Alejandro es un exitoso empresario que tiene un concepto erróneo sobre las mujeres. Para él cuánto más discreta se vean, mejores mujeres son.
Isabella, es una joven que ha sufrido una gran pérdida, que a pesar de todo seguirá adelante. También es todo lo que Alejandro detesta. Indefectiblemente sus caminos se cruzarán, y el caos va a desatarse entre ellos.
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Un encuentro inesperado
Luego de que María le diera algunas indicaciones más, la llevara a la oficina de personal para que le hicieran firmar su contrato se despidió de ella para ir en busca de su hermano.
Isabella respiraba con dificultad, tratando de calmarse mientras sacaba a Ian del colegio. Ya había hablado con la directora del Colegio poniéndose de acuerdo en los horarios escolares, que gracias a algunas clases especiales permitirían que Ian estuviera allí al menos hasta una hora después de la salida de Isabella de su nuevo empleo.
-Ian, ven aquí- llamó, tomando su mano con ternura.
-¿Qué pasa, Isa?- preguntó el niño, mirándola con curiosidad.
-Conseguí un empleo, cariño. Vamos a celebrarlo. ¿Te gustaría ir por un helado?- dijo, con una sonrisa amplia.
Ian saltó de alegría, sus ojos brillando con emoción.
-¡Sí! ¡Quiero un helado de chocolate!- exclamó él dejándole ver a la muchacha que el cambio de colegio había resultado para bien.
Isabella lo abrazó, sintiendo una mezcla de alivio y felicidad. Condujo hacia la heladería más cercana, disfrutando del entusiasmo de Ian. Mientras avanzaban por las calles, el cielo estaba teñido de gris, la prueba evidente de que en cualquier momento la lluvia haría su aparición.
Al llegar a una esquina, un pequeño cachorro se cruzó en su camino. Isabella frenó de golpe para no hacerle daño, ignorando que detrás de su automóvil venía otro a velocidad alta. El conductor del vehículo no tuvo tiempo de frenar y embistió el coche de Isabella con fuerza.
El impacto resonó con un ruido ensordecedor. Isabella, que ya se había bajado del auto para ver si el cachorro estaba bien, se giró alarmada y corrió de inmediato hacia su coche.
-Ian, ¡Ian!- dijo ella, con su voz llena de preocupación.
El niño estaba bien, aunque algo asustado. Isabella suspiró aliviada al ver que no había sufrido ninguna herida.
-Estoy bien, Isa. Solo me asusté un poco- dijo Ian, con los ojos muy abiertos. Entonces ella se bajó del vehículo para evaluar los daños.
Mientras tanto, el conductor del otro automóvil, salió enfurecido. Llevaba consigo un aire de grandeza y un evidente aliento a alcohol. Se acercó a Isabella, gritando y gesticulando.
-¡¿Pero qué demonios te pasa?! ¿Por qué frenaste así de repente?- vociferó, visiblemente alterado.
Isabella bufó al ver al hombre bien vestido, claramente ebrio y con una actitud arrogante.
-¡Frené para no atropellar al cachorro!- replicó, con voz firme- ¡Y tú deberías conducir con más cuidado, además de no hacerlo ebrio!
Alejandro la miró de arriba abajo, su mirada estaba cargada de desdén y algo más. Isabella llevaba un vestido a la altura de la rodilla con un escote de encaje que resaltaba su cuerpo. Alejandro se acercó tambaleándose, a punto de soltarle una grosería, cuando el niño sacó la cabeza por la ventanilla.
-¿Ya podemos irnos, mamá?- preguntó con su voz temblorosa.
Alejandro se quedó congelado por un momento, sorprendido por la presencia del niño. Antes de que pudiera responder, una mujer rubia, tan ebria como él, salió de su coche. Se acercó y lo tomó del brazo.
-Déjala, cariño. Vámonos, mejor terminemos la noche con alegría- dijo la mujer, sonriendo de manera seductora.
Isabella sintió una ola de desprecio y preocupación. No solo por el accidente, sino también por la seguridad de Ian en ese entorno caótico.
-Vete, antes de que llame a la policía por conducir borracho- le advirtió, su voz gélida.
Alejandro pareció dudar por un momento, pero luego la mujer lo jaló, llevándolo de vuelta a su coche. Mientras se alejaban, Alejandro lanzó una última mirada a Isabella, su expresión era una mezcla de molestia y curiosidad.
Isabella se volvió hacia Ian, tratando de calmar sus nervios.
-Vamos, Ian. Vamos a buscar ese helado. Necesitamos relajarnos después de esto.
El pequeño asintió, aún asustado pero confiando en su hermana. Ella subió de nuevo al coche, luego de revisar los daños, Isabella notó que afortunadamente no eran graves, así que condujo hacia la heladería, tratando de olvidar el desagradable encuentro.
Una vez allí, se sentaron en una mesa y mientras Ian disfrutaba de su helado de chocolate. Isabella miraba a su alrededor, intentando no pensar en los problemas que acababan de surgir. Sabía que el auto necesitaría reparaciones, y eso significaba más gastos.
