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Ecos De Un Tiempo Perdido

Ecos De Un Tiempo Perdido

Status: Terminada
Genre:Completas / Elección equivocada
Popularitas:2.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Litio

En un pequeño pueblo donde los ecos del pasado aún resuenan en cada rincón, la vida de sus habitantes transcurre en un delicado equilibrio entre la esperanza y la desesperanza. A través de los ojos de aquellos que cargan con cicatrices invisibles, se desvela una trama donde las decisiones equivocadas y las oportunidades perdidas son inevitables. En esta historia, cada capítulo se convierte en un espejo de la impotencia humana, reflejando la lucha interna de personajes atrapados en sus propios laberintos de tristeza y desilusión. Lo que comienza como una serie de eventos triviales se transforma en un desgarrador relato de cómo la vida puede ser cruelmente injusta y, al final, nos deja con una amarga lección que pocos querrían enfrentar.

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Capítulo 2: Sombras del Pasado

El día siguiente amaneció sin cambios en el pueblo de San Gregorio, envuelto aún en la niebla persistente. Clara despertó en la casa que había sido de sus padres, sintiendo la desolación y el eco de recuerdos antiguos en cada rincón. La habitación en la que dormía tenía las paredes adornadas con fotografías enmarcadas de épocas pasadas, mostrando una familia que parecía haber vivido en un tiempo diferente. Clara se preparó para el día, intentando ignorar el peso de la nostalgia que la envolvía.

Después del desayuno, Clara decidió visitar el parque del pueblo, un lugar que solía ser su refugio. Cuando era niña, había pasado horas jugando allí, rodeada de amigos y risas. Sin embargo, al llegar al parque, encontró un lugar muy diferente al que recordaba. Los columpios estaban oxidados y el suelo de arena estaba cubierto de hojas secas. Los bancos estaban desgastados y cubiertos de musgo, como si el tiempo hubiera pasado sin dejar huella de la vida que una vez animó el lugar.

Mientras paseaba por el parque, Clara se encontró con una figura familiar: Don Ernesto, el antiguo cuidador del parque. A pesar de su edad avanzada, sus ojos todavía reflejaban una chispa de amabilidad y sabiduría. Clara se acercó a él con la esperanza de encontrar alguna conexión con el pasado.

—Don Ernesto —dijo Clara, con una voz suave—. Soy Clara Martínez. No sé si me recuerda, pero solía venir aquí con frecuencia cuando era niña.

Don Ernesto levantó la vista, sorprendido al escuchar su nombre.

—¡Clara! Claro que te recuerdo. Has crecido mucho desde la última vez que te vi. ¿Qué te trae de vuelta a San Gregorio?

—He vuelto a vivir aquí —respondió Clara—. Mis padres se mudaron hace años, y ahora he decidido regresar. El parque ha cambiado mucho desde entonces.

Don Ernesto asintió, su expresión cargada de tristeza.

—Sí, el parque ha visto mejores días. La gente se ha ido y el pueblo ha cambiado. Pero siempre es un placer ver caras conocidas. ¿Cómo están tus padres?

Clara vaciló antes de responder.

—Mis padres ya no están aquí. Se mudaron a otro lugar hace un tiempo.

Don Ernesto hizo una pausa, como si estuviera intentando encontrar las palabras adecuadas.

—Lo siento mucho, Clara. Ellos eran buenos vecinos. Si necesitas algo, no dudes en decírmelo.

—Gracias, Don Ernesto —dijo Clara, con una sonrisa triste—. Aprecio tu amabilidad.

Después de su conversación con Don Ernesto, Clara continuó su paseo por el parque, sintiendo un vacío profundo. La soledad del lugar reflejaba la soledad que sentía en su propio corazón. La sensación de pérdida se hacía cada vez más palpable, como si el parque mismo fuera una metáfora de su vida: una vez lleno de vida y alegría, ahora reducido a una sombra de lo que había sido.

Más tarde, Clara decidió visitar la vieja librería del pueblo, un lugar que también había sido parte importante de su infancia. La librería, una pequeña tienda con estanterías que llegaban hasta el techo, estaba casi tan desordenada como lo recordaba, pero su encanto había disminuido con el tiempo. La campanita en la puerta sonó cuando Clara entró, y el dueño, un anciano de aspecto amable, se volvió para mirarla.

—Hola —dijo Clara—. Me llamo Clara Martínez. Solía venir aquí con frecuencia cuando era pequeña. ¿Recuerda a mis padres?

El anciano frunció el ceño, intentando recordar.

—Sí, claro. Luis y Ana Martínez, ¿verdad? ¿Qué te trae de vuelta?

—He regresado para quedarme —respondió Clara—. Estoy tratando de reconectar con el pasado y encontrar algo de consuelo.

El anciano asintió comprensivo.

—San Gregorio ha cambiado mucho desde que te fuiste. Los tiempos no son como antes, y las cosas que solían estar llenas de vida ahora parecen vacías. Pero los recuerdos siempre tienen una forma de mantenerse vivos, no importa lo que pase.

Clara exploró la librería, buscando libros que le recordaran a su niñez. Encontró algunos ejemplares desgastados y polvorientos que aún conservaban su valor sentimental. Mientras los hojeaba, Clara notó un libro en particular: un viejo volumen de cuentos que solía ser uno de sus favoritos. Lo tomó con cuidado, sintiendo una oleada de nostalgia al recordar las noches en que su madre le leía esas historias antes de dormir.

—¿Cuánto cuesta este libro? —preguntó Clara, mostrando el ejemplar al anciano.

—Ese libro tiene un valor sentimental —respondió el anciano—. Te lo regalo, Clara. Parece que ese libro te trae buenos recuerdos.

—Gracias —dijo Clara, conmovida por el gesto.

Al salir de la librería, Clara se sintió un poco más ligera, como si el libro y la conversación con el anciano hubieran ofrecido un breve respiro en medio de la tristeza. Sin embargo, la sensación de vacío seguía presente, como una sombra que no podía dejar atrás.

Al caer la noche, Clara regresó a su casa. Se sentó en la sala de estar, hojeando el libro y sumergiéndose en los recuerdos de su infancia. A pesar de los esfuerzos por reconectar con su pasado, el dolor de la pérdida y la desesperanza seguían presentes. El pueblo de San Gregorio, con su niebla persistente y sus calles silenciosas, parecía ser un reflejo de su propia lucha interna.

Clara sabía que su regreso a San Gregorio no sería fácil. Cada rincón del pueblo le recordaba lo que había perdido y lo que ya no podía recuperar. Pero también entendía que, a pesar de la tristeza y la impotencia, debía enfrentar el pasado y buscar un camino hacia adelante, aunque ese camino pareciera lleno de obstáculos y sombras.

1
Raquel Aboyte
muy buena historia inspira a yebarla acabo
Raquel Aboyte
esta lectura esta triste
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