Estas acostumbrado a leer novelas de reencarnacion en donde la protagonista reencarnada se vuelve poderosa, ¿que pasaria si esta novela no es como las demas? ven y lee algo diferente, algo que sin duda te gustara.
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Nada sale bien
Las puertas de la mansión Valentis se cerraron de golpe tras Aranza.
Sabía que el escándalo de la corte la estaba esperando dentro.
El aire dentro de la casa estaba cargado de tensión. La opulenta sala, normalmente un reflejo del poder y prestigio de la familia Valentis, ahora parecía una trampa. Y en su interior la bestia la aguardaba.
Su madre.
Lady Evelyne Valentis estaba de pie en el centro de la habitación, con su vestido perfectamente arreglado y su expresión más fría que nunca. A su lado, un sirviente tembloroso sostenía una copa de vino que la mujer ni siquiera había tocado.
—Aranza. —Su tono era gélido, controlado. Demasiado controlado.
Aranza rodó los ojos y se dejó caer en un sillón con una gracia desganada.
—¡Madre, querida! Qué gusto verte. ¿Cómo te ha tratado el escándalo?
—¡Tú! —La voz de Evelyne se rompió en un grito furioso—. ¡Nos has convertido en la burla de toda la nobleza! ¡¿Tienes idea del ridículo que hiciste hoy?!
Aranza tomó un cojín y lo abrazó con pereza.
—Si te refieres al numerito del desmayo, quedé fantástica. Debería ser actriz.
Evelyne lanzó la copa contra el suelo.
—¡No es un juego, Aranza!
Los sirvientes que estaban cerca se tensaron, aterrorizados. Nadie hablaba así a la joven lady. Nadie excepto su madre.
Evelyne se acercó con pasos firmes, con la mirada ardiendo de vergüenza y rabia.
—Has arruinado nuestras oportunidades. Nadie en la nobleza querrá casarse contigo después de esto. Eres una mujer rechazada. ¡Despreciada!
Aranza suspiró y apoyó la cabeza en el cojín, fingiendo preocupación.
—Oh no, madre. ¡Qué horror! Significa que tendré que vivir en paz, sin que me vendan al mejor postor. Qué tragedia.
Evelyne la tomó del brazo con fuerza.
—¡Deja de burlarte! Sin un buen matrimonio, tu futuro está perdido. Y no solo el tuyo, ¡el de nuestra familia!
Pero antes de que pudiera continuar, la temperatura de la habitación bajó.
Las puertas se abrieron lentamente.
Un silencio mortal se instaló en la sala.
Vladimir Valentis había llegado.
Evelyne se enderezó al instante y soltó a Aranza. Los sirvientes bajaron la cabeza, algunos incluso retrocedieron como si su mera presencia pudiera asfixiarlos.
Aranza se tensó. Su padre no era un hombre que levantara la voz. No lo necesitaba. Su presencia lo hacía todo.
Y en este momento, estaba furioso.
Se detuvo frente a ellas, su mirada oscura e implacable posándose en Aranza.
—Qué escena tan desagradable.
Aranza forzó una sonrisa.
—Si quieres, puedo repetir mi desmayo para mejorar el dramatismo.
Vladimir no reaccionó a la burla. En su lugar, la tomó del brazo con brutalidad.
—Acompáñame.
El aire abandonó los pulmones de Aranza.
—Padre… estás apretando muy fuerte.
Evelyne dio un paso al frente, preocupada.
—Vladimir, suéltala.
Pero él no lo hizo.
—Tengo algo importante que decirle a mi hija.
Y con eso, la arrastró fuera de la sala, dejando a Evelyne paralizada en su lugar.
El despacho de Vladimir era un lugar donde se sellaban destinos.
Aranza lo sabía. Cuando la arrojó dentro y cerró la puerta detrás de él, sintió el peso de su sentencia antes de que su padre hablara. Vladimir caminó hasta su escritorio y tomó un pergamino sellado con cera roja.
—El rey ha hablado.
Aranza sintió un escalofrío. Vladimir levantó el documento y lo dejó caer sobre la mesa con un sonido seco.
—Hemos conseguido la paz con Mar de Fuego.
Silencio.
Aranza entrecerró los ojos.
—¿Y a mí qué me importa?
Vladimir la miró como si fuera una tonta.
—Porque tú, Aranza, has sido clave en el acuerdo.
El corazón de Aranza se detuvo.
—…¿Qué?
Vladimir cruzó los brazos.
—Tu matrimonio con el príncipe Cassius Darkmoor ha sido acordado en honor a la paz entre ambos imperios.
Aranza sintió que el suelo se le movía.
—Tú… tú no puedes estar hablando en serio.
—Estoy completamente serio.
—¡No puedes hacerme esto!
—Acabo de hacerlo.
Aranza sintió cómo la desesperación escalaba en su pecho.
Ella había leído esa maldita novela. Sabía lo que pasaría. Sabía lo que le pasó a la verdadera Aranza en esa historia.
Cassius no la amaba. No la quería. No la protegió.
Él la dejó morir.
Su garganta se cerró.
—Padre… por favor…
Pero Vladimir la observó con frialdad.
—Deberías sentirte honrada, Aranza. Vas a casarte con un príncipe.
Aranza quiso gritar.
No. No. No.
Se tambaleó hacia atrás, su respiración acelerada.
—No. Esto no puede ser mi destino. Yo… yo no voy a morir en esta historia.
Y entonces, una idea nació en su mente.
La única carta que tenía.
Beatriz.
Si Vladimir estaba desesperado por una heredera fuerte, ella ya tenía la respuesta.
Sonrió con absoluta malicia.
—Padre, qué afortunado eres.
Vladimir la observó con dureza.
—¿Qué estás diciendo?
Aranza levantó la barbilla con altivez.
—Porque ya tienes a la hija perfecta.
Silencio.
—No soy yo.
Los ojos de Vladimir se entrecerraron peligrosamente.
Aranza avanzó un paso.
—Beatriz.
El ambiente se volvió helado.
Vladimir no reaccionó de inmediato.
—Beatriz no tiene nada que ver con esta conversación.
Pero Aranza sonrió aún más.
—Ah, pero sí. Porque resulta que ella… es tu verdadera hija.
Vladimir se quedó inmóvil.
El despacho se sintió sofocante.
Aranza continuó, con su tono más venenoso.
—¿No lo sabías, padre? Qué sorpresa.
El silencio fue eterno.
Hasta que Vladimir habló.
—Tienes tres segundos para explicarte.
Aranza saboreó su victoria.
—Beatriz. Esa campesina que ha sido tan útil para la corona. Esa joven fuerte, luchadora, que tanto admiran. —Se acercó un poco más, disfrutando la tensión—. Es sangre Valentis.
La revelación rompió el aire.
Los ojos de Vladimir, por primera vez en la vida, mostraron algo parecido a la sorpresa.
Aranza pensó que había ganado.
Que había encontrado su salida.
Pero no tenía idea de lo equivocada que estaba.
Ves: mirar, observar, ver
vez: repetir