Josiane no quería estar allí, pero se vio obligada a ir a terapia debido a las reglas del refugio en el que vive.
Patrícia, su psicóloga, estaba acostumbrada a tratar casos difíciles, pero nada la preparó para Josiane.
Entre la ética y el amor ¿cuál prevalecerá?
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Capítulo 11
La carta.
Patricia sostenía el papel con cuidado, como si pudiera desintegrarse en cualquier momento. La sala estaba en silencio, excepto por el sonido de su respiración, que parecía un poco más pesada de lo normal. Había algo casi íntimo en aquella lectura, como si estuviera invadiendo un espacio sagrado, pero la decisión de Josiane de dejar la carta en el cuaderno eliminaba cualquier duda.
"Ella quiso que la leyera" pensó Patricia.
Abriendo la hoja, comenzó la lectura. En la parte superior, la frase "Querida yo del futuro" Patricia esbozó una breve sonrisa y murmuró para sí misma:
— "Querida"...
Continuó leyendo, dejando que las palabras de Josiane la guiaran.
"Querida yo del futuro,
Es gracioso empezar así, porque no sé si soy mi propia 'querida'. En realidad, creo que no.
No sé cómo estará el futuro. Mi mayor miedo es no estar más en el refugio. Parece extraño tener miedo de eso, porque odio este lugar, pero ¿qué sería peor que eso? No tener este poco que tengo ahora. ¿Y qué tengo?
El empleo limitado, las normas sofocantes, las personas que me irritan... todo pertenece al gobierno, no a mí. Ni siquiera mi vida parece realmente Mía.
Pero, al mismo tiempo, ¿cuántas veces escuché decir que allá afuera es mucho peor? Que en la calle no encuentras comida, sólo frío, privaciones y, tal vez, algo más peligroso.
¿Cuántas veces quise escapar? Muchas. Pero alguien siempre me dice: 'No lo hagas, allá afuera es peor.' Entonces, me quedo. No porque yo quiera, sino porque tengo miedo.
Mi mayor sueño... en realidad, ni siquiera sé lo que es soñar. Las personas hablan sobre sueños como si fueran algo tan natural, tal vez sea, tipo...ser astronauta, médica, abogada. Nunca pude aspirar a nada de eso. Mi único objetivo es sobrevivir. Es lo que mi madre me enseñó. Ser práctica.
Y es eso lo que intento ser. Sólo práctica."
Patricia terminó de leer y dejó el papel descansar en sus manos. A cada palabra, sintió como si estuviera mirando directamente al alma de Josiane, algo que la joven siempre se esforzaba tanto por esconder.
"Ella no sueña" pensó Patricia, con el corazón encogido. "Ella no ve el futuro como algo posible. Para ella, todo se resume a la supervivencia."
La terapeuta se recostó en la silla, la mirada perdida por un momento. Era difícil no sentir el peso de aquella revelación, la forma en que Josiane exponía sus miedos más profundos de una manera tan simple y, sin embargo, tan devastadora.
Pero, al mismo tiempo, Patricia percibió algo importante, el simple hecho de que Josiane hubiera escrito aquella carta era un paso significativo. Tal vez no soñara, pero había algo en aquella escritura que indicaba una pequeña, casi imperceptible, chispa de esperanza.
Patricia dobló la carta con cuidado y la colocó de vuelta en el cuaderno. Sabía que necesitaría abordar eso en la próxima sesión, pero, por ahora, decidió darse un momento para reflexionar.
Mientras tomaba su taza de café, sintió una mezcla de gratitud y responsabilidad. Josiane había confiado en ella, incluso de forma indirecta. Y Patricia sabía que no podía desperdiciar esa oportunidad.
— "Vamos a descubrir juntas lo que significa soñar," — murmuró para sí misma, antes de cerrar el cuaderno.
Cuando Patricia llegó a casa, el peso del día parecía más presente que nunca. La carta de Josiane no sólo la había conmovido, sino que continuaba resonando en su mente de una forma que no lograba apartar. Era como si cada palabra escrita estuviera pegada a sus pensamientos, repitiéndose en un ciclo que no sabía cómo interrumpir.
Dejó la cartera en el sofá y fue directo al baño, con la esperanza de que el agua caliente pudiera aliviar la tensión que sentía. Normalmente, un baño era suficiente para recargar sus energías, pero, esta vez, mientras el agua recorría su cuerpo, todo lo que podía pensar era en la frase que más le había marcado en la carta: "No sé lo que es soñar."
"¿Cómo alguien no sabe lo que es soñar?" pensó. Para Patricia, aquello era casi inconcebible. Su vida entera había sido movida por sueños — desde los pequeños, como entrar ir a Disney, luego a la facultad de psicología, hasta los más grandes, como convertirse en una profesional reconocida. Sus padres, siempre tan dedicados, habían incentivado esos sueños. Su madre, terapeuta como ella, le había enseñado que la práctica era importante, pero los sueños eran lo que realmente movían la vida. Y su padre, un gran cardiólogo, le enseñó el amor por la vida.
