El CEO VIUDO ENAMORADO EN BORA BORA
Sakura, una niña de seis años, tiraba de la mano de su padre, ansiosa por ver a los delfines de cerca.
—Appa, quiero verlos saltar… ¡desde aquí!
—No podemos, hay demasiada gente —responde Arim, echando un vistazo a la multitud que rodeaba el estanque de exhibición. El murmullo del público, las risas de los niños y el sonido del agua creaban un caos controlado, como todo en la vida de Arim desde que su esposa falleció.
Pero en un abrir y cerrar de ojos… la mano de Sakura ya no estaba en la suya.
—¡Sakura! —llama, sintiendo que el corazón se le salía del pecho.
La busca con la mirada entre adultos y niños, hasta que la vio escabullirse con su conjunto rosa por una puerta que estaba un poco entreabierta. Sin pensarlo dos veces, Arim la sigue. Era una puerta para el personal, sin vigilancia, que algún empleado había dejado mal cerrada.
El pasillo está oscuro, húmedo y en silencio. Arim acelera el paso y sube las escaleras. Al final, el camino se abre hacia una zona restringida: la parte interna del estanque. Allí, en una baranda baja, estaba Sakura, de puntillas, observa con ojos brillantes a los delfines que nadan despreocupados.
—¡Sakura! ¡Aléjate de ahí! —grita Arim, apresurándose con una expresión de terror.
Pero no fue el único que habló.
—¡Oye! ¡Pequeña, no te acerques tanto, no puedes! —dice una voz masculina desde unas escaleras cercanas.
—¡Mira, papi, son hermosos!
Dixon sostiene una carpeta húmeda contra el pecho, y sus ojos azules brillan a través de sus gruesos anteojos, mostrando una mezcla de alarma y miedo. Uno de los delfines, como si sintiera la energía en el aire, dio un salto inesperado. La ola que provoca fue suficiente para que Sakura, asustada, resbalara y cayera al agua con un grito agudo.
—¡AAAHHHHHH!
—¡Sakura, hija! —grita Arim, corriendo hacia la baranda.
Dixon apenas deja caer la carpeta. Arim ya se lanza sin pensar, sin recordar que no sabía nadar. El sonido del agua al tragarse se lo recuerda, Los gritos rompen la calma del acuario interior.
Dixon sube corriendo las escaleras. Desde arriba ve a la niña flotando unos segundos y a su padre hundiéndose torpemente intentando alcanzarla.
—Mierda… —murmura, y sin quitarse la ropa o los zapatos, se lanza no sin antes quitarse los lentes.
El agua le golpa la piel como una bofetada. Nada con destreza directo hacia Sakura. Era liviana, estaba temblando, sus ojitos asustados buscan algo a qué aferrarse. Dixon la toma y nada con fuerza y rapidez hasta una escalerilla de mantenimiento.
—Tranquila, ya estás a salvo, voy por tu papi—le dice, jadeando.
Pero cuando gira la cabeza… Arim ya no estaba. Se esfumó de repente de la superficie.
El corazón se le detiene por un segundo. Luego se lanza otra vez al agua. Lo busca con desesperación. Lo ve apenas: la ropa estaba hundiendolo, la figura enorme y pesada se iba al fondo del estanque como una piedra, mientras los delfines lo rodean.
Dixon nada con todo lo que tenía. “Si hubiera sabido que iba a ser salvavidas hoy, habría ido más al gym”, piensa con ironía entre jadeos. Agarra a Arim por el brazo, toma impulso del fondo del enorme estanque, dano con presición hacia la superficie y lo arrastra hacia la escalera.
—Oh, mierda...es pesado. Siento que voy a morir.
Lo saca como puede, el cuerpo del sujeto estaba inerte. Se arrodilla junto a él, empapado, tembloroso, y puso dos dedos en el cuello al no verlo reaccionar.
—No… no puede ser… —susurra.
—¡Appa! —llora Sakura, gateando mojada hasta ellos.
—¡No! ¡No te acerques! ¡Escúchame! —dice Dixon con firmeza—. Necesito tu ayuda, ¿sí? Vamos a yudar a tu papi. Hay un celular en mi escritorio, justo bajando las escaleras. ¿Puedes ir por él?
Sakura asiente con miedo y se echó a correr empapada, casi resbalándose.
Dixon comenzó las compresiones torácicas con fuerza. Uno, dos, tres… boca a boca… uno, dos…
—Vamos… despierta… —susurra entre dientes.
Mientras tanto, en algún lugar entre el agua y la conciencia, Arim soñaba.
El agua era tibia. Había luz, pero no del sol. Frente a él, su esposa lo miraba como si nunca se hubiera ido. Llevaba un vestido blanco, y le acariciaba el rostro.
