"Bajo el Hechizo de la Luna" es una historia épica de amor, sacrificio y el eterno desafío de mantener la armonía entre la luz y la oscuridad. A medida que la familia enfrenta nuevos retos y descubrimientos, la fuerza del amor y la sabiduría de la luna guiarán su camino hacia un futuro radiante.
Está historia está ambientada por la canción "Hijo de la luna"
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Capítulo 2: El Nacimiento y la Traición.
El parto de Elara fue una experiencia llena de dolor y esperanza, una mezcla de emociones que parecía estar a punto de desbordarse. A medida que el sol se ocultaba detrás de las colinas, un resplandor tenue iluminaba la habitación donde Elara daba a luz. El bebé, con su piel albina y sus ojos que reflejaban una luz inusual, llegó al mundo en medio de una serie de susurros asombrados. Elara, exhausta pero radiante, sostuvo al niño con una mezcla de amor y ansiedad, esperando que la llegada de su hijo trajera la felicidad que tanto había anhelado.
Sin embargo, la alegría de Elara pronto se vio ensombrecida por un creciente manto de inquietud. La noticia del nacimiento del bebé albino se propagó rápidamente por la aldea, desatando una ola de murmullos y especulaciones. En una comunidad arraigada en viejas creencias y supersticiones, la apariencia inusual del niño se convirtió en el foco de una creciente tormenta de miedo y sospecha.
Durante los primeros días, los vecinos y familiares de Elara comenzaron a visitarla, pero no con el entusiasmo esperado. Las visitas se convirtieron en interrogatorios disfrazados de preocupaciones y los comentarios de cortesía en insinuaciones veladas. La tensión era palpable, y aunque Elara trataba de mantener la calma, sentía la creciente presión de las expectativas y las creencias de su comunidad.
Los aldeanos empezaron a hablar de forma cada vez más abierta sobre el nacimiento del niño. Las supersticiones se apoderaron de las conversaciones diarias, con algunos afirmando que el niño albino era un castigo de los dioses, una señal de que algo oscuro se avecinaba. Otros argumentaban que la aparición de un niño con tales características debía ser el resultado de algún pecado oculto o traición, y las acusaciones se volvieron cada vez más graves.
Elara, atrapada entre su amor por su hijo y las crecientes acusaciones, trató de mantenerse firme. Darian, aunque preocupado, intentaba proteger a su familia y defender a su esposa. Sin embargo, la presión social continuaba intensificándose, y la situación se tornó cada vez más insostenible. Los aldeanos comenzaron a exigir explicaciones, y la tensión en el aire era tan densa que parecía que una chispa podría desatar el caos en cualquier momento.
El 7 de julio, la situación alcanzó un punto crítico. La multitud, alimentada por el miedo y la ira, se dirigió a la casa de Elara y Darian con una intensidad que presagiaba violencia. El aire estaba cargado de una mezcla de rabia y temor, y los gritos y las protestas de la multitud resonaban en las calles. Darian, al darse cuenta de que la situación estaba fuera de control, intentó enfrentar a la multitud con la esperanza de proteger a su esposa y a su hijo. Se interpuso entre los aldeanos y la casa, tratando de calmar la situación con palabras y actos de valentía.
A medida que la multitud avanzaba, la violencia se desató de forma descontrolada. Darian luchó con determinación, pero la fuerza de la multitud era abrumadora. Los gritos y los sonidos de la batalla llenaron el aire, y Elara, desde el interior de la casa, miraba con horror mientras la situación se volvía cada vez más desesperada. Los aldeanos, movidos por una mezcla de rabia y superstición, se abalanzaron sobre Darian, superándolo en número y fuerza.
En medio de la confusión y el caos, Darian, agotado y desesperado, comenzó a perder el control. El pánico y la furia lo envolvieron, y en un momento de desesperación, su comportamiento se volvió errático. La multitud, al ver la situación volverse más violenta, perdió la inhibición y se lanzó con mayor ferocidad. Darian, en su intento por proteger a Elara y al bebé, fue atacado brutalmente. Su resistencia fue en vano, y en un giro trágico, su vida se apagó en medio de la violencia.
Elara, en un estado de shock y desesperación, escuchó los gritos de la multitud y vio la brutalidad que se desataba. Su amor por Darian y su deseo de proteger a su hijo chocaron con la cruda realidad de la violencia que la rodeaba. En un instante desgarrador, Darian cayó, y la violencia de la multitud se desató con una intensidad inhumana.
Mientras Elara caía al suelo, la luna llena, que había observado la tragedia desde su posición en el cielo, comenzó a brillar con una intensidad sobrenatural. La luz plateada de la luna descendió sobre la tierra, creando un halo de resplandor que envolvió a la casa y a los que estaban dentro. La luna, en su majestuosidad y poder, pareció intervenir en el momento más oscuro.
El resplandor lunar envolvió al bebé albino en una luz etérea, elevándolo hacia el cielo nocturno. La multitud, estupefacta y atónita, observó cómo el niño era llevado por la luz de la luna. En un acto de intervención divina, la luna cumplió la promesa hecha a Elara. Mientras el niño se desvanecía en la distancia, el halo lunar dejó un rastro de esperanza y misterio en el aire.
Elara, con la vida desvaneciéndose lentamente, estaba sola en medio de la tragedia. Su dolor y su confusión eran profundos, y la luz de la luna parecía ofrecer un consuelo en medio del caos. La multitud, ahora conmocionada por lo que había presenciado, comenzó a disolverse, dejando a Elara en un silencio desolador.
La noticia de la tragedia se extendió rápidamente por la aldea, y el pueblo, aún en estado de shock, comenzó a enfrentar las consecuencias de sus acciones. La muerte de Darian y la desaparición del bebé se convirtieron en una historia de advertencia y lamento. La historia de Elara y su hijo quedó marcada por la tragedia y el dolor, pero también por la promesa de la luna.
A medida que el tiempo pasaba, Elara se convirtió en una figura trágica en la memoria de la aldea. Su amor por su hijo y la intervención de la luna se convirtieron en símbolos de esperanza y redención. Aunque su vida terminó en tragedia, su historia dejó una marca indeleble en el corazón de aquellos que la conocieron. La luna, testigo silencioso de la tragedia, continuó brillando en el cielo nocturno, recordando a todos la promesa de un nuevo comienzo y la esperanza que siempre persiste, incluso en los momentos más oscuros.