nix es la reina del reino más prospero y con los brujos más poderosos pero es engañada por su madrastra y su propio esposo que le robaron el trono ahora busca venganza de quienes la hicieron caer en el infierno y luchará por conseguir lo que es suyo
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capitulo 9 pacto y sombras
El viento nocturno ululaba entre las rocas mientras Nix observaba el horizonte desde la cima de una pequeña colina. El peso de la daga primordial seguía allí, constante, como si el arma misma buscara recordarle su presencia. La luna iluminaba su rostro, y aunque su expresión era firme, en sus ojos ardía algo más profundo: cansancio, furia… y algo que no podía admitir ni a sí misma.
Un ruido de pasos suaves a su espalda no la tomó por sorpresa.
–Crees que ocultándote en las sombras lograrás algo –dijo Nix sin girarse.
Drystan se detuvo a un par de pasos de ella, con las manos en los bolsillos de su capa negra y una expresión difícil de leer en su rostro. La brisa agitaba sus cabellos oscuros, y la luna acentuaba las facciones del semidiós con una belleza casi irreal.
–No me oculto –respondió él con voz calmada–. Pero no puedo ignorar lo que estás haciendo.
Nix lo miró finalmente, sus ojos reflejando la luz pálida de la luna como dos brasas apagadas.
–¿Y qué crees que estoy haciendo, exactamente?
Drystan la observó en silencio durante un instante que pareció eterno.
–Te estás dejando consumir por la daga –respondió con franqueza–. Lo veo en la forma en que miras el arma, en la manera en que te aferras a ella como si fuera tu última esperanza.
–No me importa lo que pienses –espetó Nix con frialdad, girándose por completo hacia él–. Esta daga es mi herramienta, mi poder. No me consume; me fortalece. Si no lo entiendes, entonces no sabes nada de mí.
Drystan avanzó un paso, sus ojos grises clavándose en los de ella como un desafío silencioso.
–Te equivocas. Te entiendo más de lo que crees –su voz bajó apenas, y por primera vez, había algo genuino, casi vulnerable, en sus palabras–. Sé lo que es aferrarse a algo oscuro, a algo que promete poder cuando más débil te sientes. Pero el precio siempre se paga, Nix. Siempre.
Nix apretó los puños, sintiendo cómo la daga en su cinturón parecía resonar con sus emociones. Las palabras de Drystan se clavaron más profundo de lo que esperaba, pero no iba a permitir que él lo supiera.
–No estoy débil –gruñó–. Y no necesito tus advertencias ni tu compasión.
–No es compasión –respondió Drystan, con un brillo peligroso en los ojos–. Es experiencia. Pero si prefieres lanzarte al vacío sin escuchar, adelante. Yo estaré allí cuando caigas.
–¡No caeré! –gritó Nix, sorprendida por la fuerza de sus propias palabras. La daga vibró con intensidad en su cinto, y el viento pareció detenerse un instante a su alrededor.
Drystan retrocedió ligeramente, su mirada fija en la daga. Por un segundo, Nix creyó ver una chispa de preocupación en los ojos del semidiós.
–Ya lo veremos –susurró él, antes de darse la vuelta y desaparecer entre las sombras de la noche.
Nix permaneció sola bajo la luz de la luna, respirando agitadamente. Su mano se deslizó instintivamente hasta la empuñadura de la daga, y al tocarla, sintió cómo un calor oscuro se extendía por su brazo. Las voces, tenues hasta entonces, se hicieron más claras.
“Él no entiende. Nadie entiende. Solo tú puedes vengarte. Solo tú eres digna de este poder.”
Nix cerró los ojos, dejando que las palabras la envolvieran. Por un instante, imaginó a Kael y a Elara arrodillados ante ella, derrotados, implorando por misericordia que nunca llegaría. Esa imagen era lo único que le daba fuerzas para seguir adelante.
“Solo tú.”