—Ella está bien… —le decía con voz suave—. Pero tú no puedes seguir viviendo solo por Sakura… Debes dejarme ir. Tienes que encontrar a alguien, alguien que te ame como tú lo mereces.
—No… no puedo —dijo Arim en el sueño.
—Sí puedes. Él está justo frente a ti…
Entonces, una bocanada de aire lo saca del abismo.
Arim abre los ojos de golpe, tosiendo con fuerza, sacando toda el agua de sus pulmones. Lo primero que vio fueron unos ojos azules, intensos, llorosos de un chico frente a el… y un rostro empapado con gotas que bajaban como si fueran parte del mar.
—Un… ángel… —murmura con voz ronca.
Y se desmaya otra vez como si el asunto no fuera con el.
La niña, estaba empapada y con los cabellos pegados al rostro, corre tambaleandose hacia el escritorio de Dixon, buscando desesperada. Sus pequeñas manos encontraron el celular en un santi amen y lo lleva con torpeza, jadeando y llorando.
—Aquí… aquí…esta señor —solloza, entregándoselo.
Dixon lo toma, todavía con el corazón latiendo a un ritmo frenético. Intenta sonar sereno, pero su voz estaba quebraba.
—Pequeña… ¿cómo te llamas y cuantos años tienes?—le pregunta mientras marca con dedos temblorosos.
—Me llamo Sakura… tengo seis—responde entre lágrimas, con un sollozo ahogado.
Dixon la mira con suavidad, como si quisiera darle calma en medio del caos.
—Está bien, Sakura… tu papá está vivo y a salvo, ¿sí? Lo vamos a llevar a emergencia. Pero dime… ¿cómo se llama tu papá y cuantos años tiene?
La niña traga saliva, abrazando la mano inerte de Arim con fuerza.
—A… Arim… Arim Dan Kim Gwon…tiene 37 años —susurra la niña, con la voz rota, como si al pronunciarlo se le escapara un pedazo del alma.
Dixon repitió el nombre y la edad en un susurro, como si quisiera grabarlo en su memoria, y lo dijo en voz alta al operador del 911. Dio la ubicación con rapidez, pidiendo una ambulancia con urgencia en el acuario.
Los minutos parecieron horas, pero pronto las sirenas cortaron el silencio. Los paramédicos irrumpieron con camillas y equipos, estabilizando a Arim. La gente afuera no sabia lo que ocurria. Sakura no se movió, no soltó la mano del extraño que la había traído de vuelta a la superficie.
Fue entonces cuando una voz calmada y firme interrumpió el caos.
—Dixon. —Un hombre de traje oscuro, con expresión grave, se acercó. Era Haru Do, su asistente personal . Conocía al especialista en biologia marina como a su propia sombra, pero lo que no esperaba era encontrar a un hombre tendido en una camilla y con una niña tomando su mano.
Dixon le explicó lo sucedido. Haru nota como la niña no quiere soltar su jefe.
Haru posa una mano en el hombro de Dixon.
—Ve con ellos —le dijo en tono bajo, comprendiendo que la niña lo necesitaba más que nadie, le pasó su chaqueta seca y una toalla—. Yo me encargo de dar declaración a la policía.
Dixon duda un momento, mirando a Sakura que seguía aferrada a su brazo, negándose a soltarlo aunque los paramédicos intentaban apartarla suavemente.
—Ven con nosotros por favor, tengo miedo… —llora la niña, aferrándose con más fuerza.
Dixon traga saliva, sintiendo un nudo en la garganta. Con un suspiro, asintió a Haru.
—Está bien. Voy con ella, encargate de todo por favor.
Sube a la ambulancia, dejando que la pequeña Sakura se acurrucara contra él envuelta en la toalla, con los ojos cerrados, temblando de miedo. Dixon sostuvo su mano con suavidad, sin darse cuenta de que ese instante marcaría el comienzo de algo que cambiaría sus vidas para siempre.
Cuando Arim volvió en sí, el olor a alcohol y desinfectante lo recibió. Estaba en una cama de hospital, conectado a un monitor. Al girar la cabeza, Sakura dormía sobre un sofa, cubierta con una manta.
Y sentado al lado, con el cabello aún húmedo y una chaqueta prestada demasiado grande para su cuerpo delgado, estaba un extraño… dormido también, con la cabeza recostada contra el respaldo.
Arim lo observa durante largos segundos.
—¿Que demonios es esta escena?
Una enfermera entra y Dixon despierta, sobresaltado. Sus miradas volvieron a encontrarse pero de una manera mas tierna.
—Ah… usted está despierto, señor.
—Tú… me salvaste. A mí y a mi hija.
—Sí… —murmura Dixon, rascándose la nuca—. Aunque si lo hace otra vez, me va a deber al menos unas clases de natación.
Arim no pudo evitar sonreír por primera vez en años
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Una protagonista vestido de hombre /CoolGuy/
2025-10-12
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