"Que nostalgia de ti, papá", dijo Patricia, echando de menos sus consejos.
Después del baño, Patricia se puso un pijama cómodo y fue a la sala, intentando distraerse con una serie en la televisión. No tardó mucho para que su madre, que vivía con ella desde que el padre había fallecido, apareciera en la puerta. Doña Helena era una mujer observadora, y algo en el comportamiento de su hija le parecía diferente aquella noche.
— Patricia, ¿estás bien? — preguntó, apoyándose en el marco de la puerta.
Patricia desvió la mirada de la televisión, sorprendida por la interrupción.
— Sí, mamá. Todo bien. Sólo estoy... cansada.
Helena frunció el ceño, caminando hasta el sofá y sentándose al lado de su hija.
— ¿Cansada? Normalmente estarías en el gimnasio a esta hora o visitando a alguna amiga. Cansada no parece ser la palabra correcta. ¿Qué ocurrió en el trabajo?
Patricia dudó por un momento. No le gustaba hablar de casos con nadie, pero también sabía que su madre tenía una intuición aguda.
— Nada fuera de lo normal, mamá. Fue sólo un día más... intenso.
Helena la miró fijamente, la clase de mirada que Patricia conocía bien. Era la misma mirada que había guiado tantas sesiones de terapia dirigidas por su madre. Sabía que no había forma de escapar.
— Patricia, ¿estás triste? ¿O pensativa? ¿Qué fue lo que te dejó así? Algo te conmovió, claramente.
Patricia suspiró, cruzando las piernas en el sofá y abrazando un cojín.
— Es una paciente. Escribió una carta. No puedo entrar en detalles, pero... algo en la carta me hizo pensar. Ella habló sobre no saber lo que es soñar, mamá. ¿Puedes imaginar eso? ¿No tener sueños?
Helena se quedó en silencio por un momento, procesando las palabras de su hija. Finalmente, respondió:
— Para algunas personas, soñar no es una opción. Es un privilegio que creen que no pueden tener. La vida, para ellas, se trata de supervivencia, de lidiar con el hoy, porque el mañana es demasiado incierto.
Patricia asintió lentamente, pero aún parecía confundida.
— Entiendo eso... racionalmente. Pero, para mí, es tan extraño. Siempre tuve sueños. Tú y papá me enseñaron a soñar. Siempre existió ese incentivo, ese apoyo. Entonces, ¿cómo alguien puede vivir sin siquiera saber lo que es soñar?
Helena sonrió levemente, colocando una mano sobre la de Patricia.
— Porque tal vez no tuvo lo que tú tuviste. Es la paciente misteriosa de la que siempre hablas, ¿verdad? — Helena no esperó confirmación. — ¿Y si ella no tuvo padres como nosotros, que le enseñaran a soñar? ¿Y si ella no tuvo una base segura? Si es así para ella, los sueños son lujos que la realidad no permite.
Patricia sintió un nudo en el pecho al escuchar aquellas palabras. Era eso. Josiane no sabía soñar porque nunca tuvo la oportunidad de hacerlo. Su vida siempre había sido práctica, como había dicho en la carta. Sobrevivir era su prioridad, y soñar era un concepto distante, algo que ni siquiera tenía sentido.
— Me siento... extraña con esto. — confesó Patricia, con la voz baja. — Como si todo lo que hago, todo lo que intento, no fuera suficiente para ayudarla.
Helena apretó la mano de su hija con una sonrisa comprensiva.
— Patricia, no puedes cambiar su pasado. Pero puedes ayudarla a entender que el futuro no tiene que ser igual a lo que ya ha vivido. Y, quién sabe, enseñarle lo que es soñar, incluso si eso lleva tiempo.
Patricia se quedó en silencio, procesando las palabras de su madre. Había algo reconfortante en aquello, pero también una enorme responsabilidad. Tal vez fuera eso lo que la inquietaba tanto: el miedo a fracasar, de no lograr mostrarle a Josiane que el futuro podía ser diferente.
— Gracias, mamá. — dijo finalmente, con una leve sonrisa.
Helena le devolvió la sonrisa, levantándose del sofá.
— Sólo recuerda, querida. Los mayores desafíos pueden ser vencidos sólo con paciencia y perseverancia. Ahora, termina tu serie y descansa. Vas a necesitar energía para mañana.
Patricia observó a su madre salir de la sala y volvió la mirada a la televisión, pero sabía que no podría concentrarse. La carta de Josiane seguía rondando su mente, y, en el fondo, sabía que aquella noche sería larga.