En un barrio marginado de la ciudad, Valentina, una chica de 17 años con una vida marcada por la pobreza y la lucha, sueña con un futuro mejor. Su vida cambia drásticamente cuando conoce a Alejandro, un ingeniero de 47 años que, a pesar de su éxito profesional, lleva una vida solitaria y atormentada por el pasado. La atracción entre ellos es innegable, y aunque saben que su amor es imposible, se sumergen en una relación secreta llena de pasión y ternura. ¿como terminara esta historia?
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Capítulo 24: El Límite de la Cordura
La noche era fría, con un viento que arrastraba consigo un murmullo constante entre las calles vacías. Valentina y Ernesto caminaban hombro a hombro, abrigados contra el aire gélido, en dirección al terreno donde todo había comenzado. Valentina llevaba el cuaderno de Alejandro bajo el brazo y la linterna en la otra mano, mientras que Ernesto sostenía una pala, más por la necesidad de sentir algo sólido en sus manos que por creer que la necesitarían.
Ninguno de los dos hablaba mientras se acercaban al lugar, como si el silencio fuera la única forma de respetar la atmósfera cargada de misterio y de sombras que los rodeaba. La última vez que Valentina había estado allí sola, había sentido una presencia que la había dejado con el miedo a flor de piel. Ahora, la compañía de Ernesto era lo único que le daba el coraje necesario para volver.
Llegaron al terreno, y el haz de la linterna de Valentina iluminó los brotes jóvenes que apenas habían sobrevivido el invierno. Todo estaba cubierto por una ligera capa de escarcha, que reflejaba la luz de forma extraña, como si el suelo brillara con un resplandor apagado. Valentina dirigió la linterna hacia el rincón donde había encontrado la caja de metal y donde, semanas antes, había oído aquel susurro que aún la atormentaba.
Ernesto se adelantó, inspeccionando el círculo de piedras y ramas que Valentina le había descrito. A primera vista, no parecía más que un capricho del viento o de algún animal, pero había una disposición en las piedras que le resultaba inquietante, un patrón que se repetía de forma demasiado precisa como para ser accidental.
"¿Crees que Alejandro dejó esto?" murmuró Ernesto, aunque su voz apenas se alzaba sobre el susurro del viento.
Valentina negó con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta. "No lo sé. Pero siento que... hay algo que quería que encontráramos aquí. Como si sus palabras en el cuaderno fueran una advertencia."
Ernesto asintió, y entonces, sin decir nada más, clavó la pala en la tierra congelada, justo en el centro del círculo. Valentina contuvo la respiración mientras lo observaba, con las manos frías sujetando la linterna, que temblaba levemente. Cada golpe de la pala resonaba como un latido hueco en la quietud de la noche, y el agujero en el suelo se fue haciendo más profundo a medida que Ernesto avanzaba, retirando la tierra endurecida por el frío.
Después de un rato, Ernesto se detuvo, respirando con dificultad por el esfuerzo. Algo en la tierra había resistido el último golpe, y cuando él se inclinó para retirar los restos de tierra con las manos, sus dedos encontraron el contorno de otra caja metálica, más pequeña que la anterior y mucho más oxidada, como si hubiera estado enterrada durante años.
Valentina y Ernesto intercambiaron una mirada cargada de ansiedad y, con un movimiento rápido, Valentina se arrodilló junto a él para ayudarlo a desenterrar la caja. La sacaron del agujero y la colocaron en el suelo cubierto de escarcha. La tapa estaba sellada por el óxido y la corrosión, pero después de varios intentos, lograron abrirla, liberando un olor a humedad y moho que les arrancó una mueca.
Dentro de la caja encontraron un puñado de papeles amarillentos, fotografías antiguas y, en el fondo, una pequeña figura de cerámica rota por la mitad, envuelta en un paño sucio. Valentina tomó los papeles con manos temblorosas, tratando de leer los textos borrosos a la luz de la linterna, mientras Ernesto sacaba las fotos, una por una, tratando de entender su contenido.
Las imágenes mostraban escenas del barrio en un tiempo que ninguno de los dos reconocía: casas que ya no existían, personas desconocidas con expresiones serias, como si algo oscuro pesara sobre ellas. En una de las fotos, Alejandro aparecía de pie junto a otros hombres, todos con el rostro grave. Pero lo que capturó la atención de Valentina fue el texto escrito en la parte trasera de esa imagen, con una letra que apenas podía descifrar: *"Prometimos no olvidar, pero el olvido nos alcanzó a todos."*
"¿Qué significa esto?" preguntó Ernesto, acercándose a Valentina para mirar la foto.
