"He regresado de las profundidades del infierno, un viaje oscuro y tortuoso, para reclamar lo que me pertenece. Soy Lucía Casanova, la única heredera de una dinastía marcada por la traición y el secreto. Mis enemigos pensaron que podían arrebatarme mi legado, pero no conocen la furia que despierta en mí la injusticia. Ahora, con cada paso que doy, el eco de mi venganza resuena más fuerte. ¡El tiempo de la redención ha llegado!"
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Capitulo X La cita
Una vez estuvimos solos, Lucía empezó a hablar de su caso. Me hizo sentir mal que ni siquiera preguntara por Miranda. Sabía que Lucía era fría, pero tenía la esperanza de que al menos sintiera un poco de celos hacia mí. Tenía que dar el siguiente paso, o si no, nunca podría entrar en su frío corazón.
“¿Qué piensas?”, preguntó ella, mirándome con curiosidad.
Estaba nervioso, como si fuera un adolescente. Le sonreí y mis palabras se atascaban en mi garganta. “¿Quisieras salir esta noche conmigo?”, pregunté finalmente.
“Está bien, los dos necesitamos algo de distracción. Estamos cerca de tener el caso armado”, respondió ella, despreocupada.
En ese momento, sentí una mezcla de sorpresa y alivio recorriendo mi cuerpo. No podía creer que hubiera aceptado. Mi corazón latía con fuerza, y una chispa de esperanza se encendió en mí. Continuamos discutiendo el caso contra los Lombardi, pero en mi mente solo resonaba la idea de esa noche juntos.
Mientras hablábamos sobre el caso, mi mente divagaba entre las pruebas y la emoción de nuestra inminente salida. Lucía seguía analizando cada detalle con su habitual precisión, pero yo apenas podía concentrarme. La idea de pasar tiempo con ella fuera del ambiente tenso de la investigación me hacía sentir un torbellino en el estómago.
“¿Qué opinas de la declaración de ese testigo?”, preguntó, rompiendo mi trance.
“Eh... sí, claro”, respondí, tratando de volver al presente. “Creo que hay algo sospechoso en su historia. No encaja con lo que sabemos hasta ahora”.
Lucía asintió, pero yo apenas podía escucharla. En mi mente, ya estaba imaginando cómo sería nuestra noche. ¿Qué lugar elegiríamos? ¿Qué conversación fluiría entre nosotros? La idea de ver a Lucía reír o sonreír fuera del entorno profesional me llenaba de entusiasmo.
Finalmente, cuando terminó la discusión sobre el caso, Lucía se levantó y dijo: “Entonces, ¿a qué hora nos encontramos?”
“¿Te parece bien a las ocho?”, respondí, sintiendo cómo mi voz temblaba ligeramente.
“Perfecto. Nos vemos entonces”, dijo ella con una leve sonrisa antes de salir de la oficina.
Me quedé allí sentado un momento, procesando lo que acababa de suceder. Había dado un paso hacia adelante y, aunque no sabía qué pasaría esa noche, sentía que era un pequeño triunfo. Al salir del trabajo, me di cuenta de que tenía muchas cosas que preparar: elegir la ropa adecuada, pensar en cómo romper el hielo y, sobre todo, intentar no parecer demasiado nervioso.
La tarde pasó volando mientras me preparaba. Cuando llegó la hora, salí con una mezcla de nervios y emoción. Al llegar al lugar acordado, vi a Lucía esperándome. Se veía increíble; su expresión seria había dado paso a una curiosidad que iluminaba su rostro.
“Hola”, dije mientras me acercaba.
“Hola”, respondió ella con una sonrisa que hizo que todo mi nerviosismo se desvaneciera un poco.
La noche apenas comenzaba.
Fuimos a cenar a un restaurante muy tranquilo, la música del fondo te invitaba a relajarte, las personas ahí presentes estaban concentrados en sus conversaciones, era el lugar ideal para pasar una velada especial.
“Espero te guste el lugar”. Comenté sonriendo.
“Está perfecto; sin tanto ruido”. Respondió ella mirándome.
Un mesonero se nos acercó para llevarnos a nuestra mesa, era un lugar privado donde solo estaríamos los dos.
“Pense que sería mejor estar solos, hemos pasado una semana rodeados de muchas personas”.
“Tienes razón, pero ya no hablemos de trabajo”. Propuso mientras leía el menú.
Yo la miraba fijamente, sus gestos al leer, su mirada profunda, la manera en la que pasaba un mechón de su cabello por detrás de su oreja me hacían querer acariciarla, tocar esa piel tan suave que ella tenía.
Pasamos la cena hablando de nuestros gustos y preferencias, sobre lo que queríamos hacer en el futuro y de los lugares que queríamos conocer. Ella era simplemente fantástica, ella era única.
Al terminar la cena fuimos a mi apartamento, Lucia quería conocer el lugar donde se suponía yo descansaba.
“Está muy bonito tu apartamento”. Comento mirando a su alrededor.
“Gracias, pero por favor ponte cómoda mientras te sirvo algo de beber”. Le dije mostrando el gran sofá de la sala.
“Mejor te ayudo a preparar una bebida que se te va a encantar”. Respondió con una sonrisa.
Me acompaño al pequeño bar que tenía en mi apartamento y con mucha destreza preparo dos bebidas, una para ella y la otra para mí.
Lleve el vaso a mi boca mirándola fijamente, no podía negar que esa bebida estaba muy buena. “¡WOW!, esto es increíble. ¿Dónde aprendiste a prepararla?”. Pregunte sorprendido.
“Después de salir del país, me tocó trabajar en un bar, aún no sabía que mis abuelos me habían heredado una pequeña fortuna, así que tenía que sobrevivir como fuera”. Me explico con nostalgia.
Estaba sorprendido ante su confesión, no podía imaginarla trabajando en un lugar así, rodeada de tanto borracho. “Debió ser muy difícil para ti estar en un lugar como ese”.
“Al principio si, no es fácil lidiar con tanto borracho y que siempre se quisieran propasar conmigo, pero una vez aprendí a manejarlos ya todo fue diferente”. Contesto sonriendo.
“¿Cuánto tiempo trabajaste en ese lugar?”.
“Casi un año, hasta que el abogado de mis abuelos dio conmigo y me hizo entrega de mi herencia. Ni siquiera mis padres tenían el conocimiento de ese dinero y bueno desde que lo tuve en mi poder me dediqué a hacerlo crecer y es por eso que ahora soy tan poderosa”. Respondió mirando fijamente el vaso en sus manos.
“Eres una mujer muy valiente y te admiro por eso”. Mis palabras eran sinceras, tenía dos meses conociéndola y lo que sabía de ella cada vez me impresionaba más.
“Eso no es tan así, pero bueno ya no hablemos más de cosas tristes, mejor pon algo de música para apartar las tristezas”.
“Tus deseos son órdenes”.
Puse música relajante y nos sentamos en el sofá, seguimos hablando de nuestras vidas, estába entretenido contándole varias anécdotas cuando ella se acercó a mí y sin esperarlo beso mis labios haciéndome callar.