Después de mí es una historia de amor, pero también de pérdida. De silencios impuestos, de sueños postergados y de una mujer que, después de tocar fondo, aprende a levantarse no por nadie, sino por ella.
Porque hay un momento en que no queda nada más…
Solo tu misma.
Y eso, a veces, es más que suficiente.
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CAPITULO 20
Martín apretó los puños, conteniendo la rabia que le quemaba por dentro.
—No me interesa entenderte. —Su voz salió cargada de resentimiento—. Si nunca pudiste entender el dolor de un niño viendo cómo su madre se moría desangrada… tampoco me importa entenderte a ti.
Alejandro lo miró con el rostro endurecido, pero sus ojos mostraban grietas.
—Tú no sabes lo que tuve que cargar sobre mis hombros —replicó, con un tono grave—. Tenía a todo un escuadrón dependiendo de mí, de esa misión dependía la tranquilidad de un país entero.
Martín ríe con amargura, negando con la cabeza.
—¿Un país? ¿Un escuadrón? ¿Y tu familia, papá? ¡Nosotros también dependíamos de ti! Pero no apareciste. Elegiste las armas antes que a tu esposa. Elegiste los uniformes antes que a tu hijo.
Alejandro se acercó a él, clavándole la mirada.
—¡No hables de lo que no entiendes! —tronó con furia—. Si no hubiera hecho lo que hice, habríamos muerto todos.
Martín golpeó el escritorio con el puño, haciendo vibrar los papeles.
—¡Ya estábamos muertos sin ti! —gritó, con la voz quebrada—. Mamá se fue creyendo que estabas demasiado ocupado para salvarla. ¿Sabes lo que es ver cómo se apaga tu madre frente a ti y no poder hacer nada? mientras tú… mientras tú no aparecías
El coronel retrocedió un paso, respirando con dificultad.
—Martín… —murmuró, bajando la voz—. Crees que no me duele, pero me mata cada día recordar esa noche.
Martín negó con la cabeza, los ojos enrojecidos por la ira contenida.
—No. No te mata. Tú sigues aquí, de pie, con tu uniforme brillante, con tus medallas colgando. Pero a mí sí me mataste, papá. Me mataste el día que decidiste ser coronel en lugar de ser padre.
Alejandro intentó acercarse, como queriendo poner una mano en su hombro, pero Martín retrocedió de inmediato.
—No me toques —advirtió con frialdad—. No intentes ahora darme el cariño que nunca tuviste el valor de mostrar.
El coronel apretó la mandíbula, con los ojos brillantes de rabia y de algo más profundo: culpa.
—Eres mi hijo, Martín, aunque me odies. Eso no cambiará jamás.
Martín lo miró con desprecio.
—Equivocado otra vez. Soy tu error más grande.
El silencio se apoderó de la oficina. La respiración de ambos era lo único que llenaba el espacio.
Martín se llevó una mano al rostro, limpiándose con brusquedad las pocas lágrimas que habían escapado de sus ojos. Se recompuso de inmediato, volviendo a erguirse frente al coronel con el mismo desafío de siempre.
—Esa chica a quien mandaste a buscar… se llama Valeria —dijo con firmeza, clavando la mirada en su padre—. Y por alguna razón, cuando estoy con ella siento que debo protegerla. Me hace sentir como un hermano mayor.
Alejandro dejó escapar un suspiro pesado, como si finalmente soltara un peso de encima. Su tono bajó, volviéndose menos cortante.
—Tranquilo —dijo, levantando las manos en señal de calma—. No tenía pensado ni pensaba hacer nada contra ella.
Martín frunció el ceño, desconfiado.
—¿Entonces por qué mandaste a tus hombres a seguirnos?
El coronel lo miró de frente, sin esquivar.
—Porque mis hombres me dijeron que eras bien cercano a ella. Que siempre la llevabas de un lado a otro en tu moto… que la cuidabas. Entonces supuse que ella era importante para ti.
Martín lo observó con rabia contenida, aún sin bajar la guardia.
—¿Y con eso qué querías demostrar?
Alejandro se acercó despacio, bajando el tono de su voz.
—Solo hice todo esto para que vinieras aquí. Para que hablaras conmigo. —Sus ojos se suavizaron apenas, aunque su postura seguía rígida—. No encontré otra manera de hacer que entraras a esta oficina por tu propia voluntad.
Martín lo miró incrédulo, apretando la mandíbula.
—¿Así que usaste a Valeria solo como un pretexto?
El coronel asintió lentamente.
—Sí. Porque sabía que si alguien podía traerte de vuelta, era esa muchacha.
Martín apartó la vista, molesto, caminando unos pasos hacia la ventana.
—Sigues siendo el mismo… manipulador hasta en lo más mínimo.
Martín apretó los labios, incapaz de seguir escuchando. La rabia lo consumía. Sin pensarlo más, giró hacia la puerta.
Alejandro intentó decir algo, pero no alcanzó. En un arrebato, Martín abrió la puerta de golpe y la azotó con tanta fuerza que todo el pasillo retumbó.