Ella negó con la cabeza, incapaz de darle una respuesta, pero entonces sus ojos se detuvieron en la pequeña figura de cerámica rota que aún estaba en la caja. La levantó, sintiendo el frío de la cerámica en sus dedos, y se dio cuenta de que tenía la forma de un extraño símbolo, parecido al círculo que habían encontrado en el suelo, con líneas entrelazadas que parecían imitar raíces o ramas.
De repente, un ruido rasposo rompió el silencio, como si algo se hubiera movido entre los arbustos a unos metros de ellos. Valentina apuntó la linterna hacia el origen del sonido, pero no vio nada. Sin embargo, el aire se sentía más denso, cargado de una tensión eléctrica que les erizaba la piel.
"Debemos irnos, Valentina", dijo Ernesto con voz apremiante, volviendo a cubrir la caja con el paño. "Esto es más grande de lo que pensábamos. Quizás sea mejor buscar ayuda, alguien que pueda entender qué..."
Antes de que pudiera terminar la frase, un nuevo susurro llegó hasta ellos, más fuerte que el que Valentina había escuchado antes, como si docenas de voces se entrelazaran en el aire gélido: *"Nunca debieron buscar... nunca debieron desenterrar..."*
Ambos retrocedieron de golpe, y Valentina sintió que la linterna se le caía de las manos, apagándose al chocar contra el suelo. La oscuridad los envolvió, y durante unos instantes, solo pudieron escuchar el latido acelerado de sus corazones y el murmullo incesante que parecía emanar del suelo mismo.
"¡Vámonos de aquí, Valentina!" gritó Ernesto, agarrándola del brazo, y juntos corrieron hacia la salida del terreno, dejando atrás la caja y los papeles esparcidos.
Pero mientras corrían, Valentina tuvo la impresión de que las sombras a su alrededor se movían, alargando brazos oscuros para atraparlos, y que las voces que susurraban su nombre se volvían cada vez más urgentes, como si el barrio entero estuviera despertando de un largo sueño.
Finalmente, llegaron a la calle principal, donde la tenue luz del farol los envolvió como un abrazo salvador. Se detuvieron, jadeando, con el aliento formando nubes de vapor en el aire frío. Miraron hacia atrás, pero el terreno parecía sumido en la misma quietud de siempre, como si nada hubiera pasado.
Ernesto se inclinó, apoyando las manos en las rodillas para recuperar el aliento, mientras Valentina intentaba contener las lágrimas que le llenaban los ojos. La sensación de haber tocado algo que nunca debieron descubrir la consumía, y un pensamiento aterrador se clavó en su mente: tal vez Alejandro no había desaparecido por voluntad propia, tal vez había sido tragado por algo que había permanecido oculto hasta ahora, esperando el momento de arrastrar a alguien más con él.
"Ernesto... ¿qué hacemos ahora?" murmuró Valentina, su voz apenas un hilo.
Él la miró, con el rostro pálido y la expresión más seria que le había visto jamás. "Tenemos que decidir si seguimos adelante o si dejamos que este lugar nos trague como lo hizo con Alejandro. Pero si continuamos, Valentina, necesitamos estar preparados para enfrentar lo que sea que esté ahí. Y tal vez... tal vez no haya vuelta atrás."
Valentina asintió, tragando saliva, mientras la sensación de ser observada no se disipaba. Sabía que no podrían ignorar lo que habían encontrado, que las voces y los susurros seguirían persiguiéndolos mientras quedaran secretos enterrados en la tierra. Y aunque el miedo la carcomía por dentro, una pequeña parte de ella, la misma que la había impulsado a regresar al barrio, sabía que no podía detenerse.
La caja, los papeles, y las sombras que se movían entre las calles parecían formar un rompecabezas imposible. Pero ahora, por primera vez, Valentina se daba cuenta de que encontrar la verdad podría costarles algo más que su cordura. Podría costarles todo lo que les quedaba, incluyendo la poca esperanza que aún albergaban.
Esa noche, mientras se alejaban del terreno con la promesa de volver, Valentina comprendió que ya no había retorno posible, y que, como Alejandro, estaban atrapados en un misterio que no les permitiría escapar.