En un mundo devastado por un virus que desmorono la humanidad, Facundo y Nadiya sobreviven entre los paisajes desolados de un invierno eterno en la Patagonia. Mientras luchan contra los infectados, descubre que el verdadero enemigo puede ser la humanidad misma corrompida por el hambre y la desesperación. Ambos se enfrentarán a la desición de proteger lo que queda de su humanidad o dejarse consumir por el mundo brutal que los rodea
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Capitulo 1
8 años después
{Bariloche, Río Negro}
La mañana trae consigo una calma engañosa, casi surrealista. Desde las alturas del Cerro Campanario, el Lago Nahuel Huapi se extiende como un espejo oscuro y sereno, reflejando un cielo grisáceo que amenaza con nevadas. El invierno ha comenzado a instalarse lentamente, y aunque las zonas bajas del cerro apenas empiezan a cubrirse de escarcha, sé que en un par de días todo estará sepultado bajo un manto blanco.
El silencio es abrumador, pero no deja de ser inquietante. Solo se escuchan mis pasos al crujir contra la tierra, y de vez en cuando el chasquido de una rama bajo mi peso. Cargo mi mochila con cada pequeña rama que encuentro; un error tan simple como no tener madera para una fogata podría costarme la vida en una noche como las que se avecinan.
Hace días que no veo ningún infectado, lo cual debería ser un alivio, pero no lo es del todo. Los bosques, cerros y zonas alejadas de las ciudades se han convertido en refugios relativamente seguros, pero la ausencia de movimiento siempre despierta una sospecha: ¿es real esta calma, o el peligro está simplemente fuera de mi vista?
Mis suministros se están agotando. Apenas me queda agua, y la comida es tan escasa que cada mordisco lo siento como un lujo. Por eso mi próximo destino está claro, aunque sea arriesgado: el centro de San Carlos de Bariloche, a unos 15 kilómetros de aquí. Necesito comida, herramientas y algo de ropa para soportar el invierno. Mi abrigo está tan desgastado que más parece un trapo, y las botas que llevo tienen los días contados.
Sin embargo, lo que me espera allí no será fácil. La ciudad, una vez llena de turistas, ahora es un terreno hostil. No sé cuántos infectados pueden quedar vagando por las calles... o cuántos sobrevivientes estén dispuestos a matar por las mismas cosas que busco. En estos ocho años, he aprendido que el mayor enemigo no siempre es un ser desprovisto de humanidad. Hay algo incluso más aterrador: los humanos que han dejado atrás cualquier vestigio de compasión o moralidad.
El viento comienza a soplar con más fuerza, acariciándome el rostro con un frío que cala hasta los huesos. Su olor es distinto: pino, tierra húmeda y un leve aroma a podrido que me pone en alerta. Me detengo, agudizando el oído, pero el bosque sigue en un silencio gélido. Miro a mi alrededor, asegurándome de que no haya nada moviéndose entre los árboles.
El paisaje, a pesar de todo, sigue siendo hermoso. Desde aquí puedo ver las montañas nevadas que se alzan majestuosas a lo lejos. Hay momentos como este, breves y raros, en los que me permito una pausa para admirar lo que aún queda intacto en este mundo desolado. Pero esa tranquilidad nunca dura demasiado.
Pienso en mi machete, afilado pero desgastado, que cuelga sobre mi costado. Si las cosas se complican, tendré que depender de mi sigilo y mis manos, y aunque me he vuelto bueno en eso, sé que no soy invencible.
Me coloco la mochila sobre los hombros y ajusto la correa del pecho. Debo seguir avanzando. El cielo se vuelve más claro con cada minuto que pasa, y el viento trae consigo un escalofrío que me recuerda que la noche no está lejos. Camino por la pendiente, bajando lentamente hacia el valle, y el peso de mis decisiones se siente más real con cada paso.
Mientras avanzo, no puedo evitar que mi mente divague hacia los años pasados. Ocho años. Parece tanto tiempo y, al mismo tiempo, tan poco. Antes del virus, era una persona diferente. Tenía una vida, un propósito, quizás incluso sueños. Ahora, cada día es una batalla. Cada decisión que tomo está teñida por la necesidad de sobrevivir.
No quiero pensar en lo que he hecho para llegar hasta aquí. Las personas que he dejado atrás. Las cosas que he tenido que hacer para seguir con vida. Pero a veces esas memorias se filtran, como un veneno que no puedo evitar.
Pero no puedo quedarme aquí mucho tiempo. La ciudad me espera, y con ella, la incertidumbre.