En "Lazos de Fuego y Hielo", el príncipe Patrick, marcado por una trágica invalidez, y la sirvienta Amber, recién llegada al reino de Helvard junto a sus hermanos para escapar de un pasado tormentoso, se ven atrapados en una relación prohibida.
En un inicio, Patrick, frío y arrogante, le hace la vida imposible a Amber, pero conforme pasa el tiempo, entre los muros del castillo, surge una conexión inesperada.
Mientras Patrick lucha con su creciente obsesión y los celos hacia Amber, ella se debate entre su deber hacia su familia y los peligros que acarrea su amor por el príncipe.
Con un reino al borde del conflicto y un enemigo poderoso como Ethan acechando, la pareja de su hermana Jessica, enfrenta los desafíos de un amor que podría destruirlos a ambos o salvarlos.
(Historia basada en la época medieval)
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Capitulo 10
Cuando finalmente llegué a casa, sentía que apenas podía moverme. Cada paso era un recordatorio del agotamiento físico y mental que había soportado durante el día.
Lo único que quería era cerrar la puerta, dejar caer mi cuerpo en la cama y olvidar por un momento lo que había pasado con el príncipe Patrick.
Pero cuando abrí la puerta, me encontré con una escena inesperada. Jessica estaba sentada en la pequeña mesa del comedor con un chico a su lado, conversando animadamente.
Su risa ligera llenaba el espacio, contrastando con la tensión que emanaba de David, quien estaba parado a un lado, observando desde la distancia con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—Amber, llegaste justo a tiempo —dijo Jessica con una sonrisa brillante, señalándome que me acercara—. Quiero presentarte a alguien.
El chico se puso de pie con una sonrisa que me pareció un poco exagerada. Era alto, de complexión media, con una vestimenta que trataba de ser más elegante de lo que probablemente podía permitirse. Extendió una mano hacia mí.
—Hola, soy Ethan. Jessica me ha hablado mucho de ti.
Le estreché la mano con una sonrisa forzada, intentando ser cortés, pero algo en él me resultaba... extraño. No podía señalar exactamente qué era, pero había una sensación incómoda que no podía ignorar.
—Es un gusto conocerte —dije, intentando sonar natural, pero mi mirada pasó rápidamente a David, quien seguía observándonos con el mismo aire de desconfianza.
Jessica, sin darse cuenta del ambiente tenso, continuó hablando con entusiasmo.
—Ethan y yo hemos estado viéndonos por un tiempo, pero quería que lo conocieran oficialmente. Vamos a empezar a salir.
Mis ojos se encontraron con los de David, que parecían arder con una mezcla de rabia y desaprobación.
Sabía que mi hermano era protector, especialmente con Jessica, y que nunca le gustaba ninguno de los chicos con los que ella intentaba salir. Pero esta vez, algo en su actitud me inquietaba más de lo normal. Y lo peor era que yo también compartía su malestar.
Ethan parecía demasiado... encantador. Demasiado seguro de sí mismo. Cada vez que sonreía, algo en su expresión me ponía alerta.
Pero no podía decir nada en ese momento. No quería arruinar el momento de Jessica, aunque una parte de mí quería gritarle que tuviera cuidado.
David finalmente habló, su voz tensa.
—No creo que sea una buena idea.
Jessica lo miró, claramente irritada.
—¿Por qué siempre tienes que ser así, David? Ni siquiera lo conoces.
—No necesito conocerlo para saber que no me gusta. Algo no me da buena espina —respondió David, sin quitarle los ojos de encima a Ethan.
Ethan soltó una pequeña risa, como si el comentario de David fuera insignificante.
—Es normal que quieras cuidar a tu hermana, pero te aseguro que no tienes nada de qué preocuparte. Solo quiero lo mejor para Jessica.
Sus palabras parecían estar calculadas para sonar perfectas, pero para mí, solo añadían a la incomodidad que sentía. Intenté calmar el ambiente, pero antes de que pudiera decir algo, Jessica se levantó bruscamente.
