LA JOVEN ESPOSA DEL TÍO DEL REY

Negando firmemente, Abril se escondió en una esquina, tras una mesa de noche, mientras tenía el rostro oculto entre sus rodillas. No quería creer lo que había escuchado, no quería creer que su príncipe solo la quería para usarla, quería creer que con él tendría un final como el cuento de la Cenicienta. No quería pensar mal de lo único bueno que se había cruzado en su patética existencia

Una vez en el cuarto de comunicaciones, por fin Elwin pudo comunicarse con su sobrino haciendo uso de la radio analógica del barco. Apenas escuchó respuesta del otro lado, sonrío con dicha al empezar a hablar con el único familiar con vida que le quedaba.

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Después de una hora, la alfombra de Gladiolus por fin había llegado al barco donde se encontraban siendo transportados Elwin y Abril. Genevieve, nerviosa por reencontrarse después de mucho tiempo con Abril, agachaba la cabeza mientras se mantenía escondida en su capa andrajosa.

—¡Capitán!—escuchó hablar a Gladiolus.

Al alzar un poco la cabeza, notó que el hombre en frente de ellos era el mismo hombre que su hija había salvado, el ahora guardián de la reina escogida por el mundo espiritual. Al verlo tan de cerca, pudo calmarse un poco, si de verdad ese hombre estaba del lado de su hija, de manera incondicional, aun si el veneno la matara, podía irse tranquila de que Abril estaría segura.

—He hablado con su majestad—le dijo Elwin—me contó de la llegada de la concubina más joven del emperador, pero no me quiso decir quién era.

—La tiene a su lado, capitán—respondió Gladiolus—¿Los presento yo o...?

—No, yo lo haré—habló la madre de Abril con la mirada aún baja—soy Genevieve, la madre de a quien usted ha llamado Abril. Muchas gracias... ¡Muchas gracias por sacarla del palacio!

—¿La madre de Abril?—preguntó sorprendido Elwin—entonces, ¿Fue usted quien me ayudó a sobrevivir?

—En gran parte, se puede decir que sí—respondió cansada—capitán...¿Mi hija?

—Está en mi camarote—dijo—¿Le gustaría ir a verla?

Después de asentir, Elwin acompañó a la mujer a su camarote, seguidos por Gladiolus; sin embargo, cuando estaba por tocar la puerta, la pequeña mano de Genevieve lo detuvo.

—¿Ocurre algo?—preguntó al notar su nerviosismo.

—Sea lo que vea, cuando mi hija sepa que estoy acá—le imploró la mujer—por favor, no la rechace.

Extrañado por aquella petición, tocó la puerta para luego entrar. Buscando entre el amplio camarote, notó un bulto que se escondía detrás de una mesa de noche.

—¿Abril?—la llamó.

—¡Mi príncipe!—exclamó.

Con la cara roja de tanto llorar, saltó para abrazarlo; sin embargo, al ver a una mujer detrás de Elwin, los ojos de Abril comenzaron a oscurecerse.

—Bella...—esta vez la llamó su madre.

—¡Bella no existe!—gritó con la voz gruesa Abril—¡La terminaste de matar cuando la abandonaste!

Como si se tratara de un demonio, los ojos negros de la dulce Abril se convirtieron en unos rojos carmesí y con sed de sangre ahora se había lanzado para lastimar la cara de su madre; sin embargo, su pequeño y delgado cuerpo fue detenido por los brazos de Elwin.

—¡Te mataré!—volvió a gritar—¡Te mataré!

Elwin, quien estaba siendo lastimado en los brazos por las uñas anormalmente largas de Abril, siguió resistiendo mientras intentaba alejar a la chica de su madre. Estaba frío del miedo, no podía creer que aquella dulce chica pasara a ser alguien extremadamente peligrosa.

Intentando calmarse, con el corazón roto por el estado de su hija, se apresuró a abrir la puerta del balcón del camarote y, tomando con fuerza el brazo de Abril, hizo que ambas cayeran al mar ante la incredulidad de Elwin.

