Arim Dan Kim Gwon, un poderoso CEO viudo, vive encerrado en una rutina fría desde la muerte de su esposa. Solo su pequeña hija logra arrancarle sonrisas. Todo cambia cuando, durante una visita al Acuario Nacional, ocurre un accidente que casi le arrebata lo único que ama. En el agua, un desconocido salva primero a su hija… y luego a él mismo, incapaz de nadar. Ese hombre es Dixon Ho Woo Bin, un joven biólogo marino que oculta más de lo que muestra.
Un rescate bajo el agua, una mirada cargada de algo que ninguno quiere admitir, y una atracción que ambos intentan negar. Pero el destino insiste: los cruza una y otra vez, hasta que una noche de Halloween, tras máscaras y frente al mar, sus corazones vuelven a reconocerse sin saberlo.
Arim ignora que la mujer misteriosa que lo cautiva es la misma persona que lo rescató. Dixon, por su parte, no imagina que el hombre que lo estremece es aquel al que arrancó del agua.
Ahora deberán decidir si siguen ocultándose… o si se atreven a dejar que el amor, como los latidos bajo el agua, hable por ellos.
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Un ceo hospitalizado en Tahiti.
—Gracias. Te lo pagaré.
El ambiente se volvió pesado. Dixon se muerde el labio, porque algo en esa sonrisa, aunque dura, le apretaba el pecho. Y Arim, a su pesar, sintió lo mismo: un calor corporal, incómodo, que lo hizo apartar la mirada con el corazón a mil por hora.
De pronto, nota que Sakura viste otra ropa.
—¿Qué pasa con mi hija? ¿Quien cambió su ropa?—pregunta con un hilo de alarma.
—Ella se puso histérica… —explica Dixon suavemente —. No quiso a nadie más que a mí por alguna razón. Pero la convencí para que se dejara, fué la enfermera que la cambió de ropa. Su familia está afuera, pero la niña no acepta quedarse con ellos. Lloró hasta quedarse sin voz, la pobrecita… así que la calmé como pude. Siento mucho mi atrevimiento, tengo dos hermanas gemelas menores que yo, así que entiendo un poco de chicas.
Arim baja la cabeza, con un nudo en la garganta atravesado. En ese momento nota que Dixon aun lleva el pantalón humedo.
—No te disculpes. Entiendo lo que quieres decir. Ella perdió a su madre… es difícil. Pocos miembros de mi familia la entienden. Agradezco tu ayuda. Me disculpo si te puse en un momento difícil. Soy un bobo. Ni siquiera sé nadar.
La enfermera interrumpió en ese mismo momento. Entró con medicamentos en un carrito.
—Ya volvió en si.
—Hola.
—Llamaré a su familia ahora que despertó, señor Kim.
—Si, gracias.
Dixon se incorpora, alisando la chaqueta que le prestó un enfermero. Se levanta con. suavidad para no despertar a la niña.
—Usted vive aquí, en Tahití, ¿cierto?—pregunta Dixon con un poco de curiosidad.
—Nos mudamos hace poco, venimos de corea del sur —responde Arim con timidez por primera vez en su vida—¿Y usted?
Dixon sonrie con suavidad.
—Yo vivo en Bora Bora, pero los fines de semana trabajo en el acuario de Tahití.
—Ya veo. Disculpa todos los problemas que te causamos.
— Tuvieron suerte de que estuviera alli, por lo general esa parte del acuario permanece cerrada por las investigaciones. Nadie los hubiera socorrido si yo no hubiera salido tarde. Deben tener mas cuidado. Y vigilar mejor a la niña. Además debería tomar clases de buceo o nado.
—Gracias, lo tomaré en cuenta, no sabes lo ansioso que estuve. Sin tí mi hija y yo no estuvieramos aqui.
El silencio fue roto por un murmullo infantil. Sakura abrió los ojos, confundida al principio y al ver despierto a su padre, bajo del mueble y corrió hasta él llorando. Arim la abrazó con fuerza.
—Todo está bien, pequeña. Ya pasó.
—Papá… Estaba muy asustada. Dixon es bueno. Nos salvó a los dos.
Arim traga saliva y la mira muy serio.
"Dixon es un bonito nombre" —Piensa para si mismo.
—¿Por qué no me escuchaste, Sakura? Té llamé y corriste como loca.
La niña, con los ojitos húmedos, susurra:
—Porque… vi a mamá. Ella entró allí…aunque no me creas.
El rostro de Arim se endurece.
—No digas mentiras. Tu madre está en el cielo. Y aún la hayas visto no debiste entrar allí sin permiso.
—¡No! ¡Yo la vi, tú nunca me crees! —replica la niña, y de un salto bajó de la cama, corriendo hasta donde estaba Dixon. Se abraza a su cintura con fuerza, escondiendo el rostro en su chaqueta.
