Octavo libro de la saga colores.
Lady Pepper Jones terminará raptada por un misterio rufián de poca paciencia y expresión dura, prisionera y en manos del desconocido, no tendrá más remedio que ser la presa del lobo, mientras que Roquer, lidiará con su determinación de cumplir con su venganza y la flaqueza de tener a una hermosa señorita a su merced.
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11. El encanto del rufián.
...ROQUER:...
Me traicionaron y sospechaba que era Carter, el único con interés en la recompensa por mi cabeza. Ahora, tenía a los guardias y al grupo rival de rufianes cazando mi trasero.
Robé una ropa y salí de ese maldito poblado, me bastó con colocar una daga en la garganta de la posadera para que me devolviera el mis piezas.
Estaba irritado, tan enojado que sentía la sangre fluyendo por mi cuerpo como lava.
Creí que ese desgraciado me dejaría en paz, por matar a su padre se había vuelto una maldita molestia.
Tenía derecho a vengarse, pero ahora no era el momento.
Debía matarlo antes de que todo se complicara más.
Temía por mi hermana en la capital, Carter me había traicionado, sabía que era él, Prudence era rencoroso pero jamás desleal, resolvía sus asuntos de frente, no por la espalda, tabaco no era un soplón, navaja prefería robar que delatar.
Carter era el único que en muchas oportunidades nos traicionó, por eso se ganó unas cuantas cicatrices en el rostro.
Monté el caballo, lo único que no rompió la señorita fue la capa y mis botas, la demás ropa era del herrero. Unos pantalones de cuero y una camisa oscura.
Dejé a la señorita Pepper atrás, como castigo y cabalgué lejos del poblado, dejando los caminos de lado.
Se aferró a mi cintura.
Estar desnudo frente a ella no era lo que me avergonzada, hubiese podido detenerla, pero no iba a acercarme de esa forma, conocía mis instintos, así que eso me detuvo.
Tomó ventaja porque así lo decidí.
Pero, cuando salí en toalla y encontré esos rufianes queriendo divertirse con mi presa, quise romperlos en pedazos.
No dejaría que otro la tocara antes que yo.
El líder de ese grupo desviado seguramente se había divertido contándoles a todos esos rufianes lo que había sucedido hace años, me lo imaginaba riéndose de mí.
Mi furia se triplicó.
Iba a quitarle la sonrisa con un corte de oreja a oreja.
Debí matarlo cuando tuve la oportunidad.
— Dormiremos aquí — Gruñí, encontrando un granero — Baja.
— No puedo sola.
— No voy a ayudarte.
Quería castigarla por lo que hizo.
Hizo un esfuerzo, se aferró de mi brazo y saltó del caballo, tambaleándose un poco.
Salté y abrí la puerta del granero.
Metí el caballo a uno de los corrales, aproveché que había heno y le di de comer.
Había unas gallinas y también unos cerdos.
Me metí al corral de gallinas, tomé unas dos y les rompí el cuello.
— No deberías tomar las cosas sin permiso.
— Por tu culpa, comeremos gallina y no el estofado de la posada.
— No fue mi culpa — Protestó — Esa mujer nos delató, si no hubiese escapado, esos rufianes habrían arruinado nuestra cena de igual forma... También estarías desnudo — Lo último lo dijo en voz baja.
— No más imprudencias o terminarás mancillada y asesinada, para tu desgracia no será de mi mano — Salí del corral.
Abrí un espacio en el centro del establo, por suerte había madera lista para su uso en un rincón.
— Vas a quemar el establo si enciendes algo...
— No lo haré directo en el suelo, no me digas como tengo que hacer las cosas, no sabes nada — Gruñí, disgustado con ella.
Tomé una cesta para sentarme, busqué una olla sucia usada para la comida de animales.
Coloqué la madera dentro y encendí el fuego.
Limpié las gallinas.
La señorita se sentó en otra cesta.
— El dueño de esto se hallará con un disgusto en la mañana.
— Agradece que encontré techo para dormir.
— ¿Y si hubieses encontrado al dueño adentro de este granero? — Preguntó, con tono juzgador.
— Lo hubiera golpeado o asesinado, suerte para él que no está aquí.
— Resuelves todo con tus puños y espada — Observó el fuego y a las gallinas empaladas.
— Esos rufianes no se sentarían a dialogar conmigo y darme la mano.
— ¿Es un chiste? — Me evaluó, me mantuve serio.
— No me estoy riendo, así resuelvo las cosas, tu padre lo hace quemando edificios con gente adentro.
Se tensó.
— ¿Tus hombres te traicionaron?
— Ya no son mis hombres.
— ¿Vas a vengarte de ellos también?
— Tengo suficiente con que lidiar en estos momentos — Corté, perdiendo la paciencia.
— ¿Tu nombre es Lobo?
— Es mi apodo — Dije y se quedó parpadeando.
— ¿Lo hacen para ocultar su identidad?
— Haces tantas preguntas que parezco tu prisionero — Gruñí y se quedó quieta, peinando su cabello con los dedos.
Tomé la botella junto a mí y empecé a beber.
