Comenzando Amar

La tarde transcurría con normalidad en la cocina del restaurante. Estábamos organizando todo para el servicio cuando, de repente, Arie entró y, sin previo aviso, se desplomó en el suelo.

—¡Arie! —grité, corriendo hacia ella mientras la sostenía en mis brazos.

El pánico se apoderó de mí. Sin pensarlo dos veces, la cargué y salí disparado hacia el hospital más cercano. Mi corazón latía con fuerza mientras la observaba inconsciente en el asiento del copiloto. No podía perderla, no ahora, no nunca.

Al llegar al hospital, me encontré con una cara conocida: el señor Ramiro y su familia también estaban allí. Su nieto estaba esperando noticias de su esposa, quien acababa de dar a luz.

—¿Qué pasó, Andy? —preguntó el chico al verme entrar con Arie en brazos.

—Se desmayó de la nada —expliqué rápidamente—. No sé qué le pasó, pero necesito que la revisen ya.

Él asintió comprensivo.

—Así empezó mi esposa cuando se enteró de que estaba embarazada. Los primeros días se la pasaba desmayándose.

Mis ojos se abrieron como platos.

—¿Embarazada?

Mi mente comenzó a trabajar a mil por hora. ¿Y si Arie estaba esperando un bebé? Me asusté, no podía mentir. Ya tenía una hija y, aunque la amaba con toda mi alma, no estaba preparado para tener otro bebé en este momento. Pero si el destino nos tenía preparada esa sorpresa, sabía que lo amaría sin dudarlo.

Después de lo que parecieron siglos, el doctor finalmente salió de la sala donde atendían a Arie.

—¿Está bien? —pregunté de inmediato.

—Sí, no fue nada grave. Se desmayó porque, al parecer, no ha comido en todo el día.

Fruncí el ceño.

—¿Qué? ¡¿Cómo que no ha comido?!

Me pasé una mano por el cabello, frustrado.

—Esa niña… ¡trabaja en un restaurante de comida y no se le ocurre probar bocado en todo el día!

Suspiré, sintiéndome aliviado. No estaba embarazada. Pero eso no significaba que no me preocupaba.

Cuando entré a verla, ella ya estaba despierta, con una expresión avergonzada.

—Lo siento —susurró.

Me crucé de brazos y la miré con fingido enojo.

—¿Sabes lo asustado que me tenías? Pensé que estabas embarazada.

Sus ojos se abrieron de par en par.

—¡¿Qué?!

—Sí, gracias a tu desmayo casi me da un infarto.

Ella se llevó una mano al rostro, riéndose suavemente.

—Bueno, ya sabes la solución. Si no quieres sustos… aliméntame bien.

Rodé los ojos y me acerqué para besar su frente.

—No voy a permitir que vuelvas a saltarte una comida, ¿entendido?

—Entendido, jefe.

Sonreí y le tomé la mano. Lo importante era que estaba bien, y eso era todo lo que me importaba.

[...]

Andy llevó a Arie en brazos hasta su apartamento y la acostó con cuidado en su cama. Ella lo miraba con una sonrisa divertida, pero aún se veía un poco pálida.

—Voy a prepararte algo de comer —le dijo, asegurándose de que estuviera bien cubierta con la sábana.

—Eres tan dramático —bromeó Arie—. Solo fue un desmayo.

Andy le lanzó una mirada de advertencia.

—No quiero volver a verte en el suelo inconsciente, ¿me oyes? Ahora, quédate aquí y descansa.

Salió de la habitación y fue directo a la cocina. Estaba sacando los ingredientes cuando el timbre sonó. Frunció el ceño. No estaba esperando a nadie. Caminó hasta la puerta y, al abrirla, se encontró con su madre, la señora Beatriz, quien lucía tan impecable como siempre, aunque su rostro denotaba preocupación.

—Hola, mamá —saludó Andy, sorprendido—. ¿Qué haces aquí tan temprano?

Beatriz entró sin esperar invitación, con ese aire refinado que siempre la caracterizaba.

—Tenía que hablar contigo sobre lo de Charlotte —respondió con seriedad—. Me enteré de lo que Evelin está planeando y esto se puede poner feo, hijo.

Andy suspiró y cerró la puerta detrás de ella.

—Ya lo sé. Andrés me dijo que legalmente Evelin no tiene muchas posibilidades de ganar una custodia exclusiva, pero eso no significa que no vaya a hacerme la vida imposible.

—Por supuesto que lo hará —dijo Beatriz con un suspiro—. Esa mujer es un problema.

Andy rodó los ojos.

—No empecemos con eso, mamá. Evelin y yo cometimos errores, pero Charlotte es lo más importante para mí. No voy a permitir que use a mi hija como un arma para manipularme.

Beatriz asintió, observándolo con detenimiento.

—Me alegra escucharte decir eso. Ahora, dime la verdad, ¿estás preparado para pelear por la custodia si las cosas llegan a ese punto?

Antes de que Andy pudiera responder, la voz de Arie se escuchó desde la habitación.

—Andy… ¿ya está la comida?

Beatriz arqueó una ceja, girando la cabeza hacia la puerta entreabierta de la habitación de su hijo.

—¿Arie está aquí?

Andy se frotó la nuca, sintiendo venir el interrogatorio.

—Sí, mamá, está aquí. Se desmayó en el restaurante, así que la traje para que descansara.

La expresión de Beatriz cambió ligeramente, pero no hizo ningún comentario al respecto.

—Veo que las cosas entre ustedes han avanzado bastante —dijo con una mezcla de curiosidad y algo más que Andy no supo interpretar del todo.

Él sonrió con diversión.

—Bastante, mamá. Y me gusta así.

Beatriz suspiró.

—Bueno, ahora ocúpate de ella. Pero no olvides lo que hablamos. Charlotte es lo más importante en todo esto.

—Siempre lo ha sido, mamá.

Beatriz le dio una última mirada antes de asentir y dirigirse a la puerta. Andy la vio salir y luego volvió a la cocina, sacando los ingredientes para la comida.

—Voy, amor —dijo en dirección a la habitación, sonriendo al escuchar a Arie protestar suavemente.

A pesar de todo lo que estaba pasando, se sentía en paz. Porque, por primera vez en su vida, tenía claro lo que quería. Y Arie era parte de ello.