Dixon se sonroja hasta las orejas, sin saber qué hacer. Era un momento muy incómodo. Con suavidad, pasa una mano por el cabello mojado de la niña.
—Tu papá tiene razón, Sakura. Solo no vuelvas a separarte de él, ¿sí? Él te ama más que a nada en el mundo. Debes escucharlo en todo. Aveces los adultos saben más del peligro.
Antes de que Arim pudiera responder, la puerta se abrie con brusquedad.
—¡Arim! —una voz fuerte y grave resuena en la habitación del hospital.
Entra Nam Gil Kim, de cabello blanco y porte imponente, seguido de su esposa Sook Hee Gwon, elegante y seria. Tras ellos, una joven de mirada dulce, Myung Na Woo, la institutriz y niñera de Sakura, y detrás, el Dr. Eun Taek Park, el médico de confianza de la familia desde hace meses.
El aire se llena de tensión. La niña, apenas ve a su abuela, se esconde más detrás de Dixon, apretando su chaqueta. Y Dixon, incómodo, sintió la primera punzada de rechazo silencioso de una familia que no entendía por qué ese extraño se había convertido en el único refugio de Sakura.
La tensión en la habitación se volvió evidente. Nam Gil Kim, con la mirada severa y la postura recta, observaba cada movimiento de Dixon. Sook Hee Gwon, elegante y fría, cruzaba los brazos mientras evaluaba al joven biólogo como si fuera un intruso en su hogar.
—¿Quién es este… señor que aun no se retira? —pregunta Sook Hee con desdén, dirigiéndose a Dixon.
Dixon, aún sosteniendo a Sakura, traga saliva y respondió con calma:
—Soy Dixon Ho Woo Bin, biólogo marino del acuario. Solo… ayudé a salvar a su nieta y a su hijo.
—Entonces digame ¿quien es el irresponsable que no tenia cerradas las puertas de acceso del personal del acuario? Mi abogado se va a encargar de demandarlos por negligencia.
Quieran echarle rosa la culpa a Dixon y al acuario.
—No estoy seguro...por lo general siempre estan cerradas. Somos muy estrictos en eso. Lamento todo esto.
La niña, sintiendo la desaprobación de su abuela y la extrañeza de los adultos, se escondió más detrás de Dixon, abrazándolo con fuerza. Su llanto suave llenaba la habitación.
Myung Na Woo, la tutora y cuidadora de Sakura, se acercó intentando tranquilizarla.
—Ven, querida… vamos afuera para que los adultos hablen.
—¡No! —grita Sakura, negándose a soltar la mano de Dixon—. ¡No quiero!
La abuela, impaciente y severa, no duda. Con un movimiento firme, toma a Sakura casi a la fuerza y se la entrega a Myung.
—Ya basta, Sakura. No seas tan terca. Ya tuvimos suficiente con tus travesuras. Es hora de dejar de comportarte así. Te voy a castigar por todo un mes. Suelta ahora mismo a ese joven.
Dixon observa extrañado y con un nudo en la garganta. No entiende por qué lo tratan como a un intruso, cuando todo lo que había hecho era salvar a la niña y a su papá. Se sentía incómodo, fuera de lugar. Lo hicieron sentir pequeño.
Arim permanece en silencio, observando la escena desde su cama con una jaqueca del mismísimo demonio, sumado a una mezcla de impotencia y confusión. No quería interponerse, pero sentía cómo el corazón se le encogía al ver a su hija resistirse a la autoridad de su propia familia. Y al salvador en un momento embarazoso.
Nam Gil, con gesto solemne, se acerca a Dixon y saca un cheque de su bolsillo. Piensa que Dixon no se ha ido esperando una compensación.
—Ya no hablemos más del asunto. Dejemos todo hasta aqui. Tome jóven. Por los servicios prestados —dijo mientras llenaba el cheque—. Por favor, acéptalo. Puede retirarse.
Dixon lo mira sorprendido. Ni las gracias le daban.
—No… no puedo. No lo hice por dinero —negó con la cabeza—. Solo hice lo que debía.
Sook Hee frunce el ceño, desconcertada. No sabía que Dixon, aunque desheredado por su padre, por declararse homosexual, había recibido apoyo económico de su madre y mantenía su propia fortuna millonaria. Él siempre había mantenido un perfil humilde, sin ostentar nada de lo que poseía.
Dixon respira hondo, intentando calmar la mezcla de emociones que lo invade: el rechazo de la familia, la gratitud de la niña y la incomodidad de Arim, que no decía nada pero cuyo silencio pesaba más que cualquier palabra lo hace estremecer.
En su interior, Dixon se recordó a sí mismo: graduado en biología marina, con especialidades en fauna submarina, amante del océano y de nadar con peces y ballenas, siempre había creído que podía controlar su mundo. Pero allí, entre paredes blancas de hospital y miradas que juzgaban, entendió que la vida siempre encontraba formas de desarmarlo, aunque solo fueras un salvador.