— ¿De dónde sacó eso?
— De algún rincón... ¿Quieres un poco?
— No, yo no he bebido nunca, no lo haré contigo — Gruñó.
— Bebe solo un poco, te hará bien — Insistí, se quedó observando la botella y la tomó.
Con duda bebió un trago.
Su expresión cambió, empezó a toser.
Me devolvió.
— Es whisky.
— Es asqueroso — Se limpió la boca.
Bebí.
...****************...
Busqué los grilletes.
— No necesitas encadenarme, no voy a huir — Aseguró, después de la cena encontré un corral vacío con paja, eso era mejor que el suelo del bosque.
Bebí toda la botella y el calor en mi cuerpo empezaba a hacer de las suyas.
Me aproximé, cerré el grillete en su muñeca.
— Mereces que te castigue.
El establo estaba penumbroso.
Cerré el otro grillete en mi muñeca.
La guié al corral.
Me senté sobre la paja y cayó sobre mí cuando la cadena cedió.
Soltó un gemido y observé su rostro.
Estaba tan cerca.
Intentó alejarse pero rodeé su espalda.
El licor estaba haciendo de las suyas.
Escuché como su respiración se agitaba, el temblor de su cuerpo y sus latidos, se escuchaban.
— Déjame ir...
— ¿Me temes? — Pregunté.
— Sería tonta si no lo hiciera.
— No lucías muy asustada cuando me observaste desnudo... ¿No habías visto a un hombre desnudo verdad?
— Por favor... Me está incomodando — Se apartó un poco, muy asustada — Está ebrio.
— Solo un poco.
Las mejillas las tenía muy rojas, la lámpara de queroseno que encendí cerca del corral me permitía verla, tenía la mirada desviaba, con timidez.
Se me endureció debajo de ella, la tenía en mi regazo, la tomé de las caderas y se estremeció, me froté contra ella.
— Por favor, no — Su voz se debilitó más.
— Tengo tantas ganas de enterrarme en ti — Gruñí contra su cuello y lo lamí.
— Déjame en paz — Empujó mi pecho.
Solo podía soltar lo que mis pensamientos gritaban, hacer lo que quería hacer.
Me dió una bofetada cuando paseé mi mano hacia arriba.
El ardor solo me calentó más.
— Eso fue rudo... Muy rudo... Me gusta lo rudo.
— Si continúas, te arrepentirás de esto en la mañana y yo te odiaré más.
La tomé de la barbilla — El que me odies me excita.
— Te comportas como los rufianes que mataste.
— Eres mía, solo mía, quiero tomar lo que es mío — Toqué sus mejillas, apreté mi miembro contra ella.
— No soy tuya, tomas todo lo que quieres, conmigo no lo harás.
— Para un hombre que se le arrebató todo, no hay otra opción, nunca he tenido el poder, ni la riqueza para que las cosas lleguen por si solas — Dije, dejándola ir — Tengo que tomarlas para mí.
Se sentó a mi lado.
— Aún así, no te da derecho tomar mi vida y usarme.
El licor me causó mareo, me acosté sobre la paja.
— No entiendes nada, eres una niña que vivía en un palacio.
Cerré mis ojos.
— Tal vez no viví lo que tú, pero se que el rencor solo te está consumiendo, la vida que llevas te destruirá.
— Ya pareces a mi hermana con esos sermones — Dije, colocando el brazo libre sobre mis ojos — Jamás podrías comprender lo que pasé.
— Tal vez no pueda... Pero, las cargas no son buenas, solo te consumen más y más.
— Eres una aburrida, prefieres criticar a dejar que me hunda en ti.
— Tendrás que forzarme, no te dejaré tomarme — Gruñó.
Suspiré pesadamente.
— Todos me traicionan, mi hermana prefirió a ese lord y uno de mis hombres delató nuestra posición, hasta tu me traicionas.
— No te debo lealtad — Dijo, muy irritada — Cualquiera que se le arrebata la libertad, pelea por ella, así no tenga fuerzas.
— Los animales de este granero no tienen libertad y no intentan escapar — Volvió a observarla, estaba inclinaba sobre la paja — Dependen de su amo, allá afuera no pueden tener lo que aquí.
— ¿Qué intentas decir?
— Tú no puedes huir, no lo harás, porque sin mí no durarías un día allá afuera, eres débil, delicada, no puedes ni encender un fuego, tampoco encontrar comida...
— ¡Deja de escupirme a la cara lo inútil que soy! — Gritó e hizo gesto ante el dolor de cabeza.
— Tal vez sepas bordar, tejer, tocar el piano y bailar, pero de nada te sirve eso en este mundo marginado.
— Eres el hombre más maleducado, con lenguaje corriente, salvaje, asesino, ladrón y déspota que he conocido, todas esas no son virtudes de las que estar orgulloso — Su nariz se sonrojó, estaba muy disgustada.
— La mayoría de esas cosas me han salvado el cuello.
— No hace la diferencia, estar allá afuera o aquí, mi vida está arruinada — Dijo, acostándose sobre la hierba, con lágrimas en los ojos.
