¿Romperías las reglas que cambiaron tu estilo de vida?
La aparición de un virus mortal ha condenado al mundo a una cuarentena obligatoria. Por desgracia, Gabriel es uno de los tantos seres humanos que debe cumplir con las estrictas normas de permanecer en la cárcel que tiene por casa, sin salidas a la calle y peor aún, con la sola compañía de su madre maniática.
Ofuscado por sus ansias y limitado por sus escasas opciones, Gabriel se enrollará, sin querer queriendo, en los planes de una rebelión para descifrar enigmas, liberar supuestos dioses y desafiar la autoridad militar con el objetivo de conquistar toda una ciudad. A cambio, por supuesto, recibirá su anhelo más grande: romper con la cuarentena.
¿Valdrá la pena pagar el precio?
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La lista
Hubo un tiempo en el que mamá, cuando no era tan loca, me dijo que la mejor manera de llamar la atención es enfurecer a la gente con elegancia. Creo que lo hice, al menos con una de las gemelas que ahora mismo, quiere reventarme la nariz con un puñetazo.
—Ay Asha, sé cordial con nuestro vecino —dice la que sostiene a la gemela histérica, tal vez avergonzada.
—¡Los chismosos mueren por los ojos! —me grita la tal Asha, quien no me quita de encima los diamantes venenosos que tiene por ojos. Luego escupe y se acerca más al extremo de su barandal.
La otra la sigue sin soltarla, quizás para evitar que Asha brinque a mi lado y me patee el culo. Claro que la distancia entre ambos balcones solo es digna para el salto de un acróbata, cuestión que me preocupa porque, con piernas tan largas y fuertes como las que aparenta tener Asha, lo más probable es que termine saltando sobre mi cadáver.
Evitando la paliza, me atrevo a ser un hombre:
—Lo siento, no era mi intención —las saludo, temblando como un burro en la nieve.
Aprieto apenas el labio inferior contra mis dientes, sintonizando la pregunta que razonablemente surge en mis neuronas: ¿De qué me disculpo? O sea, estaba tranquilo hablando con el flaco de Manuel y de pronto ellas se aparecen cuchichiando, malintencionadas, para despertar mis ganas de hablar con alguien que no sea mi mamá.
—Tranquilo vecino —la otra gemela me resulta tan dulce, o al menos eso parece—. Mi hermana anda con los ovarios sueltos, ya sabes, la menstruación —ríe, y su hermana le da un golpetazo en las costillas—. Ay Asha, no te molestes —pide la dulce con una risa entre dolor. La que se llama Asha me lanza una última amenaza y parte al interior de su apartamento. Su hermana insiste para que no se vaya—: Asha ven. Por favor no seas grosera —pero Asha desaparece y ella, tal vez apenada, suspira y alza ambos hombros, quizás acostumbrada al aparente mal humor de su doble—. Ella no es muy sociable que digamos —dice finalmente, y con un guiño sigue a su hermana.
—¡Espera! —intento detenerla. No había visto a ninguna otra persona más que a mi mamá durante semanas enteras, y sé que tal vez esta sea una ocasión que probablemente nunca se repita— ¡No te vayas! —aunque en vez de detenerse ella apresura más su huida—. Soy Gabriel —digo apenas, solo para mí, porque la soledad ha vuelto al balcón.
Se esfuman al interior de su apartamento, así como si nada, obviando mi clara existencia y mi saludo desubicado. Al menos sé que una de ellas se llama Asha y para ser honesto, me gusta su estilo de maniática. La otra es más cuidadosa, más calmada, más elegantemente pasiva. ¿O no? No hay que confiar en los callados: el que menos puja echa una lombriz, como diría mi mamá.
No obstante, ahora mismo solo me alegra el hecho de que vi a otras personas distintas a mi mamá, o sea, ¡qué genial! Es que la compañía de mi mamá se ha vuelto desagradable (me cansé de negar lo contrario) porque cuando te acostumbras a escuchar todos los días de tu vida las cantaletas de tu madre, ya te dan ganas de al menos ver a la chica de limpieza ¡y miren que en este edificio de residencias las de limpieza son bien feas!
De una cosa estoy seguro, las gemelas me alegraron el día. Sí, me mandaron al diablo, pero al menos se tomaron un pedacito de su valioso tiempo para hacerlo. O sea, es algo maravilloso que, a pesar del distanciamiento, pude ver a dos chicas, ¡pude verlas! Ja, ¿cómo te quedó el ojo cuarentena del demonio? Ahora mis pies están pegados al balcón, con ganas de ver a más gente. Ojalá aparecieran en bandadas, miles y miles en las calles, todos con monopatines.
¡Sería estupendo!
Y quizás hubiera tenido la suerte de ver como se hacía realidad el deseo de mí no tan alocada imaginación, pero mi madre se aparece de pronto con una mascarilla en su boca. Me aleja del balcón, guiándome como a un ciego por la mano, y luego la alegría que me causaron las gemelas se esfuma con las cantaletas del ogro que tengo por mamá.