—No voy a dejar que me arruinen esto —dijo, lanzándole una mirada a David y luego a mí—. Estoy cansada de que siempre seas tan negativo. Déjame ser feliz.
Sentí un nudo formarse en mi estómago. Quería apoyar a Jessica, quería que fuera feliz, pero no podía ignorar lo que sentía.
Algo en Ethan no estaba bien, y aunque David tenía la tendencia de ser sobreprotector, esta vez parecía más serio que nunca.
—Solo... ten cuidado, Jessica —dije finalmente, eligiendo mis palabras con cuidado—. David solo quiere lo mejor para ti, y yo también.
Ella suspiró, claramente molesta, pero no dijo nada más. Ethan, por su parte, mantuvo su sonrisa falsa durante todo el tiempo, lo que solo incrementó mi desconfianza. No podía evitar preguntarme si Jessica estaba cegada por el encanto superficial de este chico.
Cuando finalmente se despidieron y se marcharon, el silencio en la casa se volvió pesado. David se acercó a la ventana, mirando hacia donde se habían ido, su mandíbula tensa.
—No me gusta ese tipo, Amber. No me gusta para nada —dijo finalmente, su voz baja pero firme.
—A mí tampoco me da buena espina —admití, aunque me dolía decirlo—. Pero Jessica parece realmente interesada en él. No podemos obligarla a verlo como nosotros lo hacemos.
David apretó los puños, frustrado.
—Voy a estar vigilando. No me importa lo que piense Jessica, no voy a dejar que ese tipo le haga daño.
Asentí en silencio, sabiendo que, aunque compartíamos el mismo sentimiento, no podíamos controlar las decisiones de nuestra hermana.
Solo esperaba que, cuando las cosas se complicaran, pudiéramos estar allí para apoyarla antes de que fuera demasiado tarde.
A la mañana siguiente, el aire frío del amanecer aún se sentía en las paredes de piedra cuando volví al castillo. Mi cuerpo aún estaba cansado de la jornada anterior, y la inquietud por lo ocurrido con Jessica y Ethan me seguía acompañando.
Pero sabía que no había espacio para distracciones en mi trabajo. El príncipe Patrick ya me estaba esperando.
Nada más entrar en su habitación, sentí su mirada pesada sobre mí. Sabía que ese día no sería fácil. Cuando estaba de mal humor, no tenía reparo en hacérmelo sentir, y por la forma en que sus ojos me seguían desde que puse un pie en la sala, pude notar que hoy estaba particularmente molesto.
—Llegas tarde —dijo con una voz cargada de reproche, aunque era evidente que no lo estaba.
—Mis disculpas, mi Lord —respondí con sumisión, manteniendo la cabeza baja, tratando de evitar provocar su ira más de lo necesario.
Él no respondió de inmediato, solo hizo un gesto con la mano para que me acercara. Me acerqué despacio, con precaución. Sabía que había días en los que simplemente disfrutaría hacerme sentir pequeña, humillada.
—¿Has estado pensando en tu hermana? —dijo de repente, su tono cortante.
El comentario me tomó por sorpresa. Lo miré, confundida, pero mantuve mi voz controlada.
—No, mi Lord, estoy aquí para servirle a usted.
Patrick soltó una risa amarga, como si mis palabras le divirtieran.
—Es gracioso cómo te esfuerzas tanto en complacerme cuando ni siquiera puedes hacer bien tu trabajo. ¿Acaso piensas que puedes distraerte y seguir siendo útil aquí?
Sentí que un nudo se formaba en mi garganta, pero me obligué a tragarme el orgullo. No podía responderle, no cuando sabía que él estaba buscando cualquier excusa para atacarme.
—No, mi Lord, no es mi intención distraerme —dije, aunque mi voz temblaba ligeramente.
Él sonrió, pero no era una sonrisa cálida, sino cruel.