Me aproximé.
Giró, dándome la espalda.
— Mi nombre es Roquer.
— ¿Cómo roca? — Resopló.
— Creo que surgió de un lenguaje antiguo de los primeros hombres, indestructible.
— Roca — Se burló.
— Roquer Darlington, aunque mi padre siempre usó su apellido como Darling y así se permaneció para nosotros, personalmente la mezcla entre Roquer y Darling, no encaja, así que prefiero, Darlington.
— Darling suena demasiado suave y sin carácter — Dijo, su pequeña espalda me estaba tentando y el cabello rojo fuego esparcido por la paja — Sería algo como roca suave — Soltó una risa que cortó rápidamente.
— Pepper... Suena como Peter ¿Estás segura de qué no lo escribieron mal?
— Tu hermana también me dijo que era Peter, ambos disfrutan de las burlas.
Me quedé callado.
Se movió, dando con mi pecho.
Coloqué mi entrepierna en su trasero.
— Los rufianes — Se aclaró la garganta — Dijieron algo sobre que jugaron contigo... ¿A qué se referían?
Gritó cuando la empujé, dejándola debajo de mí.
La tomé del cuello — No tendré piedad si lo mencionas nuevamente.
Me evaluó, con la respiración atorada.
Tiré de la cadena hacia arriba, dejando su brazo por encima de su cabeza.
Jadeó.
— Lo siento.
Me presioné contra ella.
Observé su boca.
No, jamás recibiría un beso de mi parte.
— No me dejas respirar — Posó su mano en mi pecho.
El peso de mi cuerpo y lo que tenía entre las piernas presionado contra ella.
— Esa dureza ¿Sabes lo qué es?
— Ya basta — Desvió su rostro a un lado.
— ¿Te gustó lo que viste en la habitación? — Pregunté, quería arrancarle la ropa.
No respondió, su garganta se agitó bajo mi mano.
— Roquer...
— No digas mi nombre de nuevo — Le advertí — Te tomaré si lo haces, pienso en tu flor pura y solo deseo hundirme en ella hasta el fondo. El licor me hace decir cosas verdaderas, en la mañana no volveré a tocar el tema, pero ahora solo deseo tu cuerpo.
Su sonrojo aumentó, se veía tan tímida, ni siquiera podía observarme a los ojos.
Me sentía tan mareado, bajé de ella y me desplomé.
...PEPPER:...
Los quejidos de los cerdos me despertaron.
La claridad entraba en el granero y mi cuerpo entumecido me dejó quita sobre el montón de paja.
Bajé mi mirada, hallando a Roquer recostado sobre mi pecho.
intenté apartarlo, solo logré que me abrazara más, tenía las piernas inmovilizadas con las suyas.
Me sonrojé, recordando lo que estuvo a punto de hacer anoche.
Estaba tan ebrio, dudaba de que lo recordara.
Jamás me diría esas cosas tan sucias estando sobrio.
Los borrachos no eran personas.
Me intenté mover, pesaba demasiado.
Ni siquiera tenía el cabello tan largo para tirarle y así despertarlo.
— Por un beso me traicionas — Balbuceó.
— ¡Despierta! — Gruñí, tirando de sus hombros.
Se alejó abruptamente y levantó su puño.
Lo detuvo en seco al verme.
— ¿Qué rayos te sucede? — Fruncí el ceño.
— ¿Dónde estamos? — Se llevó una mano a la frente.
— En el granero ¿No lo recuerdas?
— Un poco. Maldición. Me duele la cabeza.
— Como vas a recordarlo, bebiste de una botella de whisky que encontraste.
Se tensó — ¿Yo bebí?
— Si...
Me evaluó, sobre todo mi vestido y mis piernas — ¿Te hice algo?
— No.
Se levantó y tuve que hacer lo mismo.
— Debemos irnos de aquí.
Se tambaleó y lo seguí afuera del corral.
Quitó el grillete de nuestras manos y lo guardó.
Buscó el caballo y salimos del granero.
— Sube — Ordenó, con expresión mal encarada.
Ya no había señales del Roquer de anoche, con resaca seguramente era peor de amargado.
Se aproximó para ayudarme, tomando mi mano y tirando de mi pierna.
Mi entrepierna volvió a calentarse, en una extraña sensación desconocida que me perseguía desde la noche anterior, cuando sentí esa dureza que seguramente provenía de la cosa grande y gruesa entre sus piernas.
Su miembro, la virilidad.
Lo sabía por los libros que leía a escondidas.
Se suponía que una mujer soportaba eso entrando en ella para concebir.
Daba miedo.
Roquer subió al caballo, me llevó adelante ésta vez.
Cuando rodeó mi cuerpo para tomar las riendas, me estremecí.
El cosquilleo entre mis piernas aumentó con la cercanía.
y que tan piedra de tropiezo es el capitán prometido, ante las riquezas y título de duque no creo vaya a dejar el camino fácil
hay que esperar para ver qué pasa igual puede y tenga su guardado
Tal vez el hecho de que le den tanta importancia o lo que esta pasando, no se, pero siento rabia contenida.