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Un juego perdido. Una leyenda urbana.
Pero cuando Franco - o Leo, para los amigos - logra iniciarlo, las reglas cambian.
Cada nivel exige más: micrófono, cámara, control.
Y cuanto más real se vuelve el juego...
más difícil es salir.
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Capítulo 11: "Reset".
—¿Entonces ya está? —preguntó Nico, mientras fruncía el ceño y mordía una medialuna como si fuese el premio de una batalla.
—Sí. Ya está —expliqué, tratando de aguantar la sonrisa—. Hoy a la mañana me dieron la matrícula.
—¡Vamos, cárajo! ¡Ese es mi pichón! —exclamó levantando los brazos—. Entonces... ya podés hackear el Pentágono.
Sonreí, le di la razón, y mientras respiraba satisfacción, respondí:
—Trabajo desde casa por ahora. Algunos proyectos chicos… pero digamos que me va bien.
—¿Ah no? Manzana. Si ya tenés depa —dijo revoleando el cuello como lechuzo.
—No es gran cosa, pero me alcanza. Es tranquilo. Me ayuda a pensar.
Nico asintió, pero con esa expresión que delataba que estaba a punto de torcer la conversación a su antojo.
—¿Y la vida sentimental de mi querido Anonymous? ¿Ya la superaste a la perra esa o faltan un par de tragos más?
—Ya te dije que estoy bien —respondí, soltando una carcajada—. Además, nunca más salgo con vos a tomar, infeliz. Todavía me duele el tatuaje ese que me hice en la nalga.
Nico rompió en risas y me señalaba sin poder respirar. Pero en un instante, puso su rostro estático, frío, impoluto.
—¿Quién es la otra?
—¿Qué otra? —sobreactué, tratando por todos los medios de que no sacara más información.
Nico me miró con sospecha, entrecerró los ojos y me dijo:
—Agradecé que me tengo que ir, sino... —dijo señalándome con el dedo y agitándolo como un nene chico.
Un rato después, sonó el timbre.
Mi madre y Lucas esperaban del otro lado de la puerta con una pequeña torta de chocolate.
—¡Mirá quién se digna a abrirnos! —dijo ella, casi con lágrimas en los ojos.
—¿Y eso? —pregunté, mientras señalaba la torta con la mirada.
—Para celebrar —explicó con una sonrisa de oreja a oreja.
—No hacía falta, má —dije con ternura en la voz.
—Silencio. Uno no se recibe todos los días.
Por otro lado, Lucas ni me saludó. Entró corriendo al departamento y empezó a mirarlo y a tocar todo.
—No, chabón, está re copado —dijo con energía—. Me voy a venir a vivir con vos, olvidate.
—Me dijiste, por fin tengo paz, no la voy a perder tan fácil.
—Ya vas a ver, te vas a aburrir sin mí —me respondió con confianza.
Nos sentamos y disfrutamos de la torta. Tan sencilla como bizcochuelo y chocolate, pero sabrosa como ninguna otra.
Quizás el chocolate amargo mezclado con la banana le daba ese toque. O quizás, solo quizás, era porque hacía mucho que no comía con mi familia.
Hablamos un rato largo. Nada profundo, nada importante. Solo disfrutábamos de la compañía.
Hasta que Lucas dijo algo extraño:
—Al juego ese... al que nunca pudimos pasar el nivel siete —trataba de explicarme—. El que estaba todo bugeado.
Entrecerré los ojos, tratando de recordar.
—Ah, sí. Desde que me fui, no lo jugué más —expliqué—. Además, no se podía pasar.
—Bueno, no sabés lo que pasó. Me enteré el otro día.
Lucas sacó su celular y me mostró una imagen, algo borrosa, de una escena del juego. En el margen inferior derecho, alguien había marcado una secuencia de letras:
D - D - A - A - G - E
—La encontré en un foro de Reddit. Un tipo lo subió diciendo que lo encontró no sé dónde, no sé cómo, pero que creía que era un código. A mí me pareció cifrado americano.
El tiempo se detuvo. Traté de imaginarme en el piano, pero una sensación incómoda no me dejaba concentrarme.
—¿La tocaste?
—¿Eh?
—La secuencia. ¿La tocaste en la guitarra?
—Nah, hace banda que no toco. Solo me pareció familiar. Por eso te la mostré. ¿Vos qué decís?
Fui de inmediato a mi habitación.
—A ver, vení —le dije a mi hermano, y toqué la melodía en el piano.
Una nota. Dos notas. Tres notas...
Mis dedos se congelaron al llegar a la cuarta. Aunque quería, parecían rebelarse. Esa sensación incómoda de antes volvió con fuerza.
—Me suena —exclamó Lucas—. Debe ser alguna canción famosa.
No era ninguna canción famosa.
Esa melodía... la había escrito con Esteban, para un juego que nunca hicimos.
No era algo que hubiéramos compartido públicamente.
Pero la toqué hasta el cansancio en mi cuarto, por eso Lucas la conocía.
—¿Y alguien la resolvió? —pregunté, sin contarle nada.
—No. Todavía nadie —dijo con decepción—. Yo tenía ganas de jugarlo de nuevo.
Me quedé en silencio. No quería arruinar el ambiente. Pero sabía que había algo extraño.
Esperé a que mi familia se fuera, y cuando la soledad asaltó mi departamento...
Ese juego, que ya había olvidado, se convirtió en mi compañero.