nix es la reina del reino más prospero y con los brujos más poderosos pero es engañada por su madrastra y su propio esposo que le robaron el trono ahora busca venganza de quienes la hicieron caer en el infierno y luchará por conseguir lo que es suyo
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capitulo 21
El viento soplaba fuerte en las Montañas de Zyren, como si los dioses mismos quisieran apartarlos del camino. Cada paso era una batalla contra la nieve que caía con furia, cubriendo el terreno y borrando cualquier rastro de sendero. Nix lideraba al grupo con determinación, su capa escarlata ondeando como una bandera de guerra entre el blanco impoluto. A su lado, Thalos, con su magia, conjuraba una tenue barrera para protegerlos de lo peor de la tormenta.
–Este clima no es natural –gruñó Drystan, con la mano en la empuñadura de su espada, como si pudiera pelear contra el frío mismo–. Algo está manipulando el viento.
Nix asintió, su mirada fija en el horizonte. Sentía cómo la tormenta la rodeaba no solo físicamente, sino en su interior. Todo lo que había visto, lo que había oído de Eryas, todavía rondaba su mente como una sombra persistente.
–Estamos cerca –dijo Thalos, su voz apenas audible por el rugido del viento–. El templo de las Llamas Eternas debería estar en el próximo paso.
–Si sobrevivimos para llegar –murmuró Drystan.
De pronto, un ruido seco rompió la monotonía de la tormenta. Un gruñido gutural, profundo y antinatural, hizo que todos se detuvieran.
–¿Qué fue eso? –preguntó Lyra, con voz temblorosa.
Antes de que alguien pudiera responder, la nieve a su alrededor comenzó a moverse. Del suelo surgieron figuras retorcidas de hielo y oscuridad. Sus ojos brillaban con un tono carmesí, y sus manos afiladas como dagas se dirigieron hacia el grupo.
–¡Sombras gélidas! –gritó Thalos–. ¡Prepárense para luchar!
Nix desenvainó su espada en un instante, el filo cantando al salir de su funda. No había tiempo para dudar. Una de las criaturas saltó hacia ella con un chillido inhumano, pero Nix giró sobre sí misma y la partió en dos. La sombra se desvaneció en una neblina negra, pero otras ya estaban encima de ellos.
–¡No dejen que los rodeen! –ordenó Nix, su voz fuerte y firme–. ¡Luchen en formación!
Drystan se colocó a su derecha, su espada cortando el aire con precisión letal. Lyra y los demás retrocedieron, cubiertos por Thalos, quien lanzó una llamarada de fuego que iluminó la tormenta y carbonizó a varias de las criaturas. Sin embargo, por cada sombra que caía, dos más surgían de la nieve.
–¡Esto no tiene fin! –gruñó Drystan, defendiendo su posición con esfuerzo.
Nix respiró hondo, buscando claridad en el caos. Entonces lo vio: una figura oscura en la cima de un montículo cercano. Alta y esbelta, con un bastón de cristal negro, dirigía las sombras con movimientos fluidos.
–¡El conjurador! –gritó Nix–. ¡Debemos detenerlo!
–Déjamelo a mí –dijo Thalos, entre jadeos.
El mago extendió su mano y murmuró un conjuro en un idioma antiguo. Una lanza de fuego surgió de su palma y cruzó la tormenta con la fuerza de un rayo. El conjurador apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el impacto lo lanzara por los aires, y la conexión con las sombras se rompiera. Las criaturas de hielo cayeron al suelo y se deshicieron como polvo, dejando solo el silbido del viento.
El silencio regresó, pero no trajo consuelo.
–¿Están todos bien? –preguntó Nix, limpiando la sangre y la escarcha de su espada.
Lyra asintió débilmente mientras Drystan se dejaba caer sobre una roca, respirando pesadamente.
–¿Qué eran esas cosas? –preguntó Lyra con temor.
–Sombras gélidas –respondió Thalos, su rostro pálido por el esfuerzo–. Magia antigua, retorcida y peligrosa. Esto confirma lo que temíamos: alguien está observando nuestros movimientos.
Nix se giró hacia él, su mirada acerada.
–¿Crees que es obra de Eryas?
Thalos negó con la cabeza.
–No. Esto es magia más directa, más... mortal. Alguien en este mundo, no un dios, está intentando detenernos.
–Entonces debemos movernos más rápido –sentenció Nix–. Si ya saben que vamos hacia el templo, intentarán impedirnos llegar.
Thalos miró hacia el horizonte, donde la silueta de una montaña más alta que las demás comenzaba a surgir entre la tormenta.
–Allí está –dijo con voz solemne–. El Templo de las Llamas Eternas.
El Templo Olvidado
Horas más tarde, el grupo alcanzó la entrada del templo. La tormenta parecía más débil allí, como si el mismo templo la repeliera. Frente a ellos se alzaban puertas enormes, adornadas con runas antiguas que brillaban con una tenue luz anaranjada.
–No parece que nadie haya estado aquí en siglos –dijo Drystan, examinando las inscripciones.
Thalos se acercó y pasó los dedos por las runas, susurrando palabras en el antiguo idioma de los magos.
–Las Llamas Eternas son un poder primordial –explicó–. Quien logre despertar su fuego, podrá usarlo para destruir... o para renacer.
–¿Y qué necesitamos para despertar ese poder? –preguntó Nix.
Thalos la miró con gravedad.
–Un sacrificio.
El silencio fue pesado como una losa.
–¿De qué clase de sacrificio hablamos? –insistió Drystan, con el ceño fruncido.
Thalos no respondió de inmediato. En lugar de ello, empujó las puertas del templo, que se abrieron con un gemido profundo y resonante.
–Lo descubriremos dentro –dijo finalmente.
Nix fue la primera en cruzar el umbral, su espada lista. El interior del templo era vasto y majestuoso. Una luz anaranjada parecía emanar de las paredes mismas, y en el centro de la sala principal, un altar de piedra negra contenía una llama que ardía sin combustible, alta y vibrante.
–La Llama Eterna... –murmuró Thalos, maravillado.
Nix avanzó hacia el altar, sintiendo cómo el calor de la llama la envolvía. Pero entonces, una voz resonó en el aire, una voz que hizo que su sangre se helara.
–No deberías estar aquí, Nix.
La reina se giró de golpe, y su corazón dio un vuelco. Allí, en la entrada del templo, de pie entre sombras, estaba Kael. Su antiguo esposo, el traidor, vestido con una armadura oscura y una sonrisa cruel en los labios.
–Kael... –gruñó Nix, alzando su espada.
Él sonrió con suficiencia.
–La Llama no es tuya para reclamar. Pero si quieres intentarlo, te estaré esperando.
Con un movimiento de su mano, las sombras se agitaron en el aire, y la silueta de Kael se desvaneció.
–¡Cobarde! –rugió Nix, pero ya no había nadie allí.
Thalos y Drystan la alcanzaron, sus rostros tensos.
–Esto fue una advertencia –dijo Thalos, su voz grave–. Kael sabe que estamos aquí.
Nix apretó los dientes, su mirada ardiendo con el reflejo de la llama.
–Entonces que se prepare –dijo, con voz firme–. Porque no me detendré hasta verlo caer.
La Llama Eterna seguía danzando frente a ellos, su calor pulsando como un corazón vivo. Lo que debían hacer allí, aún no estaba claro, pero Nix sentía una cosa con certeza: la batalla final estaba cada vez más cerca.
reina y tiene algo q ofrece y te invita a seguir leyendo.me gusta buen libro gracias