Cuando Marion se muda al complejo de departamentos de su familia, se encuentra con su vecino, el playboy Adrián, quien constantemente necesita su ayuda para alejar a sus conquistas de una noche. A medida que su vecindad se desarrolla, la tensión sexual entre ellos aumenta y el juego de ayudar a Adrián se vuelve cada vez más complicado y emocionante. Aunque Marion está decidida a independizarse y enfocarse en su carrera como contadora y en sus pasantías en la empresa de su padre, se descubre a sí misma cada vez más atraída hacia Adrián, y la línea entre la amistad y algo más comienza a difuminarse. Hay mucho en juego para ambos y puede que estén a punto de descubrir que la conexión entre ellos va más allá de la simple vecindad, pero ¿serán capaces de manejar las consecuencias de sus acciones? Sigue a Marion y Adrián en esta emocionante historia llena de romance, risas y intrigas.
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promesa rota
La tarde me la pase entre documentos, hojas de cálculo y recibos de sueldo. El trabajo acumulado era bastante. Terminamos cerca de las ocho de la noche y la verdad que estoy tan cansada que solo deseo llegar a mi departamento y dormir en mi suave cama.
Salgo de la oficina arrastrando los pies por el lobby del edificio, mi supervisora me saluda cálidamente y la veo montarse en el coche de su marido. Mi padre hace más de dos horas que no está en la oficina.
Camino y con la idea de detener un taxi llego a la vereda. Me monto en uno y le doy la dirección del bar de mi gigolo. Estoy cansada, pero deseo ver como se desempeña como administrativo de ese local. La idea me calienta.
Llego al local, pago la entrada como una más y me acerco a la barra le pido al cantinero una copa. Mientras espero mi trago me coloco de espaldas a la barra para barrer con la mirada el local repleto de gente.
La música que suena es sensual, hay gente bebiendo, otros conversan, y muchos bailan. Miro hacia arriba y me percato que hay un área vip. El mesero toca sutilmente mi hombro para indicarme que mi bebida ya está servida. Volteo y tomo la copa, le doy un sorbo y le pregunto al cantinero como accedo al área vip.
—Debe pagar una membrecía o hablar con algunos de los dueños —dice y sonrió. Por ahora me quedare aqui y veré que pasa mi alrededor.
Vuelvo mi mirada al frente y ahí está mi gigolo, pero mi sonrisa se apaga cuando la chica que tiene entre los brazos lo besa de una manera que deja en evidencia sus deseos.
No me muevo, clavo la mirada en ellos, y miro como danzan como si nada pasara a su alrededor. Termino mi trago y decido que ya tuve suficiente. Me levanto para salir de este lugar, creo que no fue buena idea venir.
Lo malo de todo esto, es que para salir del local tengo que pasar por donde esta ese maldito mujeriego que no puede mantener su promesa de exclusividad.
Que tonta que fui al creer que sería especial para el cuándo solo sería una más de su lista.
Rodeo a toda la gente para salir del local, y salgo afuera. El aire fresco choca en mi rostro, respiro hondo y le pido al grandulón de seguridad que me llame un taxi. Mientras espero a que llegue miro a los lados y aparcado en la acera está el auto de mi vecino, aprieto los dientes.
Llega mi taxi y casi corriendo, huyendo más bien me acerco al taxi. Abro la puerta y volteo para encontrarme con la mirada casi perdida de mi vecino que tiene entre sus brazos a la chica con la que bailaba. Termino de subir al taxi apretando los dientes. No sé si me reconoció, pero espero que lo haya hecho para que sepa que de mí no obtendrá más nada.
Llego a mi departamento, le pago el servicio al taxista y bajo. Busco las llaves de mi departamento en mi bolso, mi vista esta nublada por las lágrimas, me siento traicionada.
Se que no tenemos nada ero odio que me usen. Se que la atracción está, pero si sabía que no podía mantener la polla quieta porque me promete algo que no cumplirá, me enfado conmigo misma por haberle creído como una estúpida.
Cansada de revolver mi bolso y no dar con la maldita llave, vacío el contenido en el suelo para encontrarla y volver a colocar todo dentro. Las manos me tiemblan y no consigo dar con la cerradura.
