Imagina tener la oportunidad de reiniciar tu vida, de borrar el pasado y empezar de cero. ¿Qué harías? ¿Cómo te reinventarías?
Me encuentro en ese punto, con la posibilidad de comenzar de nuevo. Me pregunto qué camino tomaría, qué decisiones cambiaría y qué oportunidades aprovecharía.
¿Me esforzaría por reconstruir mis relaciones, o me enfocaría en construir nuevas? ¿Seguiría los mismos pasos o tomaría un nuevo rumbo?
La posibilidad de empezar de nuevo es emocionante y aterradora al mismo tiempo. Pero estoy listo para enfrentar el desafío y ver hacia dónde me lleva este nuevo comienzo.
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Un sueño , Un recuerdo
Regresé a mi casa, exhausto y desanimado, después de un día entero de buscar trabajo sin éxito. Al abrir la puerta, fui recibido por mis padres, que me miraron con una mezcla de preocupación y curiosidad. Como hijo único, siempre habían estado muy atentos a mi bienestar y mis logros.
"¿Cómo te fue, hijo?" me preguntó mi madre, mientras mi padre me observaba en silencio.
Solo pude sacudir la cabeza y decir: "No pude conseguir nada". Me sentía derrotado y frustrado.
Mi padre frunció el ceño, visiblemente molesto, pero no me dijo nada. Tal vez vio el cansancio y la desilusión en mi rostro y decidió no reprocharme. En su lugar, me puso una mano en el hombro y me dijo: "Bueno, hijo, mañana es otro día. Seguirás intentándolo, ¿verdad?"
Asentí, sintiendo un poco de alivio por su comprensión. Mi madre me dio un abrazo y me dijo: "Vamos, te prepararé algo de comer. Debes estar muerto de hambre".
En ese momento, me di cuenta de que, aunque no había conseguido un trabajo, aún tenía el apoyo y el amor de mis padres. Y eso era algo que me daba fuerzas para seguir adelante.
Me retiré a mi habitación, luego de terminar de comer. Un espacio sencillo pero acogedor. Las cuatro paredes blancas y lisas me rodeaban, y la puerta se cerró suavemente detrás de mí. La cama, mi refugio, me llamaba con su suave colcha y sus almohadas mullidas. Me senté en ella, sintiendo el cansancio del día pesar sobre mí.
Mi armario, ubicado en una esquina de la habitación, guardaba mis escasas pertenencias. No tenía muchos lujos, pero tenía lo necesario. Me descalcé y me acosté en la cama, sintiendo el agotamiento apoderarse de mí.
Miré el techo, blanco y liso como las paredes, y comencé a pensar en el día que había pasado. La búsqueda de trabajo, la frustración, la desilusión. Pero también pensé en mis padres, en su apoyo y amor incondicional.
Cerré los ojos, dejando que el silencio de la habitación me envolviera, y me sumí en un sueño ligero, esperando que el mañana trajera nuevas oportunidades y un nuevo comienzo.
En mi sueño, me vi de nuevo con 18 años, lleno de energía y ambición. Estaba empezando a estudiar una carrera técnica, algo que había decidido hacer después de terminar la secundaria. Me había dicho a mí mismo, y a mis padres, que quería estudiar algo técnico primero para ganar experiencia y luego pagarme la universidad yo mismo.
Pero, en el fondo, sabía que había otra razón para esa decisión. Tenía miedo de fracasar en el examen de ingreso a la universidad. Miedo de no ser lo suficientemente bueno, de no poder competir con los demás. Así que, en cierto modo, la carrera técnica era una excusa, una forma de evitar el riesgo de fracasar.
En mi sueño, recordé la emoción y la ilusión que sentía en ese momento. Estaba decidido a hacer algo con mi vida, a triunfar y a hacer que mis padres se sintieran orgullosos de mí. Pero, también recordé la inseguridad y el miedo que me acompañaban, y cómo esos sentimientos me habían llevado a tomar decisiones que, en retrospectiva, no fueron las mejores.
Y tal vez una de esas decisiones fue enamorarme. Siempre había escuchado que el amor te vuelve tonto, pero nunca creí que sería mi caso. Rina, una chica que conocí el día del examen de admisión, alguien que me cautivó desde la primera vez que la vi. No fue hasta que ingresé a la carrera que me atreví a hablarle, y fue ahí donde todo comenzó a desmoronarse, o mejor dicho, a perderme.
Rina era diferente a cualquier chica que hubiera conocido antes. Tenía una sonrisa que iluminaba la habitación y una personalidad que me atraía como un imán. Me sentí atraído por ella desde el principio, pero no me atreví a acercarme hasta que nos cruzamos de nuevo en el instituto.
Recuerdo el día que le hablé por primera vez, mi corazón latía a mil por hora y mis palabras se enredaban en mi boca. Pero ella me sonrió y me hizo sentir como si fuera el único en el mundo. Y en ese momento, supe que estaba perdido. Perdido en sus ojos, en su sonrisa, en su amor. Y no me importaba, porque por primera vez en mi vida, me sentía vivo.
Después de ese momento, no podía dejar de pensar en Rina. Siempre la buscaba para hablar con ella, aunque estuviéramos en diferentes carreras. Empecé a salirme de clase para ir a buscarla, y hasta en ocasiones faltaba a clase para esperar que saliera, porque había veces que salía temprano y la esperaba afuera del instituto.
Recuerdo que me sentía como un adolescente enamorado, sin importarme nada más que estar cerca de ella. Me gustaba verla sonreír, escuchar su risa, y simplemente disfrutar de su compañía. Me sentía vivo cuando estaba con ella, y no me importaba nada más.
Mi obsesión por Rina me llevó a hacer cosas que nunca hubiera imaginado. Me convertí en un experto en saber su horario, sus clases, y sus rutinas. Sabía exactamente cuándo y dónde podría encontrarla. Y cuando la veía, mi corazón latía a mil por hora y mi mente se vaciaba de todo pensamiento racional.
En ese momento, no me di cuenta de que mi comportamiento podría ser considerado como acoso o obsesión. Solo sabía que no podía dejar de pensar en ella, y que necesitaba estar cerca de ella para sentirme completo.
Y así el tiempo fue pasando, hasta que un día la vi besando a otro. Me sentí como si me hubieran golpeado en el estómago, como si todo el aire se hubiera escapado de mis pulmones. No podía creer lo que estaba viendo. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía ella hacerme esto después de todo lo que había hecho por ella?
Me había convertido en su sombra, siempre detrás de ella, esperando una oportunidad para hablarle, para sonreírle, para hacerla feliz. Había hecho mil cosas por ella, desde pequeños favores hasta grandes sacrificios. Y todo para qué? ¿Para que ella me utilizara y me descartara como si fuera basura?
Me sentí utilizado, engañado, traicionado. Me di cuenta de que nunca había sido más que un objeto para ella, un medio para llegar a un fin. Y ese fin no era yo, era otro. Me sentí como un tonto, un idiota que se había dejado llevar por sus sentimientos sin ver la realidad.
De pronto me desperté de golpe, llorando amargamente. El sueño había sido tan vívido, tan real, que me había transportado de vuelta a ese momento doloroso. Me senté en la cama, rodeándome con mis brazos, y lloré sin poder parar. El dolor y la tristeza me invadieron, y por un momento, me sentí como si estuviera viviendo de nuevo esa experiencia.