Un deseo por lo prohibido
Viviendo en un matrimonio lleno de maltratos y abusos, donde su esposo dilapidó la fortuna familia, llevándolos a una crisis muy grave, no tuvo de otra más que hacerse cargo de la familia hasta el extremo de pedírsele lo imposible.
Teniendo que buscar la manera de ayudar a su esposo, un contrato de sumisión puede ser su salvación. En el cual, a cambio de sus "servicios", donde debía de entregársele por completo, deberá hacer algo que su moral y ética le prohíben, todo para conseguir el dinero que tanto necesita...
¿Será que ese contrato es su perdición?
¿O le dará la libertad que tanto ha anhelado?
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Capitulo 11
Yeikol negó con la cabeza, se levantó, se sirvió un trago de whisky, y se lo tomó de un sorbo. “¿Acaso eso no es lo que hace su esposo con ella?”— se preguntó el hombre.
Muriel notó la reacción de Yeikol, al escuchar lo que ella dijo, y continuó aclarando sus dudas.— Cláusula número 4.
— Mi jefe odia cuando una mujer llora en su presencia.
— Bien, la número 5.
— No puede pronunciar palabras de esas que dicen las mujeres en la intimidad. Tales como son, dame, duro, más, sigue, Papi, cógeme, soy tuya, que rico, sí, no pares, entre otras.
Muriel sonrió levemente con cierto sarcasmo.— ¿Qué mujer, en su sano juicio, puede expresar una de esas palabras, sintiendo dolor? Pero bueno, parece que al amo, no le gusta la hipocresía.— dijo la mujer.
Yeikol no dejaba de mirar a Muriel, era obvio que aceptó ser su sumisa por obligación, y eso lo excitaba aún más. La sola idea de obligarla a someterse a su voluntad, le provocaba morbo.
La mujer continuó leyendo el contrato. Tenía derecho a pedir lo que ella quisiera, siempre y cuando no involucrara al contratante. Tenía que ser revisada por una ginecología, y realizarse varios análisis médicos. Si resulta con una enfermedad contagiosa, se cancela el contrato. Si estaba embarazada, se cancela el contrato.
La mitad del dinero será entregado al firmar el contrato, la otra parte al finalizar el acuerdo.
Debería pagar el doble de la cantidad de dinero otorgado, más diez años de prisión, por incumplimiento del contrato.
El contratante se reunirá con la contratada, una o dos veces al mes, por un periodo de un año.
Ella terminó de leer detenidamente cada letra. Después de analizar y cerciorarse de que todo estuviese en orden, que no estaba vendiendo un órgano, firmó el contrato. Miró a Yeikol, después a Alfred. Su mirada expresaba disgusto, desilusión, e impotencia.
— Señora, Brown, me encargaré de su cita médica con la ginecóloga.— dijo Alfred.
— Señor, Alfred… Podría dejar de llamarme señora Brown. Cuando lo haces, me recuerdas que soy una mujer casada.
— Señora, Muriel, ¿A qué cuenta le deposito el dinero?— preguntó Alfred.
— ¿Podría esperar a que resuelva un pequeño problema, antes de darle el número de cuenta?
— Por supuesto.
Yeikol, por una razón desconocida, no pronunció palabra alguna. Se limitó a escuchar a su asistente, llegar a un acuerdo con la mujer. No obstante, no se perdió ni un solo gesto de Muriel.
Después de su pequeña reunión de trabajo, ella se retiró del lugar.
El asistente estaba preocupado. Su jefe era un hombre con voz propia, autoritario, demandante, meticuloso, y frente a esa mujer, se mostraba sosegado.
— Mi señor, ¿le ocurre algo? — preguntó Alfred, ya en el auto.
— Ella ama a su esposo. ¿Crees que estoy haciendo lo correcto?
— La verdad… No, mi señor. Con esa mujer no será como con las demás. Ella lo hace por obligación, las demás lo hacen por ambición. Todavía se puede arrepentir.
Yeikol exhaló profundamente, su ego y su soberbia eran más fuertes que su razonamiento. El deseo de poseer a esa mujer podía más que su entendimiento.
— Mi señor, ¿podría pasar con ella como con las demás?— preguntó Alfred.
— Imposible. Tú mismo lo acaba de decir, ella no es como las demás.
Dos días después. Noah fue dado de alta, y su esposa pagó la fianza para que no volverá a la cárcel.
Muriel se presentó a trabajar, ya que tenía varios días de permiso. Sus compañeras la recibieron emocionadas, tenían deseos de verla.
— Te extrañamos mucho.— dijo Carlota.
— La verdad, tu dulzura, tu fe, y tu angelical presencia adornan este lugar. Puesto a que aquí solo estamos puras pecadoras.— comentó Sofía.
— Gracias, son muy amables.— dijo Muriel y sonrió cabizbaja, ella ya pertenecía a ese grupo de pecaminosas, y dejó la relación.
Más tarde. Las mujeres estaban concentradas en su trabajo. El ascensor se abrió y un exquisito perfume invadió todo el espacio. Escucharon al encargado de la seguridad decir, “Bienvenidos, señores Richardson”. Todas miraron a esa dirección y sostuvieron las miradas por varios segundos. Incluso Muriel, observó a esos hombres, y por primera vez, se inmutó con tales presencias.
Yeikol lucia sumamente elegante, al igual que Alfred. El jefe, como siempre, saludó a sus empleadas y siguió a su oficina.
Minutos más tarde, Muriel recibió una llamada de Alfred. Ella se levantó y se dirigió al baño, ahí contestó. Tenía que ir al consultorio de la ginecóloga para el chequeo médico.
“Señor, Alfred, no puedo presentarme a la oficina del señor Pedro, y pedir un permiso, así como así. Acabo de regresar después de unos días fuera”.— le contestó ella ante la proposición de ir al hospital.
Alfred, por orden de Yeikol, tenía todo planeado. Le explicó a Muriel y ella puso en marcha el plan.
Volvió a su lugar de trabajo, recogió su bolso y apagó su computador. — Tengo una emergencia en casa, voy a la oficina del director. — les dijo a las demás.
Nerviosa, sacudió los dedos tratando de relajarse, y se animó a tocar la puerta de la oficina del señor Pedro. Él le cedió el paso. Ella le explicó el motivo por el cual se presentó ante él. Tenía que llevar a su esposo al hospital, y procedió a contarle que todos los meses durante un tiempo, requería de uno o dos permisos para llevar a su concubino a terapia.
El señor Pedro se mostraba reacio antes tal petición.
Alguien tocó la puerta de dicho sitio, y entró sin esperar autorización.
— Pedro, no sabía que estabas ocupado.— dijo Yeikol. Terminó de entrar, y se paró a un lado con las manos en los bolsillos.
Pedro se puso de pie.— Señor, estaba terminando de hablar con la señora, para ir a su oficina.
Autora: Queridas lecturas, espero su apoyo. Para ustedes un “me gusta” no es nada, para la historia es muy importante. Si te gusta la novela, házmelo saber, por favor.
Deja a Muriel en paz, que cargue con su cruz.....allí estás echándole sal a la erida
Ay Milena .....que no digas que nadie le dijo.