En un remoto pueblo donde la niebla nunca se disipa, se encuentran vestigios de un antiguo secreto que atormenta a sus habitantes. Cuando Clara, una joven periodista, llega en busca de respuestas sobre la misteriosa desaparición de su hermana, descubre que cada residente guarda un oscuro pasado.
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Capítulo 16: La Herencia de las Sombras
Con el tiempo, Clara se acostumbró a su nuevo papel. Aprendió a escuchar los susurros del bosque, a entender los secretos que San Everardo guardaba bajo su superficie y a aceptar que las sombras, lejos de ser una amenaza constante, eran una guía. Sin embargo, una tarde fría, mientras revisaba los escritos que había heredado de don Ismael y el diario de María, encontró una página que le heló la sangre.
En un pasaje desgastado y casi ilegible, María advertía que, aunque había aprendido a convivir con la sombra, esta tenía una condición. “Cada generación de guardianes debe encontrar a un sucesor digno antes de que su tiempo se termine, o la sombra caerá sobre el pueblo nuevamente.”
Clara sintió que la responsabilidad sobre sus hombros crecía aún más. Hasta ese momento, había pensado que su conexión con la sombra sería algo que la acompañaría toda su vida sin mayores cambios. Pero ahora comprendía que tenía una misión más importante: asegurar que alguien más estuviera listo para ocupar su lugar cuando ella ya no pudiera cumplir con el rol.
Fue así como empezó a observar con atención a la gente de San Everardo, buscando a alguien con la capacidad de comprender la oscuridad y la fortaleza para abrazarla sin ser consumido. Sabía que era una tarea difícil; no todos podían aceptar los secretos del bosque y el peso de una sombra que siempre estaría presente.
Una noche, mientras caminaba por el bosque siguiendo el murmullo de las sombras, Clara llegó a una pequeña cabaña al borde del pueblo, donde vivía Samuel, un joven que había mostrado un interés particular por las historias y leyendas del lugar. Samuel era reservado y curioso, y desde que Clara había derrotado a la sombra, había comenzado a hacerle preguntas sobre los misterios del bosque, como si intuyera que ella sabía mucho más de lo que estaba dispuesta a contar.
Al día siguiente, Clara lo encontró en la plaza del pueblo y se acercó para conversar con él. Sin rodeos, le preguntó:
—Samuel, ¿crees en las sombras que protegen a este pueblo?
El joven la miró, sorprendido, pero luego asintió, sus ojos reflejando una mezcla de intriga y respeto.
—Siempre he sentido que hay algo más en este lugar, algo que va más allá de lo que conocemos. Mi abuela solía contarme historias sobre el bosque y la sombra que protegía a los habitantes —respondió, sin apartar la mirada.
Clara sonrió, viendo en él la chispa de curiosidad y fortaleza que había estado buscando. Decidió llevarlo al claro del altar esa misma noche, para probar si realmente tenía el temple necesario para asumir su papel como el próximo guardián.
Esa noche, bajo la luz de la luna, Clara y Samuel llegaron al claro. Le contó sobre el ritual, la entidad, y su propio vínculo con la sombra, revelándole los secretos que ella misma había aprendido. Luego, lo guió en un pequeño ritual de invocación, uno que no llamaría a la sombra en su totalidad, sino solo a una pequeña manifestación de su esencia, suficiente para probar el corazón de Samuel.
Cuando las palabras del conjuro resonaron en el aire, una figura oscura y tenue apareció frente a ellos. No era amenazante, sino más bien una presencia tranquila, un eco de la verdadera sombra. Samuel la miró sin vacilar, sus ojos fijos en la entidad, mientras Clara observaba su reacción.
—Si tomas este camino, vivirás en la frontera entre la luz y la oscuridad. Serás el guardián de los secretos y protegerás a San Everardo de aquello que muchos no comprenden. ¿Estás dispuesto a asumir ese peso? —preguntó Clara.
Samuel asintió sin dudar, sus palabras firmes.
—Siempre he sentido que el bosque me llama, como si mis pasos estuvieran destinados a este lugar. Acepto, Clara. Seré el guardián cuando llegue el momento.
La sombra pareció inclinarse levemente ante Samuel, como si aprobara su elección. Con un susurro que parecía una promesa, la figura se desvaneció, dejando en su lugar una quietud solemne.
Esa noche, Clara y Samuel regresaron al pueblo en silencio, ambos sabiendo que el futuro de San Everardo estaba asegurado, al menos por una generación más. Clara se sintió en paz, consciente de que había encontrado en Samuel a alguien digno de continuar el legado.
A partir de ese momento, Clara dedicó su tiempo a enseñarle todo lo que sabía, a compartir con él cada misterio del bosque y a mostrarle los peligros y recompensas de la oscuridad. Sabía que su tiempo como guardiana estaba destinado a terminar algún día, pero mientras estuviera ahí, protegería a San Everardo junto a Samuel, para que la paz reinara en el pueblo y las sombras no volvieran a ser una amenaza.
Con cada noche que pasaba, Clara sentía que su legado estaba en buenas manos, y San Everardo, por fin, podía dormir sin temor.