–Solo yo –murmuró Nix, con una determinación férrea en la voz.
La mañana siguiente llegó con un amanecer rojo como la sangre. El grupo retomó su camino hacia Brina, pero el ambiente entre ellos se había vuelto aún más tenso. Drystan no habló en todo el recorrido, y aunque Ivar intentaba llenar el silencio con preguntas nerviosas sobre el rey de Brina, nadie realmente le respondía.
Fue al mediodía cuando alcanzaron las primeras señales de civilización: un puesto fronterizo rodeado por torres de vigilancia y soldados que patrullaban la zona.
–Aquí empieza Brina –dijo Ivar con alivio en la voz–. No creo que podamos entrar sin que nos hagan preguntas.
Drystan se adelantó ligeramente, mirando hacia el puesto con desconfianza.
–Déjamelo a mí –dijo, desmontando de su caballo–. Mantengan la cabeza baja y sigan mi ejemplo.
Nix lo miró con suspicacia.
–¿Qué vas a hacer?
–Digamos que conozco a alguien aquí. Un viejo favor –respondió él con una sonrisa ladina antes de caminar hacia los guardias.
Los soldados al principio adoptaron posiciones defensivas al verlos acercarse, pero la expresión de Drystan no flaqueó ni por un momento. Tras un intercambio de palabras en voz baja con uno de los capitanes, los guardias finalmente los dejaron pasar, aunque no sin lanzar miradas inquietas hacia Nix y el aura sombría que parecía envolverla.
–¿Qué les dijiste? –preguntó Ivar, montando de nuevo su caballo al lado de Drystan.
–Que sería mejor no hacer preguntas –respondió Drystan con un encogimiento de hombros.
Nix observó al semidiós con atención renovada. Sabía que no era un simple guerrero; cada vez era más evidente que Drystan tenía conexiones que ella no alcanzaba a comprender. Sin embargo, no iba a preguntarle nada… aún.
Cruzaron el puesto fronterizo y se adentraron en Brina, una tierra cubierta por vastos campos de cultivo y colinas onduladas. A lo lejos, en lo alto de una montaña, se podía ver la silueta del castillo de piedra negra del rey de Brina.
–Ese es nuestro destino –dijo Nix, con la voz firme–. Si el rey de Brina se niega a ayudarnos, no tendremos tiempo que perder.
Drystan asintió, pero sus ojos se mantuvieron fijos en ella durante un segundo más. Había algo en Nix que lo preocupaba, y no era solo la daga.
Mientras avanzaban hacia el corazón del reino, Nix aferraba las riendas con fuerza, su mirada fija en el horizonte. Cada paso que daba la acercaba a su objetivo… pero en su interior, las voces seguían susurrando, y la daga vibraba con cada pensamiento de venganza.
La reina caía lentamente en las garras de algo mucho más oscuro de lo que imaginaba, y aunque no quería admitirlo, el miedo empezaba a arañarle el corazón.
Al caer la tarde, el grupo llegó a las puertas del castillo de Brina. Los guardias se tensaron al verlos aproximarse, y Nix desmontó con elegancia, su capa ondeando tras ella.
–Anuncia que la reina de Lumea busca audiencia con el rey –dijo Nix con voz firme.
Los guardias intercambiaron miradas, claramente sorprendidos. Uno de ellos asintió antes de entrar corriendo al castillo.
Drystan se paró junto a ella, su voz apenas un susurro:
–Más te vale que tus palabras sean más fuertes que esa daga.
Nix lo miró de reojo, con una sonrisa llena de fiereza.
–Mis palabras son solo el inicio, Drystan. Lo que viene después… hará temblar a los reinos.
Mientras las puertas se abrían lentamente, Nix sintió cómo el peso de su misión ardía en su interior. Estaba lista para enfrentar a reyes y demonios por igual. Nada la detendría.
reina y tiene algo q ofrece y te invita a seguir leyendo.me gusta buen libro gracias