ANGEL + DEMON

—Bienvenida a casa, Lucero... —Murmuró el Dios, aunque fue audible para la serafín que se mantuvo en shock.

Luna simplemente no tenía palabras que decir. Había sido dificil asimilar la muerte de su amiga, incluso varios años después de su muerte aún la presenciaba en sus pesadillas. Ahora Lucero se encontraba delante de ella como la reina de los demonios, con rostro sereno y a la vez soberbio, el cuál nunca se centró en la serafín.

—Mis disculpas por la tardanza. —Pronunció la Diablesa con una sonrisa ladina mientras tomaba su larga trenza pelirroja y lo llevaba tras la espalda. —Es un poco complicado controlar mis nuevas alas.

Ese comentario, más que decir parecía tener una doble intención, una que iban dirigidas al Dios y a la serafín.

—Bien, acabemos esto de una vez. —Exclamó Luxem para silenciar los murmullos de los expectadores. Posteriormente le ordenó al serafín encargado de escribir que anotara su veredicto. —Ugh... Solo sé que el papeleo después de esto será una molestia.

—Creo que en eso estamos de acuerdo. —Concordó la Diablesa, rodando los ojos.

Las dos autoridades imaginaban el provenir de las exageradas montañas de papeleo que desafiarían la gravedad, en ellos se plasmarían las extensas reglas y normas renovadas que involucraban ese pacto de paz.

—¡Muy bien; Yo, Luxem, Dios creador de la luz y protector de este mundo, convoco a un pacto de paz con los demonios del Inframundo! —Mencionó el más alto alzando la voz para que todo ser vivo presente escuchara. —¡Todo con el objetivo de culminar esta guerra que solo nos ha traído desgracias y pérdidas! ¡A partir de ahora, ambas razas vivirán en armonía!

Los ángeles permanecían mudos, era inquietante escuchar el veredicto junto a la presencia de sus nuevos aliados. Todos enfocaron la mirada en la Diablesa, quien decidió hablar también para hacer oficial el decreto.

—¡Ahora yo, a la que llaman Zero, Reina de los Inframundos aceptó este tratado de paz y lo ejecuto a partir de hoy! —Pronunció la antigua ángel. —¡A partir de ahora cualquier insulto o ataque hacia nosotros será penado, por lo que pueden estar tranquilos de relacionarse unos con otros!

Luna se grabó en su mente la voz firme de la Diablesa mientras vigilaba a los demonios detrás de ella, a su vista los cuatro seguían siendo igual de salvajes y asquerosos ¿Cómo se suponía que se relacionaría con ellos? ¡Jamás! Sin contar que ninguno de los demonios puso atención ante las importantes palabras de las Deidades, solamente se burlaban y mantenían un desorden.

—¡Con todo esto dicho, queda pautada la paz entre ángeles y demonios!

Luxem le tendió su mano a Lucero, y para sorpresa de muchos ella la estrechó al instante. En este espacio debían escucharse los aplausos, pues significaba que ya no habría guerra o sangre... pero todos estaban tan confundidos que no sabían como reaccionar.

Luna cayó al borde del colapso mental, tenía la esperanza de que Dios traicionara a los demonios como pensaba que haría. Sin embargo, al parecer el tratado iba en serio. Esas escorias pecadoras no serían sus presas, ni serían eliminados al pisar sus tierras de luz... ¿Cómo Luna se encargaría de prevalecer la perfección si no podía ir contra los demonios?

Ahora la vida de un demonio tenía el mismo valor que la de un ángel.

—Luna, ¿Estás bien? —Preguntó su amigo Ludovico, asustado de ver el rostro pálido de la serafín. —¿Te sientes mal?

Luna esquivó el contacto de su compañero, empuñó su espada y se fue con la mente cegada por la crisis y el pánico que crecía en su alma. La serafín no permitiría aquella burla ante su moral, no sabía que hacer con su vida.

Perdió tantos años de su vida entrenando, sirviendo, sacrificando el tiempo que pudo divertirse en vez de trabajar, sacrificando a los seres que más amaba... ¿Para qué? ¡Para acabar en un tratado de paz con personas que ni siquiera la conocían!

