En una pequeña sala oscura, un joven se encuentra cara a cara con Madame Mey, una narradora enigmática cuyas historias parecen más reales de lo que deberían ser. Con cada palabra, Madame Mey teje relatos llenos de misterio y venganza, llevando al joven por un sendero donde el pasado y el presente se entrelazan de formas inquietantes.
Obsesionado por la primera historia que escucha, el joven se ve atraído una y otra vez hacia esa sala, buscando respuestas a las preguntas que lo atormentan. Pero mientras Madame Mey continúa relatando vidas marcadas por traiciones, cambios de identidad, y venganzas sangrientas, el joven comienza a preguntarse si está descubriendo secretos ajenos... o si está atrapado en un relato del que no podrá escapar.
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Ancipiti
Madame hizo una pausa antes de continuar con un tono más sombrío:
—Después de aquello, la niña fue adoptada por su tío el cual vivía en la ciudad. Él la quería mucho, pero ella era débil y eso complicaba las cosas para él. No dudaba en protegerla de todos; no le importaba matar a quien intentara hacerle daño. Con el tiempo, la niña comenzó a llevarse bien con su tío. Él le enseñó todo lo que hacía: cómo manejaba a la gente y cuáles eran sus puntos débiles. Aunque esas cosas le daban miedo y no le gustaban para nada, solo podía soportarlo y darle una sonrisa a su tío. Él comenzó a llamarla Ancipiti, sé que suena raro, pero para él significaba algo especial. Sin darse cuenta, pasaron cuatro años.
Madame suspiró profundamente antes de continuar:
—Pero nada dura mucho. Un día, la niña fue secuestrada mientras salía de la escuela. Una camioneta se detuvo frente a ella y la metieron a la fuerza. No pudo gritar; la llevaron a un lugar muy feo. No estaba atada pero tenía mucho miedo. Su tío intentó salvarla, pero le dispararon delante de ella. No pudo soportarlo; corrió hacia él, lo abrazó y comenzó a llorar. No era capaz de soportar ese dolor; cuando por fin se encariñaba de él, se lo arrebataron.
Madame hizo una pausa, dejando que el joven asimilara la historia antes de continuar:
—La niña gritó: “¡TÍO!"
—¡No vengas! —le respondió él, pero ella no hizo caso y fue hacia él.
—Vas a estar bien, estoy segura —dijo la niña, mientras tapaba el lugar donde salía la sangre, era la segunda vez que sus manos se manchaban de sangre de su familia.
—Tranquila, eres una niña muy fuerte. Tú eres Ancipiti, recuérdalo —le dijo su tío, comenzando a escupir sangre.
—¡Tío, no te vayas, por favor, te necesito conmigo! —suplicó la niña, pero él dejó de responder y dejo de moverse Ancipiti cerró sus ojos que habían quedado abiertos.
Madame continuó con voz triste:
—Su gente llegó un tiempo después y la encontraron con el cuerpo de su tío en sus brazos. El que le disparó se fue después de matarlo, pero antes le dijo: “Todo esto es tu culpa. Eres muy débil, ni siquiera eres capaz de hablar claro, solo te escondes detrás de tu tío. La que debería estar muerta eres tú, pero sería un desperdicio de balas dispararte.” Sus palabras retumbaban en la cabeza de la niña cada segundo.
—El mundo fue cruel con ella. Pasó meses encerrada en su habitación. Los hombres que obedecían a su tío comenzaron a rebelarse. Ella no podía hacer nada, ni siquiera era capaz de salir de su habitación para salvar lo que era de su tío. Todo se derrumbó. Sin él, todo llegó a ser un caos y ella era consciente de que era una cobarde.
—Los traidores querían ser los jefes y no iban a parar hasta conseguirlo. Mataron a los que se opusieran a que ellos tuvieran el poder, los otros no tuvieron más que agachar la cabeza y obedecer. El que lideraba todo esto fue Robert, la mano derecha de su tío, en quien él más confiaba. Robert fue el único que sabía la debilidad de su tío y había planeado el atentado contra él.
—El maldito de Robert tuvo el descaro de proponerle a la niña ser su mujer para salvarla, pero ella nunca lo aceptaría. Solo un degenerado pediría la mano de una niña de 11 años. Ella no se iba a casar con un maldito traidor. Robert la cambió de habitación y la tuvo encerrada durante seis años, encadenada para que no escapara. No podía creer que soportara vivir ese martirio durante tanto tiempo. Robert tenía 27 años, aunque se veía un poco más joven.
Un día Robert fue a visitar a Ancipiti, el cuarto era oscuro el paso de los años fue deteriorando la habitación, el olor era pesado y murmuros siempre se escuchaban.
—“¿Ya lo pensaste bien? ¿Te vas a casar conmigo?” —le preguntó Robert, mientras se acercaba a la cama donde ella se encontraba.
Hacia esa pregunta cada día de la semana, continuo por meses y años.
—Primero muerta —respondió ella, alejándose de él.
—“Aun enojada te ves hermosa, eres igual a tu madre” —dijo él, mientras acariciaba su rostro.
—“¿Por qué no me matas de una vez y acabas con todo esto?” —preguntó ella, mientras grimas recorrieron el rostro de Ancipiti, su cuerpo estaba sucio y arañado.
Las cadenas de sus manos y pies habían causado marcas en su piel clara.
—“Sabes muy bien por qué. No toda la gente está de acuerdo en que yo sea el jefe, pero los tengo amenazados. Si no obedecen, te mataré, y como juraron protegerte, no pueden oponerse a mí” —respondió Robert.
Robert agarro su rostro y la miro con unos ojos amenazantes, Ancipiti no podía hacer nada más que negarse rotundamente.
—“¡Eres una basura, escucha jamás me casare contigo!”
Ancipiti le escupió en la cara, Robert se limpió y le sonrió.
—“Lo sé, me lo has dicho muchas veces, cuando te vas a cansar, serías la mujer del jefe, vamos muñeca, ¿No estás cansada de estar aquí?”
—“Prefiero estar así antes que estar casada con un traidor.”
—“Otro día perdido intentando convencerte.”
—“No vengas entonces, porque nunca voy a aceptar.”
El cuerpo de Ancipiti era muy delgado, por lo poco que llegaba a comer, la habitación al principio era brillante tanto que daba náuseas, pero con el paso del tiempo se fue deteriorando las arañas hacen sus casas en las esquinas del cuarto y se pasean libres, mientras que ella a duras penas se puede acercar a las ventanas.