En la bulliciosa ciudad decorada con luces festivas y el aroma de la temporada navideña, Jasón Carter, un exitoso empresario de publicidad, lucha por equilibrar su trabajo y la crianza de su hija pequeña, Emma, tras la reciente muerte de su esposa. Cuando Abby, una joven huérfana que trabaja como limpiadora en el edificio donde se encuentra la empresa, entra en sus vidas, su presencia transforma todo, dándoles a padre e hija una nueva perspectiva en medio de las vísperas navideñas.
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Encuentro inesperado
La ciudad brillaba bajo el resplandor de las luces navideñas, pero para Jasón Carter, las calles decoradas y el bullicio festivo solo eran un recordatorio de todo lo que había perdido. Desde que su esposa había fallecido poco más de un año y medio atrás en un terrible accidente de tránsito, las fiestas se habían convertido en un deber más que en una alegría, un trámite que debía pasar por obligación. Todo parecía un constante recordatorio de que su familia ya no estaba completa, de que las risas y el calor que una vez llenaron su hogar ahora eran solo ecos en su memoria.
Ahora, además, estaba Emma. Su pequeña hija de seis años, con su cabello castaño siempre despeinado y esos grandes ojos inquisitivos que parecían reflejar más tristeza de la que un niño debería cargar. Ella era la razón por la que Jasón seguía adelante, pero también era la fuente de su mayor frustración. Se resistía a todo: a las niñeras, a los cambios, a cualquier intento de volver a una rutina más manejable. Y Jasón, que era un empresario acostumbrado a tener el control de cada aspecto de su vida profesional, se encontraba completamente perdido en el caos que era ser padre soltero.
Esa mañana, como tantas otras, dejó a Emma en su oficina con juguetes y libros para entretenerla. Mientras cerraba la puerta, sintió una punzada de culpa. Sabía que ella no debería estar ahí, aislada del mundo en lugar de disfrutar como los demás niños, pero no tenía otra opción. Su secretaria, una joven eficaz pero visiblemente incómoda con los caprichos de Emma, había accedido a supervisarla de lejos, aunque la niña no permitía que se le acercara demasiado.
Al regresar de su reunión y no encontrarla donde la había dejado, su corazón se detuvo por un instante.
—¡Emma!— llamó, revisando el escritorio, el sofá, incluso el pequeño armario al fondo. Nada.
La preocupación se transformó rápidamente en desesperación mientras interrogaba a su secretaria. Pero su mente ya estaba llenándose de imágenes de lo peor: ¿y si había salido del edificio? ¿y si alguien...? No quiso terminar el pensamiento.
Mientras él orquestaba una búsqueda frenética, Emma estaba en otro piso, sentada cómodamente junto a una de las muchachas que hacía la limpieza del edificio.
Abby había visto muchas cosas en su tiempo trabajando allí, pero nada como la pequeña que ahora estaba frente a ella. Había algo en la forma en que ella la miraba, como si la hubiera estado buscando desde siempre. Esa mirada cargada de una mezcla de curiosidad y soledad le resultó extrañamente familiar.
—¿Siempre estás sola?— preguntó Abby, incapaz de evitarlo.
Emma asintió lentamente, abrazando su osito con más fuerza.
—Papá siempre está ocupado. Y yo no quiero estar con nadie más... excepto con él.
Abby sintió una punzada de empatía. Ella también había conocido esa sensación de soledad en su infancia, de necesitar a alguien que no siempre podía estar ahí.
—Bueno, aquí no estás sola. Por ahora, somos un equipo— dijo, guiñándole un ojo mientras continuaba con su trabajo.
Emma la observó con atención.
—¿Por qué limpias?
La pregunta tomó a Abby por sorpresa, pero respondió con sinceridad.
—Porque alguien tiene que hacerlo, ¿no crees? Y porque es un trabajo honesto. Además... me gusta hacer que todo luzca mejor.
Emma pareció considerar su respuesta con la seriedad que solo un niño puede tener.
De repente, Jasón apareció en la puerta, su presencia se sintió llenando el espacio como una tormenta contenida.
—¡Emma!— exclamó, aliviado al verla, pero también lleno de enojo.
La niña corrió hacia él, pero en lugar de esconderse detrás de su padre como solía hacer con extraños, señaló a Abby con una sonrisa.
—Papá, ella es Abby. Es diferente a las niñeras.
El contraste entre la alegría de su hija y la tormenta interna de Jasón fue casi palpable. Miró a la joven, evaluándola con una mezcla de gratitud y recelo.
— Perdón si Emma la estaba molestando, Abby— se disculpó él.
—No, no se preocupe. Emma estaba haciéndome un poco de compañía— respondió la muchacha.
—Gracias por cuidarla, entonces. Pero esto no puede volver a pasar, Emma— dijo con firmeza, observando a su hija, aunque su tono no era tan cortante como quería.
Mientras se alejaban, Emma le lanzó una última mirada a Abby, quien respondió con una sonrisa tranquila. Abby no podía evitar sentirse conmovida. Había algo en aquella niña que le recordaba su propio pasado, y por un instante, deseó poder hacer más por ella.
Ya en el ascensor, Emma miró a su padre con el ceño fruncido.
—No quiero niñeras. Pero quiero a Abby— dijo con la obstinación típica de un niño.
Jasón suspiró, cansado, pero no pudo ignorar la chispa de vida en los ojos de su hija. Quizás, solo quizás, aquella joven desconocida había logrado algo que él llevaba meses intentando: acercarse a Emma.
Mientras la puerta del ascensor se cerraba, Jasón no pudo evitar pensar en lo diferente que había sido ver a su hija reír de nuevo. Esa risa, tan clara y espontánea, le recordó a las navidades pasadas, antes del accidente. Solían sentarse junto al árbol decorado, Emma y su madre reían y cantaban mientras su esposo colocaba adornos y decoraciones, y él observaba desde el sofá, agradecido por tenerlas en su vida. Pero ahora...
La risa de Emma había desaparecido con su madre, al igual que su capacidad para confiar. Desde entonces, todo en la vida de su pequeña había sido distancia y barreras, algo que él no sabía cómo romper. Había intentado todo: terapeutas, regalos, paciencia. Pero nada había devuelto esa luz a los ojos de Emma, hasta hoy.
El recuerdo de Emma sentada junto a Abby volvió a su mente. Esa conexión que parecían haber creado en tan poco tiempo era algo que él no podía ignorar. Por primera vez en mucho tiempo, Jasón sintió un atisbo de esperanza. Tal vez, solo tal vez, esta extraña joven tenía algo que ofrecerles, algo que ni él, ni las niñeras, ni nadie más había podido darles: la calidez de alguien que no exigía nada a cambio.
Miró a su hija, que ahora jugaba con su osito en silencio, y pensó en cómo era posible que la vida trajera respuestas de los lugares más inesperados.