—¡¿Pero qué?!—preguntó Elwin al observar el mar—¡Abril!

—¡Alto!—Gladiolus colocó su mano en su hombro para evitar que él saltara—deje que la princesa Genevieve se encargue, ella más que nadie sabe como calmar a los de su propia especie.

—¿Princesa? ¿Propia especie?—le volvió a preguntar—¡Te exijo respuestas, Gladiolus!

Al ver la cara llena de terror de Elwin, Gladiolus suspiró, tarde o temprano el hombre descubriría la verdad tras Abril. Por lo que, señalando con su dedo, le enseñó cierta dirección a la cual mirar.

—¡No!—respondió incrédulo ante lo que veía—¡No es posible!

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Mientras tanto, a lo lejos, en el batallón subterráneo fronterizo, una hermosa mujer de cabellera celeste caminaba con su traje de asistencia médica, entre los múltiples heridos que trataba en el ala médica.

Mientras terminaba de suturar una herida de arma blanca, pudo sentir como todo el lugar quedaba en silencio y unos pasos hacia ella se hacían cada vez más y más fuerte.

Suspirando, puesto que sabía de quién se trataba, le dio una sonrisa de apoyo al soldado herido y se dio la vuelta par a encontrarse cara a cara con el hombre más temido y respetado del lugar.

—Necesito que hablemos—le ordenó el hombre—sígueme.

—Sí, su majestad—le dio una reverencia.

La mujer siguió los pasos del rey con sumo cuidado hasta llegar a su despacho, donde cerró la puerta para quedarse completamente a sola con ella.

Sin esperar que dijera alguna palabra, el rey tomó su rostro entre sus brazos y comenzó a besarla con suma pasión, hasta dejarla roja por la falta de aire; sin embargo, su actitud inmóvil lo sacó un poco de quicio.

—¡¿Vas a seguir odiándome?!—le preguntó—¡Eres mi esposa, joder!

—¿En qué puedo ayudarle, su majestad?—respondió con clara frialdad.

—¡Maldición!—espetó sentándose en el escritorio—es mi tío... al fin pude hablar con él.

—Me alegro saber que el capitán Warrick sigue con vida, rey Somnus—respondió la chica intentando ocultar su sonrisa.

—Está en camino para acá, deberán llegar en un día, apenas crucen la frontera—le dijo—de acuerdo a lo que Gladiolus me dijo, tanto la princesa Genevieve como su hija necesitan atención médica, ¿Puedes ayudarlas?

—Sí, señor—respondió haciendo una reverencia.

Justo antes de irse, mientras Somnus la observa con su barbilla descansando entre sus dos manos, este le hizo una pregunta que la hizo detenerse un momento.

—¿Hasta cuando, Erin?—le preguntó.

—Hasta que me des el divorcio—respondió sin mirarlo a la cara.

Luego de cerrar con sumo respeto la puerta, caminó entre los estrechos pasillos de aquel batallón que en realidad era un bunquer subterráneo, hasta la habitación que se le fue dada para descansar. Ordenándole a sus doncellas esperar a fuera, apenas quedó sola, dio unos pasos hasta un cofre en un tocador.

—¡Aquí está!—dijo mientras sacaba un relicario.

Luego de abrirlo y mover un poco la fotografía de su padre, detrás de este, escondida muy bien, se encontraba una pequeña imagen de un hombre de cabello plateado, casi similar al rey Somnus.

—¡Gracias a los dioses estás vivo!—dijo con una sonrisa, mientras besaba la foto—pronto seré libre, mi amor. Pronto podré casarme contigo, Elwin.

Observando con dulzura y alegría la fotografía del tío de su esposo, la reina Erin dio unas pequeñas vueltas de felicidad, imaginándose el momento en que por fin pudiera ser la única esposa de Elwin.