🌆 Cuando el orden choca con el caos, todo puede pasar.
Lucía, 23 años, llega a la ciudad buscando independencia y estabilidad. Su vida es una agenda perfectamente organizada… hasta que se muda a un piso compartido con tres compañeros que pondrán su paciencia —y sus planes— a prueba.
Diego, 25, su opuesto absoluto: creativo, relajado, sin un rumbo claro, pero con un encanto desordenado que desconcierta a Lucía más de lo que quisiera admitir.
Carla, la amiga que la convenció de mudarse, intenta mediar entre ellos… aunque muchas veces termina enredándolo todo aún más.
Y Javi, gamer y streamer a tiempo completo, aporta risas, caos y discusiones nocturnas por el WiFi.
Entre rutinas rotas, guitarras desafinadas, sarcasmo y atracciones inesperadas, esta convivencia se convierte en algo mucho más que un simple reparto de gastos.
✨ Una historia fresca, divertida y cercana sobre lo difícil —y emocionante— que puede ser compartir techo, espacio… y un pedacito de vida.
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Capítulo 13 – Sin escapatoria
La tormenta continuaba afuera, pero dentro del piso el silencio era casi sagrado.
Lucía había intentado dormir después del episodio en el salón, pero las imágenes volvían una y otra vez: el casi-beso, la voz de Diego diciéndole “dime que no lo haga”, el calor insoportable de estar tan cerca.
Se revolvió en la cama durante minutos que parecieron horas, hasta que se rindió. Se levantó, sin pensarlo demasiado, y salió en busca de otro vaso de agua, esperando que el simple ritual calmara su cabeza.
No esperaba encontrar allí a Diego.
Estaba sentado en la encimera, con el móvil en una mano y el pelo despeinado, como si tampoco hubiera conseguido dormir ni un minuto. La tenue luz de la cocina lo bañaba en sombras suaves, y por un segundo, Lucía sintió que estaba viendo a alguien distinto: sin la máscara del chiste fácil, sin la coraza de siempre.
—¿Otra vez tú? —dijo ella, intentando sonar indiferente.
—No podía dormir. —Él levantó la mirada, y sus ojos la atraparon en el acto—. ¿Y tú?
Lucía bajó la vista, jugueteando con el vaso entre las manos.
—Lo mismo.
El ambiente estaba cargado, distinto. Como si la tormenta de fuera se hubiera colado dentro del piso y ahora latiera entre ellos.
Diego bajó de la encimera con un salto suave y se acercó a ella, paso a paso, como si temiera que huyera.
—Lucía… —su voz era baja, seria, desprovista de todo sarcasmo—. No puedo seguir haciendo como que esto no pasa.
—¿Esto? —preguntó ella, aunque sabía perfectamente a qué se refería.
—Lo que sea que está entre nosotros. —Se detuvo frente a ella, tan cerca que podía oler el jabón en su piel mezclado con el olor a café del piso—. Llévame la contraria si quieres. Dime que me lo estoy inventando.
Lucía lo miró a los ojos, temblando. Podría haber dicho cualquier cosa, una excusa, una broma, un rechazo. Pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta.
—No puedo.
Fue todo lo que él necesitó.
Diego inclinó la cabeza, despacio, dándole espacio para apartarse. Pero ella no lo hizo. No podía. Y entonces, finalmente, sus labios se encontraron.
Al principio fue torpe, como si los dos dudaran en cruzar una línea que habían evitado durante semanas. Pero enseguida la contención explotó en un beso intenso, cargado de todo lo que habían callado: la tensión acumulada, las miradas, los silencios, las casi-confesiones.
Lucía dejó caer el vaso de agua sobre la mesa sin importarle nada más. Sus manos se aferraron a la camiseta de Diego, atrayéndolo hacia sí con una urgencia que la asustaba y la liberaba a la vez.
Él la sostuvo por la cintura, acercándola con fuerza contra él, como si temiera que desapareciera si la soltaba.
Cuando se separaron apenas un instante, jadeando, Lucía lo miró con los ojos muy abiertos.
—Esto es una locura.
Diego sonrió, con esa sonrisa ladeada que esta vez no era burla, sino vulnerabilidad.
—Sí. Y no pienso detenerme.
Lucía volvió a besarlo, más segura esta vez, como si hubiera dejado de luchar contra sí misma. Afuera, la tormenta seguía rugiendo, pero dentro de la cocina todo quedó en silencio, reducido al latido compartido de sus corazones.
Por primera vez desde que se conocieron, no había escape posible.
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