-Ian, ¿estás bien?- preguntó, tocándole la mano con suavidad.
-Sí, Isa. Ese hombre era muy grosero- dijo Ian, con una expresión seria.
Isabella suspiró.
-Sí, lo era. Pero no te preocupes- dijo ella- estamos bien y eso es lo que importa.
Ambos hermanos pasaron el resto del tiempo disfrutando de su helado, tratando de dejar atrás el incidente y las cosas tristes de los últimos días. La muchacha se sentía aliviada de haber conseguido el empleo en la empresa de don Rafael y se sentía ansiosa por la inminente llegada de su primer día de trabajo.
La noche anterior a su primer día de trabajo en la empresa de don Rafael, Isabella se encontraba en la habitación de Ian, preparándose para leerle su cuento favorito antes de dormir. La luz de la lámpara de noche bañaba la habitación con un resplandor suave, creando un ambiente acogedor y tranquilo. Ian, de cinco años, ya estaba acurrucado bajo las sábanas, mirándola con sus grandes ojos llenos de expectación.
Isabella sacó el libro del estante y se sentó en el borde de la cama. Abrió el libro en la página señalada con un marcapáginas colorido y comenzó a leer, pero su mente vagaba hacia un momento más temprano en el día. Había algo que le inquietaba, algo que Ian había mencionado en la tarde y que aún resonaba en su mente.
-Isabella- dijo Ian, interrumpiendo sus pensamientos- ¿Puedo preguntarte algo?
Ella cerró el libro suavemente y lo dejó a un lado. -Claro, cariño. ¿Qué pasa?
Ian la miró con una seriedad inusual para su edad. -Hoy en el colegio, algunos niños se burlaron de mí porque no tengo mamá- dijo.
El corazón de Isabella se encogió al escuchar esas palabras. Había tratado de proteger a Ian de la tristeza y la soledad que ambos sentían desde la muerte de su madre, pero sabía que no podía protegerlo de todo.
-Lo siento mucho, Ian- dijo, acariciando suavemente su cabello- Esos niños no deberían haberte dicho eso.
Ian asintió, pero luego, con una mirada llena de determinación, dijo...
- Les dije que tú eres mi mamá.
Isabella sintió una mezcla de sorpresa y pena. No había esperado que Ian llegara a ese punto tan pronto. Trató de mantener la calma y la compasión en su voz.
-¿Y cómo te sentiste al decir eso?
-Me sentí mejor- admitió Ian- Me gusta pensar que tú eres mi mamá, Isabella. ¿Puedo seguir diciéndolo, al menos cuando me dejas en el colegio?
Isabella miró a su hermano menor, tan vulnerable y valiente al mismo tiempo. Sabía que no podría reemplazar a su madre, pero también sabía que haría cualquier cosa para darle a Ian la seguridad y el amor que necesitaba.
-Claro que sí,cariño-respondió con ternura- Si eso te hace sentir mejor, puedes llamarme mamá en el colegio.
Ian sonrió con alivio y se abrazó a su hermana. -Gracias, Isabella... mamá.
Ella sintió una lágrima rodar por su mejilla, pero la limpió rápidamente antes de que Ian la viera. Lo besó en la frente y retomó el libro, continuando con la lectura del cuento. Mientras leía, sus pensamientos estaban divididos entre la tristeza por la pérdida de su madre y la determinación de ser la figura materna que Ian necesitaba.
Después de que Ian se quedó dormido, Isabella se levantó con cuidado, colocó el libro en el estante y salió de la habitación. Se dirigió a la cocina y se preparó una taza de té, intentando calmar sus nervios por el día siguiente. Sabía que el nuevo trabajo en la empresa de don Rafael era una gran oportunidad, pero también sabía que tendría que enfrentarse a muchos desafíos.
Se sentó en el sofá de la sala, mirando por la ventana hacia la oscuridad de la noche. Sabía que tenía que ser fuerte, no solo por ella misma, sino también por Ian. Tomó un sorbo de té y pensó en su madre, deseando que estuviera allí para darle un consejo o un abrazo reconfortante. Pero sabía que tenía que encontrar la fuerza dentro de sí misma para seguir adelante.
Esa noche, antes de irse a la cama, Isabella hizo una promesa silenciosa. Prometió hacer todo lo posible para darle a Ian una vida feliz y segura, y para demostrar en su nuevo trabajo que era más que capaz de cumplir con cualquier expectativa que se le presentara. Sabía que el camino no sería fácil, pero estaba decidida a afrontarlo con valentía y determinación.
Al día siguiente, cuando el despertador sonó, Isabella se levantó temprano, preparada para enfrentar el nuevo capítulo de su vida. Sabía que su madre estaría orgullosa de ella, y eso le dio la fuerza para seguir adelante. Con Ian a su lado, estaba lista para cualquier desafío que el día le presentara.