Renata, que esperaba afuera con evidente nerviosismo, se quedó helada al verlo salir. Sus ojos lo siguieron sorprendidos, mientras él pasaba sin mirarla, con la respiración agitada y los puños cerrados.
—¿Otra vez discutieron? —murmuró Ester, levantándose lentamente de su silla y cruzándose de brazos. Negó con la cabeza con resignación—. No me quiero imaginar el humor que trae el señor Alejandro ahora...
Renata iba a preguntar qué quería decir, pero en ese momento un estruendo retumbó desde adentro de la oficina. Un golpe seco, como si algo pesado hubiera caído.
Sin pensarlo, Renata abrió la puerta de inmediato y entró.
Renata se quedó helada mirando la mesa volteada y los papeles volando por toda la oficina. Tragó saliva y se acercó despacio.
—Coronel… ¿qué hizo? —preguntó, con la voz temblorosa.
Alejandro estaba de espaldas, respirando agitado, los hombros tensos.
—nada … —murmuró, sin girarse todavía.
Renata dio un paso más.
—¿Volcar una mesa? ¿Desquitarse con papeles que no tienen la culpa? Eso no va a cambiar lo que pasó ni lo que siente Martín.
Alejandro se volteó bruscamente hacia ella, con la mirada encendida.
—¡Tú no entiendes nada! —gritó, señalando con el dedo los documentos esparcidos—. Dejame solo, larguense todos de aqui no quiero ver a nadie.
Renata seguía concentrada en su investigación sobre la trata de personas. Estaba organizando los datos y pensando en cómo podría infiltrarse para obtener información de primera mano. Con su físico y habilidades, sabía que podría moverse sin levantar sospechas, pero también era consciente del riesgo que eso implicaba.
Mientras tanto, Martín llegó al departamento de Valeria. Entró de golpe, azotando la puerta con tanta fuerza que el eco se escuchó en todo el piso.
Valeria, que estaba en su cuarto, escuchó el estruendo y frunció el ceño. Algo no estaba bien. Bajó rápidamente las escaleras y comenzó a tocar la puerta con insistencia.
—¡Martín! —llamó, golpeando con ambas manos
—¿Qué pasa? ¡Tocas como loca la puerta! Martín abrió la puerta de mala gana, visiblemente molesto. —¿Qué pasa? —dijo con voz cortante, cruzándose de brazos.
—¿Qué te pasa contigo? —insistió Valeria, acercándose—. Estás enojado con algo… ¿qué te pasa?
Martín negó con la cabeza, intentando disimular.
—No me pasa nada. Ahora ve a estudiar.
Valeria no se movió. Con determinación, entró al departamento y se dejó caer en su sillón, cruzando los brazos.
—No me voy de aquí hasta que me cuentes. —Su voz era firme, desafiante.
Martín suspiró, frustrado, pero se acercó y se dejó caer en la silla frente a ella, intentando calmarse.
—Valeria… es complicado —dijo, con un hilo de voz, evitando mirarla directamente—. No quiero preocuparte.
—¿Complicado? —repitió ella, arqueando una ceja—. ¿Qué significa eso, Martín? Tú siempre me cuentas todo.
Martín la miró a los ojos por fin, con expresión seria y un poco de culpa.
—Hoy… tuve que enfrentar a mi padre. Y no fue una conversación cualquiera.
—¿Tu padre? —Valeria lo interrumpió, intrigada—. ¿Qué pasó? ¿Está bien?
Martín se recostó en la silla frente a Valeria, respirando hondo.
—¿Recuerdas la vez que me preguntaste por mi familia y te pedí que no me preguntaras de ellos? Que yo te contaría cuando me sintiera listo.
Valeria asintió, con la mirada seria.
—Sí, recuerdo.
—Bueno —continuó Martín—, el día que fuimos al hospital a ver tu análisis por la anemia, mi padre envió a unos tipos a seguirnos. Luego le pidió a Renata que te investigara… quería saber quién era la chica que siempre estaba conmigo.
Valeria frunció el ceño, confundida.
—¿Qué? ¿Qué tiene que ver Renata con tu padre? ¿Y por qué querría investigar a mí?
Martín la miró fijamente, tratando de que entendiera la gravedad de la situación.
—Mi papá es un coronel… y es jefe de Renata. Yo tampoco lo sabía hasta hace unas horas. Pero no solo es jefe de las fuerzas especiales, sino que también tiene una compañía de seguridad. Y para él trabajan los mejores hombres, los más capaces y leales.
Valeria abrió los ojos con sorpresa.
—Ahora sí voy entendiendo… —dijo, más seria—.
—Bueno —continuó Martín, suspirando—, pasa que hoy fui a enfrentar a mi padre para que nos dejara en paz, y nos peleamos horrible por eso. Por eso llegué así, explotando y sin poder contenerme.
La conversacion continua hasta qe Valeria pregunto por su madre y Martin no puedp eviatar derramar sus lagrimas.
por dar y no recibir uno se olvida de uno uno se tiene que recontra a si mismo