Se escucha un chirrido y miro hacia la calle para ver como el estúpido mentiroso estaciona mal su cache y sale del interior con el cabello revuelto, labial en su rostro y cara de culpable. Se acerca a mí a pasos agigantados y estando a un paso de mi se tira al piso pidiendo perdón.
Abro la puerta de mi departamento y la sierro inmediatamente. Me apoyo en la madera y arrastro mi cuerpo hasta el suelo. Así me quedo por un momento, escuchando como mi vecino golpea mi puerta y pide a gritos que lo perdone.
Mas cansada que nunca, limpio mis mejillas, me levanto del suelo y le abro la puerta a mi realidad.
—¡Perdóname por favor, soy un estúpido! —pide de rodillas. Lo miro seria.
—No tengo nada que perdonarte, tú y yo no tenemos nada, solo es sexo o ya lo olvidaste —mi voz sale tan segura que asusta. Él se queda callado, solo me mira.
—¿Marion? —pregunta como si no me reconociera.
—Estoy cansada, mañana hablamos —espeto y trato de cerrar la puerta.
—¿Puedo dormir contigo? —pregunta como cachorro mojado. Bufo, pero como la estúpida que soy me hago a un lado y lo dejo pasar.
Sierro y me voy a mi cuarto, me meto al baño para ducharme. Él se mete conmigo, pero estoy enfadada.
—En este momento si me llegas a tocar te parto la cara —murmuro apretando los dientes.
—Lo sé, solo deseo darme un baño y descansar junto a mi princesa —ruedo los ojos y salgo de la ducha.
Me acuesto luego de secar mi cuerpo y colocarme un camisón tipo abuelita de convento. El calor que tengo con esto es sofocante pero no quiero que piense que luego de lo que paso puede venir a cogerme a su antojo. Él se acuesta a mi lado.
—Deveras, lo siento —murmura.
—Duérmete, Adrián —digo y cierro los ojos.
A duras penas consigo dormirme. A la mañana al despertar me percato de que la mano de mi vecino rodea mi cintura y como el camisón de nona ochentera me asfixia estoy toda sudada.
Trato de zafarme de su agarre, pero como todavía en mi mente sigue el episodio de anoche, termino empujándolo para quitarlo de encima mío.
—¿Qué paso? —preguntó asustado, al despertar.
—Pasa que tengo calor y tu encima mío —grite enfadada.
Se queda mirándome, yo estoy que parezco un toro en plaza de mayo, relinchando. Hasta siento que me sale humo por las orejas. El suspira y se sienta en la cama.
—Se que te prometí exclusividad, por eso estas enfadada —dice.
—Y con exclusividad a que te referías ¿A que no me echarías de tu cama en la mañana? —grito— ¡¿O que no me tratarías como una más solo por el hecho de que cogimos más de una vez?!
—Sabes a que me refería —murmura—. No grites.
—¡Estoy en mi casa! —grito más fuerte—. Eres un maldito mentiroso que no puede cumplir una simple promesa.
—Ya te pedí perdón y me lo disté —dice mirando mi cara roja de la ira.
—Se que te lo di, pero tu falta en tu promesa hace que todo lo que teníamos quede en la nada —digo y como ya no aguanto más el maldito camisón me lo quito.
—Marion, por favor... —dice y lo quedo mirando.
Me acerco a la cama trepo sobre ella y descubro su cuerpo al sacar las cobijas que lo cubrían. Su excitación es evidente atreves de la tela de su bóxer. Se que lo que voy hacer me va a doler más a mí que a él, pero necesito demostrarle que soy más fuerte que él y si el me usa yo puedo hacer lo mismo.
Tomo de mi mesa de noche un condón, lo abro y se lo pongo. El gime ante mi osadía. Me subo sobre sus caderas y guio su falo a mi interior. Intenta besarme, pero se lo impido. Muevo mis caderas, sus manos me aprietan, siento que llego, muerdo la piel de su cuello y estallo.
El me voltea y sin salir de mi anterior afirma sus movimientos hasta que gruñe de alivio. Lo hecho a un lado y me levanto para ir al baño.
—ya puedes irte —le digo antes de cerrar la puerta del baño.
Mientras me ducho silenciosas lagrimas caen de mis ojos. No puedo apartarlo de mí, pero puedo cobrarme el haberme hecho sentir mal.