizo.
–No voy a casarme contigo –susurra–. No podemos engañar a tanta gente.
–¿Sería tan malo para ti estar atrapada conmigo? –pregunto sin poder evitar que el dolor se filtre en mis palabras.
Sus ojos se llenan de lágrimas, pero cierra los ojos y niega con la cabeza.
–Amo estar contigo, Leo, pero no podemos hacer esto. La mujer de tu vida puede estar a la vuelta de la esquina, y no podrás hacer ningún movimiento para conquistarla porque todos los ojos de la nación estarán sobre ti.
–No hay ninguna mujer para mí ahí afuera.
–¡No lo sabes! Y lo mismo va para mí. ¿Qué pasa si estamos casados y me tropiezo con el hombre de mis sueños? –Niego con la cabeza. Eso es imposible. Gabby no puede pertenecerle a otro–. ¿No crees que es mucho a lo que renunciaríamos?
–Dame dos meses –insisto.
–Eso es una vil mentira y lo sabes. Si mañana envías a la prensa la noticia de nuestro compromiso estaremos atrapados en esto de por vida.
–Las parejas rompen sus compromisos todo el tiempo –contradigo.
–Sí, pero no el futuro presidente de los Estados Unidos. Ellos no te dejarán romper nuestro compromiso.
Mi cabeza corre a toda velocidad buscando una solución para ambos, pero desisto. No hay ninguna. Lo único que me queda es aprovechar esta oportunidad.
–Tenemos que hacer esto –declaro. Gabby comienza a temblar. Me apresuro a sentarme a su lado y la abrazo para darle calor–. Si no gano, nos divorciamos a los tres meses.
–¿Y si ganas? –pregunta en un susurro apenas audible.
–Si gano nos divorciamos cuando termine mi gobierno. Te pagaré lo que quieras. Te compraré todo lo que necesites y más. Mierda, incluso permitiría que fueras a ver a tu mamá con guardias de seguridad todas las veces que quieras.
Sus ojos se abren dos veces su tamaño.
–¿Todas las veces que quiera? –pregunta interesada.
–Solo si vas conmigo o con guardias.
–¿De verdad me darías lo que quisiera?
–Por más de cuatro años de tu vida, sí –respondo de inmediato, sin añadir que si gano iré por la reelección.
–En Washington hay un centro psiquiátrico que está experimentado con drogas nuevas . Leí que es uno de los mejores del mundo –Mira su mano envuelta en la mía–. Yo no puedo costearlo. La mensualidad vale lo que gano al año. Sé que estoy pidiendo mucho, y sé que quizá no haga una gran diferencia, pero…
–Si eso es lo que quieres, es tuyo –declaro–. Te daría la maldita luna si me la pidieras en este momento, Gabriela James. ¿Eso es todo lo que quieres?
Me mira por largos segundos y luego suspira.
–Al menos es el único de mis deseos que puedes cumplir –susurra.
Sonrío. –Entonces, haremos esto, ¿verdad?
–Lo haremos –devuelve y no puedo evitar levantarla del sillón en un abrazo.
Creo que pocas veces en la vida me he sentido así de feliz. No es una declaración de amor, pero al menos es algo.
De pronto me golpea la realidad de que esta mujer vivirá conmigo cada uno de mis días por los próximos años. Si gano la elección podré aprovecharme de esta situación y conquistarla hasta que entienda que debemos estar juntos. Nos pertenecemos el uno al otro, siempre ha sido así.
No dejaré que el miedo de perder nuestra amistad se interponga entre nosotros.
Gabriela James será mi esposa.
Mi esposa.
Mía.
Y pienso hacer de este matrimonio arreglado un matrimonio de verdad.
Hoy más que nunca sé que debo ganar esa elección cueste lo que cueste. No importa el precio porque la ganancia que obtendré de esto será mi felicidad.
Debo empezar mi plan esta misma noche.
La dejo en el suelo y la miro con una sonrisa tímida.
–Mi familia no puede enterarse de que este compromiso es falso. Mamá no lo soportaría. Tú sabes que su corazón es débil. Casi la perdimos cuando yo nací –le explico cuidadosamente–. No puedo arriesgarme a lastimarla.
Asiente. –Tendremos que actuar frente a todo el mundo. Imagino que actuar frente a tu familia no será un problema.
–Sabía que lo entenderías. Desde mañana seremos la pareja enamorada que vende portadas de revistas. Nada puede salir mal.
–Nada lo hará –me asegura–. Si mamá va a estar en el centro en Washington gracias a ti, te juro que haré todo lo que necesites. Cualquier cosa, cuenta conmigo.
Sonrío. Es todo lo que necesitaba escuchar de sus labios.