Mi nombre es Carolina estoy casada con Miguel mi primer amor a primera vista.
pero todo cambia en nuestras vida cuando descubro que me es infiel.
decido divorciarme y dedicarme más tiempo y explorar mi cuerpo ya que mis amigas me hablan de un orgasmo el cual desconozco y es así como comienza mi historia.
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Capítulo 23 La verdad
Eric observaba desde la terraza con su copa en mano, su mirada fija en el jardín donde los últimos invitados se despedían. Gabriela, su hija, se acercó a él mientras sostenía su oso de peluche.
—Papá, ¿esa niña va a venir otra vez? Me cae bien —dijo Gabriela, jugando con las orejas del oso.
Eric le dedicó una sonrisa breve.
—No lo sé, cariño. Tal vez.
De pronto, Gabriela señaló con su pequeño dedo hacia un hombre entre los invitados que hablaba con los Reyes. Eric siguió la dirección de su dedo con la mirada.
—Ese es su papá —dijo Gabriela con total inocencia.
Eric alzó una ceja al reconocer al hombre. Era Miguel, quien había llegado acompañado de los Reyes. La información cayó sobre Eric como una pieza de un rompecabezas que no esperaba encontrar.
Se quedó en silencio, su mente trabajando rápidamente mientras apretaba ligeramente la copa en su mano.
—¿Cómo lo sabes, Gabriela? —preguntó con calma, sin apartar los ojos de Miguel.
—La niña me lo dijo mientras jugábamos. Dijo que ese era su papá y se puso muy triste
Eric asintió lentamente, ocultando su sorpresa tras una máscara de serenidad. Algo no encajaba, y ahora sentía una extraña necesidad de averiguarlo.
—Gracias por decírmelo, cariño. Ahora, ¿por qué no subes a tu habitación? Es tarde, y mañana quiero que descansemos.
Gabriela asintió y corrió escaleras arriba con su peluche, dejando a Eric solo en la terraza.
Observó nuevamente a Miguel, esta vez con una mirada más calculadora. Algo en todo esto empezaba a captar su interés de manera inquietante. ¿Qué historia había detrás de Carolina y ese hombre?
Carolina llegó a casa y entró con Andrea y Patricia tras ella. Apenas cruzaron la puerta, Carolina se dejó caer en el sofá, agotada tanto física como emocionalmente. Patricia y Andrea se miraron, preocupadas.
—Mamá, ¿estás bien? —preguntó Andrea mientras se inclinaba hacia ella.
Carolina suspiró profundamente, tratando de ocultar su vulnerabilidad.
—Sí, cariño. Estoy bien. Pero, por favor, sube a tu cuarto. Necesito un momento a solas.
—Mamá, pero... —insistió Andrea.
—Hazme caso, Andrea. —Su tono fue más firme, aunque su rostro mostraba dolor.
Andrea dudó, pero finalmente obedeció. Miró a Patricia antes de dirigirse a su habitación.
—Estaré arriba si necesitas algo —dijo Andrea antes de desaparecer por el pasillo.
Patricia se sentó junto a Carolina en el sofá, tocándole el hombro.
—Carol, ¿qué fue lo que pasó? ¿Quieres que me quede contigo?
Carolina negó con la cabeza.
—No, Paty. Gracias, pero quiero estar sola. Ha sido una noche muy larga.
—Está bien, amiga. Pero si necesitas algo, no dudes en llamarme.
Patricia se levantó, dándole una última mirada preocupada antes de dirigirse a la puerta y marcharse.
Carolina esperó a escuchar la puerta cerrarse antes de romper en llanto, tapándose el rostro con ambas manos. Sentía que su mundo se desmoronaba, pero sabía que debía mantenerse fuerte, aunque solo fuera por Andrea.
Miguel entró a la casa y dejó caer las llaves en el mostrador. Al levantar la vista, vio a Carolina sentada en el sofá, con los brazos cruzados y la mirada fija en él.
—Por fin llegas —dijo Carolina, su tono lleno de reproche y cansancio.
Miguel suspiró, pasando una mano por su cabello. Caminó lentamente hacia ella, pero mantuvo cierta distancia.
—Perdóname, Carolina. Sé que no te mereces esto.
Carolina dejó escapar una risa amarga, sacudiendo la cabeza.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿"Perdóname"? ¿Después de todo lo que vi esta noche?
Miguel bajó la mirada, incapaz de sostener su culpa frente a ella.
—No fue mi intención herirte...
—¿No fue tu intención? —lo interrumpió Carolina, poniéndose de pie. Sus ojos brillaban de rabia y dolor—. Miguel, me has mentido. Has jugado conmigo y con nuestra hija. ¿Qué clase de hombre hace eso?
—Carolina, por favor... hablemos con calma.
—¿Con calma? ¿Cómo se supone que haga eso cuando te vi besándote con otra mujer? —Su voz se quebró al final, y respiró profundamente para recuperar la compostura
Miguel respiró profundamente, tratando de mantener la compostura mientras veía a Carolina subir las escaleras.
—Carolina, espera. Por favor, escúchame.
Ella se detuvo en el tercer escalón, sin girarse.
—¿Qué más tienes que decir, Miguel? —preguntó con voz fría, sin ocultar el cansancio emocional.
Miguel tragó saliva y dio un paso hacia ella.
—Sé que esto no es fácil para ti... pero quiero que entiendas algo. Todo lo que hice fue por ustedes, por nuestra familia.
Carolina soltó una risa amarga y se giró para mirarlo desde donde estaba.
—¿Por nosotros? ¿Eso te dices a ti mismo para justificar tus acciones?
—¡Es la verdad! —dijo Miguel, levantando un poco la voz, pero enseguida la bajó—. Carolina, estaba al borde del abismo. Iba a perder la casa, nuestras cuentas estaban en números rojos... No podía permitir que tú y nuestra hija se quedaran en la calle.
—¿Y tu solución fue meterte con Emely? ¿Acaso no había otra forma? —respondió Carolina con incredulidad.
Miguel suspiró profundamente, pasándose una mano por el cabello.
—El padre de Emely me ayudó con todo. Me prestó el dinero que necesitábamos para salir adelante. Pero... había condiciones.
—¿Condiciones? —Carolina arqueó una ceja, cruzándose de brazos—. Déjame adivinar: una de esas condiciones era involucrarte con su hija.
Miguel bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de los ojos de Carolina.
—No fue algo planeado. Las cosas... simplemente sucedieron.
—¡Simplemente sucedieron! —Carolina repitió con sarcasmo, su voz rompiéndose entre la rabia y el dolor—. ¿Esa es tu excusa? Mientras yo me desvivía por mantener a nuestra familia, tú estabas construyendo una vida paralela.
Miguel levantó la vista, desesperado.
—¡No es lo que piensas! Carolina, te amo. Te juro que nunca dejé de amarte.
—Amarme... —susurró Carolina, negando con la cabeza—. Miguel, si esto es amor, no quiero imaginar qué es el desprecio.
Ella giró sobre sus talones y continuó subiendo las escaleras, dejando a Miguel de pie en el salón, sintiendo cómo el peso de sus decisiones lo aplastaba más que nunca