—A veces me pregunto por qué sigo aguantando tu incompetencia. Tal vez debería llamar a algunas plebeyas, a ver si ellas pueden satisfacerme mejor de lo que tú lo haces —dijo con un tono malicioso, como si estuviera probándome, esperando una reacción.
Las palabras golpearon en lo más profundo de mí. Me quedé paralizada, sintiendo una mezcla de celos e incertidumbre crecer dentro de mí. Pensaba que el príncipe, por su condición, no podía... que no era capaz de experimentar placer de esa forma.
Mis pensamientos corrieron, preguntándome si todo lo que había asumido era una mentira. Finalmente, el impulso de preguntar me ganó.
—¿Ple…plebeyas, mi Lord? —mi voz sonó más insegura de lo que pretendía—. Pero... pensé que usted... que no podía...
El príncipe me interrumpió, su expresión de arrogancia se intensificó.
—¿Y quién te dijo eso? —preguntó, sus palabras cargadas de burla—. ¿Acaso crees que porque no puedo caminar soy menos hombre? —Se inclinó hacia mí, su tono más bajo, pero mucho más peligroso—. Te aseguro que puedo, y que sí me funciona, Amber.
Su respuesta me dejó sin aire, mis mejillas ardían de la vergüenza y el nerviosismo. No sabía qué decir.
Sentía que estaba jugando conmigo, que se divertía viéndome dudar, viéndome sentirme pequeña. Patrick estaba descargando toda su frustración sobre mí, como si fuera la única forma en que podía sentirse en control.
Mi pecho se llenó de enojo, pero lo mantuve dentro. No podía permitirme explotar, no frente a él. Aunque la furia y el desconcierto me invadían, sabía que cualquier signo de desafío solo lo haría más cruel.
Lo odiaba en ese momento, odiaba cómo me hacía sentir, pero también sabía que le temía. Era un hombre con poder, y aunque su condición física lo limitara, seguía siendo el príncipe.
—Lo siento, mi Lord. No era mi intención faltarle al respeto —logré decir, aunque mis palabras sabían amargas.
Él me observó con esos ojos fríos, pero había algo más en su mirada ahora. Satisfacción. Sabía que había logrado lo que quería: hacerme sentir inferior, dudar de mí misma, y sobre todo, sentirme celosa.
Porque lo estaba. Las palabras sobre las plebeyas no dejaban de rondar en mi cabeza, y a pesar de que no debería importarme, lo hacían.
Patrick sonrió levemente, como si saboreara su victoria.
—Eres tan predecible, Amber. Sabía que te afectaría. —Se echó hacia atrás en su silla, su tono arrogante—. Y eso me demuestra que todavía tienes mucho que aprender.
Mi corazón latía rápidamente. Sabía que él se daba cuenta de lo que sus palabras habían provocado en mí, de cómo me había atrapado en su juego, y parecía disfrutarlo.
A pesar de su condición, Patrick seguía siendo atractivo, con una fuerza en su torso y sus brazos que siempre me recordaba lo poderoso que era, más allá de su incapacidad para caminar.
Sabía que sus hermanos también compartían esa misma fuerza, pero había algo en la forma en que Patrick la exhibía, incluso desde su debilidad, que lo hacía mucho más temible.
—Ahora, deja de hacer preguntas estúpidas y sigue con tu trabajo —ordenó, su voz cortante de nuevo, aunque aún cargada con la satisfacción de haber ganado.
Me giré rápidamente para continuar con mis tareas, sintiendo el peso de sus ojos sobre mí. A pesar del enojo que burbujeaba en mi interior, mantuve la compostura.
Sabía que cualquier desafío directo solo empeoraría las cosas, y por mucho que me hirieran sus palabras, tenía que recordar que no era más que una sirvienta, y él, un príncipe arrogante que nunca dejaría de recordármelo.
Y aunque odiaba admitirlo, la idea de que llamara a esas otras mujeres me seguía carcomiendo por dentro, un sentimiento que no podía evitar, y que él había aprovechado a la perfección.