En un mundo devastado por un virus que desmorono la humanidad, Facundo y Nadiya sobreviven entre los paisajes desolados de un invierno eterno en la Patagonia. Mientras luchan contra los infectados, descubre que el verdadero enemigo puede ser la humanidad misma corrompida por el hambre y la desesperación. Ambos se enfrentarán a la desición de proteger lo que queda de su humanidad o dejarse consumir por el mundo brutal que los rodea
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Capitulo 3
Unas horas antes del atardecer, llego al centro de la ciudad de Bariloche. Estoy en alerta. Algo no me gusta.
Las calles están llenas de infectados muertos. Algunos aún agonizan, emitiendo sonidos guturales que ponen los nervios de punta. Esto solo puede significar una cosa: alguien más estuvo aquí, y no hace mucho.
Por la cantidad de cuerpos, dudo que haya sido una sola persona. Probablemente sea un grupo. Eso lo hace aún más peligroso.
Normalmente evitaría cualquier contacto con otros humanos. He aprendido a lo largo de estos años que, en este mundo, las personas pueden ser más letales que los infectados. Pero esta vez no tengo opción. No puedo seguir atravesando cerros y bosques sin los suministros necesarios.
Tengo una mano en el machete que llevo atado a la cintura. Cada paso es calculado, mi cuerpo tenso, mis sentidos agudizados. Los infectados son fáciles de esquivar si eres sigiloso, pero con los humanos todo es diferente. Nunca sabes desde dónde te observan.
Las calles están en silencio, salvo por el crujido ocasional de mis botas sobre el asfalto. Avanzo agachado, usando postes, carteles y cualquier objeto como cobertura. Un disparo sorpresa podría terminar con todo en un instante.
Encuentro algunos negocios a lo largo de mi camino. Me detengo en los que parecen más intactos. Para mi fortuna, encuentro un par de encendedores, cuerdas y una tijera oxidada que podría desmontar para usar como arma. También hallo dos botellas deportivas, que guardo en mi mochila con cuidado.
Mientras rebusco en un viejo kiosco, algo me pone en alerta: voces.
Me escondo detrás del mostrador y, desde el ventanal polvoriento, observo la calle.
Tres hombres aparecen caminando lentamente. Por su aspecto, rondan entre los 25 y 40 años. Uno lleva un palo con clavos cubierto de sangre seca. Otro sostiene una pistola con aire de confianza. El tercero no tiene armas visibles, pero no me engaño; seguramente lleva algo oculto bajo la ropa.
Los observo mientras caminan y conversan en voz baja. De repente, se detienen en seco. Sus miradas se dirigen hacia el lago Nahuel Huapi, que está a una cuadra de distancia, en bajada. Uno de ellos señala un edificio grande junto al agua.
Un hotel.
Lo reconocen y se mueven con cautela hacia él. "Hotel Arrayanes", leo en el letrero desgastado mientras los veo desaparecer en su interior.
Espero unos minutos después de que se pierden de vista. La lógica me grita que este es el momento perfecto para irme. Si solo están ellos tres, tengo una ventana segura para desaparecer.
Pero algo me detiene.
"¿Y si los mato?"
La idea se planta en mi mente como una semilla venenosa.
Ellos tienen armas. Ese hotel podría tener comida enlatada. Si los elimino, podría obtener lo suficiente para evitar ciudades y pueblos por semanas, incluso meses. Pero también podría ser mi final.
El frío golpea mi rostro, helándome hasta los huesos, a pesar de la capucha y la bufanda que cubren gran parte de mi cara. Respiro hondo y levanto la vista.
Nieve.
Pequeños copos empiezan a caer del cielo gris, danzando en silencio antes de posarse en el suelo.
Miro hacia el hotel. La tentación es cada vez más fuerte. Necesito un refugio. Y tal vez, solo tal vez, este sea el lugar donde mi suerte cambie.
"¿Vale la pena?"
Sujeto el machete con fuerza, sintiendo el metal frío contra mi palma. Tomo una decisión.