—¿¡Qué te he dicho sobre ir al balcón sin mascarilla!? —las manos de mi madre se aferran a un desinfectante en aerosol. Como era de esperarse, lo rocía sobre cada pedazo de mi cuerpo.
—Vamos, mamá —realmente estoy creyendo que mi madre, después de todo, también es una compulsiva—, no creo que me contagie solo por tomar un poco de aire fresco en el balcón.
—¿Acaso no viste el reporte que publicó el consejo de padres? —sus cejas se encorvan mucho—. El coronavirus dura un buen tiempo en el aire. Creo que hasta 5 días si sus reportes no mienten, y mira que nunca lo hacen.
Y otra vez con el bendito consejo de padres. Son otros papás y mamás, todos maniáticos del vecindario, que se agruparon para andar proliferando sus exageraciones de "los riegos del coronavirus" entre ellos. Que si sales te vas a morir, que si no usas mascarilla también, que los jóvenes son los que más contagian a la población vulnerable, que todos debemos quedarnos en casa porque hay que salvar el mundo... y cosas como esas son las que se envían por su grupo de WhatsApp, llamado "Padres contra el virus".
Me enteré de que se llama así porque fue mi madre la que le puso el nombre. Sí, ella es la líder de ese grupo de locos, ¡y hasta un logo tienen! En él, un papá y una mamá le caen a puñetazos a un virus con aspecto de corona que llora y suplica en una nube de texto sobre su cabeza: "por favor, no más prevención" y los padres en otras nubes de texto dicen: "muere virus muere". El logo también lo hizo mi mamá, y realmente fue un tormento porque cada vez que terminaba un modelo diferente me preguntaba:
—¿Qué te parece este logo hijo?
Y yo respondía, siguiéndole el juego:
—Vale, está perfecto, pero en vez de sillas que lo golpeen con monopatines.
Mi mamá prefirió las sillas, de modo que interpreté que solo pedía mi opinión no para obtener una sugerencia, sino puras afirmaciones. Así que, las siguientes veces que me preguntó por alguna de sus otras ideas para el logo, yo solo le respondía:
—Guao, tu idea está como Andrea, la chica que se sienta un pupitre por delante de mí, es decir, ¡buenísima!
Mentira, Andrea era la más fea de la clase, además de que le decían saltona. Pero bueno, de alguna manera tenía que camuflar mi honestidad.
—Pero es que yo no tengo contacto con nadie, excepto contigo —me alejo de la nube de cloro que cubre mi respiración, pero ella me persigue.
—No te excuses —ella me rocía más aerosol—. He visto al señor Claudio salir a fumar a su balcón, y lleva una tos que no creo sea causa de la nicotina. Es tos seca, y cada vez que tose expulsa ese virus por el aire, el mismo que respiraste hace poco.
—Vale mamá, estás peor que ese coronel que quiere imponer toques de queda en la ciudad —digo sin dudarlo.
—¡No es gracioso! Ay jovencito, es mejor que vaya a bañarse con bastante jabón y no me conteste más. El almuerzo está listo. Ah, ¡Y nada de volver a salir al balcón! Desde ahora está prohibido, como todo lo de la lista.
Me exige, señalando la lista colgada en la pared donde aparece todo lo que está prohibido. Es muy extensa, pero lo más estricto resume:
A) No salir a la calle.
B) No abrirle la puerta a un vecino o familiar, o al que trae los alimentos sin el permiso de mamá.
C) No tocar nada que provenga del exterior sin antes desinfectarlo.
D) Lavarse las manos cada cinco minutos.
Y ahora, una nueva regla se une a la lista:
E) No salir al balcón (este lo escribe mi madre mientras me sermonea).
Ella cierra con llave las dobles puertas que dan al balcón, y parece que permanecerán así para siempre. Pone sus dedos bajo otra inscripción, en letras demasiado grandes y rojas, ¡odio el color rojo! Y que dice en frases cursivas un gran:
Quédate en casa. ¡Hazlo por tu salud!
Y sí, lo puso mi madre, y detesto que lo haya hecho porque vale ¡No soy un pillo de diez años! Sin duda toda su manía nació por esos anuncios televisivos y las locas teorías de los "Padres Contra el Virus." Me retiro a mi habitación dejando a solas a una mamá que sigue rociando el desinfectante detrás de mí. Me lanzo sobre la cama alborotada y muerdo las sabanas entre mi lengua.
¡Quiero que la cuarentena acabe! ¡Qué todo vuelva a ser como antes! ¿Por qué parece que no será así?
Camino por la morada sin quitar las mantas de mis dientes y me abalanzo contra la mancha húmeda que hay en la pared. Traigo corto los cabellos, pero no lo suficiente como para jalármelos entre sacudidas. No puedo resistir más, ¡debo irme contra las leyes del hombre y de mi madre! Entonces saco el teléfono, alucinando con la primera idea que se me viene a la mente, y le escribo a Manuel:
Yo: ¿Sabes qué? Tenías razón. La cuarentena si tiene un lado positivo después de todo. El mío será escapar de este maldito apartamento.