Matteo Bushida Lombardi desde pequeño vio a sus padres amarse por sobre todas las cosas, y pensó que él había encontrado un amor igual, pero todo lo perdió por culpa de aquella noche.
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Diecisiete
Tres días después aquel préstamo había sido aprobado y las dos chicas esperaban en una pequeña sala a que el médico saliera a decirles que tal había sido la operación de Aiko.
- Todo fue perfecto.- la sonrisa en la cara del doctor las llenó de alegría a ellas también- Aiko es pequeña y eso resultó en una intervención rápida y limpia, en un rato pueden ir a la habitación aunque ella seguirá dormida, no tuvimos que intubar ni nada, así que solamente la verán con la mascarilla de oxígeno para ayudarla a tener un descanso tranquilo.
- Gracias doctor- dijeron ambas mientas mantenían sus manos juntas como si con ese gesto pudieran sortear todo lo malo que estuviera a su alrededor.
- No hay que agradecer, por suerte todo se resolvió sin muchos contratiempos, ahora solamente a esperar para verla corriendo otra vez.
El sonido de los sollozos de Mia se elevó en el lugar al recordar que su niña pudo quedar con una limitación por culpa de una persona imprudente y encima esta no iba a recibir ningún castigo y Anneta la abrazó con fuerza.
Unas horas después ya la niña estaba despierta y se notaba el buen ánimo que tenía a pesar de la herida en su cadera.
- Señor Orlov, no tenía que molestarse en venir hasta aquí. - le habló Mia a su jefe poniéndose de pie al verlo entrar en la habitación de su hija.
- No es una molestia venir a ver como están después de todo el estrés de la espera.
El hombre buscó con la vista a Anneta y sin ningún tipo de pudor le sonrió.
Había encontrado una tía muy peculiar y estaba decidido a conquistarla.
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Cerca de dos años después.
- Hablaré con Danara esta misma tarde y te digo su respuesta, seguramente va a decirme que le dé un día o dos para pensar.
- No hay problema con eso, pero no quiero entrar en territorio de ustedes y tener un mal entendido con amigos.
Matteo estaba sentado en la oficina de Boris Orlov hablando de negocios.
Los dos hombres se conocían hacía años y eran muy buenos amigos a pesar de la diferencia de edad.
Cuando Matteo tenía quince años y Boris veinticinco este apareció con su padre en la mansión Lombardi para tratar negocios.
El supuesto empresario de origen ruso también pertenecía a una familia muy respetada dentro de la mafia de su país, pero él había decidido dejar su lugar de jefe al hermano menor y dedicarse a llevar los negocios de los Orlov, tanto los legales como los ilegales.
Aquella visita fue el comienzo de una buena amistad entre ellos dos, una amistad que perduraría a través de los años.
El asiático, además de a sus padres y a Takeshi, tenía que agradecer mucho de lo que sabía en el mundo de la mafia y los negocios a Boris Orlov.
- Entonces voy a esperar y mientras me dedico a otra cosa.- le comentó el ruso resignado a no llevar su plan enseguida a término.
Unos golpes en la puerta interrumpieron la conversación y Boris le hizo un gesto con la mano a su amigo para detener la conversación.
- Adelante- dijo y la puerta se abrió para dejar entrar a Mia.
- Buenos días señor Orlov. - la chica miró a su jefe y después miró al sillón que se encontraba frente al escritorio de este y sintió como su cuerpo perdía la temperatura rápidamente, su pasado la había encontrado y estaba sentado a menos de dos metros de ella- Perdón señor, no sabía que estaba ocupado.- intentó disimular su nerviosismo.
- No se preocupe señorita Vani, Matteo es un amigo.- le aclaró llamándola respetuosamente, siempre que no estaban solos lo hacía de esa manera para evitar malos entendidos.
- Yo solo venía a avisarle que ya había llegado.- la chica esa mañana tuvo una actividad en la clase a la que asistía su hija y llegaba tarde- También vine a recordarle que a las once y treinta tiene una videoconferencia. - le indicó a su jefe sin levantar mucho el rostro para que el hombre que estaba con él no pudiera verla bien, aunque con la poca distancia que había entre ellos eso era algo difícil.
- Sí gracias- le contestó el empresario.
- Si no necesita nada, estaré en mi puesto.
- Nada señorita, no se preocupe.
La chica salió de allí casi como pudo intentando no llamar la atención, no era muy buena idea darse a conocer desmayándose frente al hombre que prometió matarla si la volvía a ver, caminó hasta su escritorio y se sentó, puso las manos en su rostro evitando llorar, tanto huir de aquel monstruo y resulta que es amigo de su jefe aunque no entendía como es que nunca lo vio por allí.
Y la respuesta era sencilla, aquel era un negocio legal de Boris y ellos respetaban mucho eso, siempre que Matteo venía a la ciudad se encontraban en cualquier otro lugar y casi siempre pasaba lo mismo cuando era el ruso quien iba a ver a su amigo, pero esta vez por azares del destino el asiático decidió hacerle una visita.
- Tengo que irme de aquí, tengo que irme de aquí. - se repetía una y otra vez Mia.
Había tomado el teléfono para llamar a su tía y decirle que recogiera lo más importante para escapar, pero después decidió que no era buena idea.
En primera no podía hacerle algo como aquello a Anneta, ella al fin estaba cediendo ante la idea de tener una relación con Boris después de que el hombre llevara dos años repitiéndole hasta el cansancio que ella no era un juego para él, y sabía que su tía tenía un sentimiento similar, pero tenía miedo.
Y ahora que estaba logrando vencerlo ella no la iba a arrastrar a otro lugar, lejos del hombre que la haría feliz.
Y la otra razón era su puesto, ella era la secretaria de la presidencia, si huía irremediablemente eso traería un revuelo que sería peor.
- Piensa, piensa. - se repitió cuando sintió una fría presencia a un costado de su escritorio.
- Señorita ¿Nos conocemos de algún lado?- Matteo había salido del despacho y ella estaba tan sumida en sus pensamientos que no lo escuchó.
Mia intentó no mirarlo de frente, pero después se dio cuenta de que eso podría ser sospechoso.
- No lo creo señor, pero tengo una cara muy común, así que puede que simplemente me parezca a alguien.
Él buscó mirarla más detenidamente pero ella bajó rápidamente el rostro, aunque lo que sí no pudo evitar es que el hombre se diera cuenta que de común ella no tenía nada, su belleza no era ni una pizca de corriente.
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