La rabia la envenenó y la condujo a los caminos del oscuro inframundo con un único objetivo: destruirlo todo. No pensaba con claridad, sus sentimientos se habían apoderado de su cuerpo y este solo quería desahogar la ira acabando cada cosa que se le atravesara por el camino.

Luna Atravesaba los frondosos caminos del penumbrante inframundo, deseando que todo fuera una pesadilla, un fiasco, ¡Qué todo fuese una jodida mentira!

Miraba el inframundo y se preguntaba... ¿Qué había de hermoso en el? ¡Absolutamente nada! Solo sucia oscuridad, animales apestosos con aromas nauseabundos y un bosque en el que moría la flor más hermosa. Nada era perfecto aquí.

Tanta era la rabia con la que Luna caminaba por el bosque infernal, cortando y matando todo ser vivo que se le atravesara que no notó la presencia de una trampa mortal en el suelo, hasta que la pisó.

Luna pegó un gritó al sentir las agujas que se incrustaban en su pierna, de inmediato cayó al suelo barroso soltando su espada a una distancia considerable y ensuciando su armadura blanca. Las lágrimas de impotencia que ella se aguantó pudieron salir, pero esta vez del dolor.

A medida que su cuerpo se enfriaba el dolor punzante en su pierna atrapada aumentaba, fue atravesada en su totalidad por una trampa con miles de dientes hechos con hierro oxidado. La sangre salía desenfrenadamente de su herida y no tenía idea de cómo detenerla, sin contar que el óxido del hierro junto al contacto con el sucio barro y los insectos que pronto se acercaron a la herida, podían provocarle una infección.

Luna comenzó a gritar por ayuda. Sin embargo, tenía miedo de llamar la atención debido a que podía acercar a algún animal salvaje que pudiese lastimarla... o de un demonio. Decidió esperar a que alguien la buscara, tarde o temprano debían notar su ausencia.

Pasaron varias horas... horas que fueron útiles para hacerla reflexionar.

¿En qué pensaba? Era tan estúpida por venir a este lugar a querer desahogar su frustración. Ahora el karma había actuado, y la puso en esa situación. Pasaron varias horas, muchísimas, bastantes horas, el bosque fue abrigado por la noche, y nadie llegó a buscarla...

Lágrimas silenciosas comenzaron a resbalarse por sus mejillas, no era capaz de conseguir la calma. Al saber que nadie vendría por ella intentó liberarse por sí misma de la trampa, pero cada vez que movía la pierna el dolor incrementaba, y temía romper algún tendón o nervio que empeoraría la cosa, podía hasta perder su pierna.

Transcurrieron muchas horas más con frío, hambre, dolor y soledad... Luna vió pasar dos días en los que ella seguía ahí, en el inframundo cubierta de barro y mugre. Su cabello rubio estaba sucio y enmarañado, sus alas perdían plumas por la deshidratación y se encontraba débil por la pérdida de sangre.

Iba a morir.

Luna se resignó a que eso sería así. Pudo vivir más de haber sido tan imprudente, todo por no aceptar los acontecimientos que escapaban de sus manos, todo por no aceptar la culpa...¿De verdad nadie había salido a buscarla? ¿Nadie se había preocupado por ella? ¿Tan poco importante era para sus amigos, para su Dios...?

¿No la extrañaban?

Lo más doloroso, era que Luna si los extrañaba. Eran su familia, su única familia... Y ella los trató de lo peor. Se arrepentía de tantas cosas. Sin embargo, arrepentirse ya no tenía sentido, ni valor, iba a morir ahí. Lo más seguro sería por la pérdida de sangre, por inanición, o simplemente vendría un animal salvaje a devorar su cuerpo mientras dormía.

Las lágrimas nunca dejaron de salir, aunque Luna quería parar de llorar y conservar la poca agua que mantenía su cuerpo, los pensamientos intrusivos de culpa no la ayudaban. Sólo paraba cuando sentía sus párpados cansados y dormía. Pero esa vez, Luna cerró sus ojos esperando a dormir... y no despertar jamás.

Su cuerpo estaba tan débil y cansado, que ni siquiera notó cuando alguien se acercó a ella, luego la liberó de la trampa y la cargó delicadamente entre sus brazos...