Elena lo perdió todo: a su madre, a su estabilidad y a la inocencia de una vida tranquila. Amanda, en cambio, quedó rota tras la muerte de Martina, la mujer que fue su razón de existir. Entre ellas solo debería haber distancia y reproches, pero el destino las ata con un vínculo imposible de ignorar: un niño que ninguna planeó criar, pero que cambiará sus vidas para siempre.
En medio del duelo, la culpa y los sueños inconclusos, Elena y Amanda descubrirán que a veces el amor nace justo donde más duele… y que la esperanza puede tomar la forma de un nuevo comienzo.
NovelToon tiene autorización de CINTHIA VANESSA BARROS para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 1 — El peso de los días
Narrado por Elena
El sonido regular del monitor que medía los signos vitales de mi madre era, en esos momentos, la única certeza que tenía. Cada vez que entraba en su habitación, respiraba hondo antes de abrir la puerta, como si intentara atesorar un poco de valor para lo que pudiera hallar allí.
Mi vida se había convertido en una rutina: trabajar todo el día e ir al hospital, comer algo rápido —casi siempre de pie, al lado de su cama—, y regresar a casa para dormir un poco antes de empezar de nuevo. No había fiestas, ni citas, ni fines de semana libres. Y aunque muchas personas decían que a mi edad debería "disfrutar la vida", yo creía que ya lo estaba haciendo… aunque a mi manera.
Mamá siempre me recibía sonriendo, aunque su rostro luciera pálido y sus labios estuviesen secos. Tenía cáncer de pulmón avanzado, y los médicos hablaban de tratamientos, cirugías y probabilidades de una forma tan técnica que parecía que se referían a otra persona. Yo me negaba a fijarme en los números. No me importaban. Mientras ella respirara, tendría fe en que podría salvarla.
—Hija, llegas corriendo otra vez… —susurró mamá esa tarde, moviéndose un poco en la cama. Su voz era delicada, como si cada palabra le costara.
—Ya sabes que no me gusta hacerte esperar —le respondí, dejando mi bolso en la silla y tomando su mano. Sus dedos estaban fríos, como si el calor se le estuviera yendo poco a poco.
Me observó con esa mezcla de cariño y preocupación que solo una madre puede mostrar.
—Trabajas demasiado. Y cuando no trabajas, estás aquí. ¿Cuándo vives para ti?
Me mordí el labio. Ya habíamos tenido esa charla antes.
—Mamá… no me pidas eso ahora. Cuando vuelvas a casa, cuando te recuperes, podré estar más tranquila. Y tal vez ahí… —me detuve, porque decir "tal vez ahí viva" me parecía cruel—. Tal vez ahí haga otras cosas.
Ella suspiró, sin discutir más, pero con una mirada que decía que no estaba convencida. Sabía que en el fondo temía por mi futuro, por la soledad que vendría cuando ella no estuviera. Yo trataba de no pensar en eso.
El dinero se erguía como un obstáculo permanente ante nosotras. Lo que obtenía apenas era suficiente para cubrir el alquiler, los servicios y lo esencial. El costo del tratamiento que requería superaba lo que podría ahorrar en muchos años. El seguro solo cubría una parte mínima, y lo que faltaba. . . lo que faltaba era como una montaña inalcanzable.
Esa noche, al salir del hospital, el viento frío de la ciudad me golpeó la cara. Camine despacio hacia el apartamento que arrendaba, que estaba a unas pocas calles, un espacio pequeño con paredes desgastadas y un balcón oxidado que apenas dejaba entrar la luz. Abrí la puerta y el silencio me rodeó. Dejé caer las llaves sobre la mesa y me senté frente a la vieja computadora que había recibido de un vecino que se había mudado.
Prendí la pantalla con la idea de buscar un turno adicional en alguna cafetería o restaurante. Ya trabajaba a medio tiempo en una tienda y por las noches limpiaba oficinas, pero pensaba que quizás podría renunciar a las pocas horas de sueño que me quedaban. No había más opciones. . . o eso creía.
Pasé horas revisando sitios de empleo, examinando anuncios de todo tipo. Algunos parecían ofrecer grandes beneficios y resultaban ser estafas. Otros eran trabajos exigentes con un salario muy bajo. Me restregué los ojos, agotada, y estaba a punto de rendirme cuando algo captó mi atención.
El anuncio no estaba en la sección habitual de empleo, sino en un foro de oportunidades y anuncios privados. El título era claro y directo:
“Se necesita mujer para ser madre subrogada. Generoso pago. Gastos médicos cubiertos al 100%.”
Parpadeé numerosas veces, pensando que quizás había leído mal. El texto continuaba:
“Buscamos a una mujer saludable, menor de 30 años, para llevar un embarazo a través de inseminación artificial. El óvulo será de la madre contratante. Se requiere buena salud física y mental, disponibilidad para chequeos médicos frecuentes y la posibilidad de mudarse temporalmente en los últimos meses del embarazo. Se ofrece pago completo al finalizar el proceso y cobertura total de todos los gastos durante el embarazo. Se dará prioridad a candidatas sin hijos previos.”
Mi corazón comenzó a latir con más fuerza. Sabía a qué se refería: ser madre de alquiler. No era algo desconocido para mí; lo había escuchado en la televisión o leído en redes sociales. Siempre lo había considerado algo distante, reservado para personas adineradas y contratos complicados. Nunca pensé que vería algo así en mi propia pantalla, dirigido a "cualquier" persona que cumpliera con los criterios.
El pago que ofrecían estaba resaltado al final. Una cifra tan elevada que por un momento creí que era un engaño. Con ese dinero podría costear la operación de mi madre, los medicamentos, la rehabilitación… y aún me quedaría suficiente para regresar a la universidad.
Tragué saliva. La razón me decía que no debía ni pensarlo. Sin embargo, una parte de mí, la que estaba desesperada, fatigada y lista para hacer lo que fuera por ayudarla, ya estaba considerando cómo aplicar.
Miré la pantalla, con las manos quietas sobre el teclado. Nunca había estado en estado de gestación. Nunca había tenido una relación. Ni siquiera había compartido un beso significado. La noción de que mi cuerpo pudiera llevar a un bebé que no sería mío me resultaba rara, pero no insoportable. Al fin y al cabo, no se trataba de mí. Se trataba de ella, de mamá.
Cerré los labios y volví a leer cada línea del anuncio, como si intentara grabarlo en mi memoria. Pedían buena salud… yo la tenía. En cuanto a la edad… cumplía con el requisito. Sobre la disponibilidad… eso podría ser complicado con mis trabajos, pero si me ofrecían lo que decía el anuncio, podría dejar todo y dedicarme solo a eso.
Me recosté en el respaldo de la silla, cerré los párpados y respiré profundamente. “Es por ella”, me dije a mí mismo. “Es por mamá”. Abrí los ojos y vi que el cursor seguía parpadeando en el lugar donde tenía que redactar mi mensaje de contacto.
Desplacé los dedos sobre el teclado… y me detuve nuevamente. ¿Y si resultaba ser un engaño? ¿Y si me involucraba en algo sospechoso? El anuncio mostraba un número telefónico y una dirección de correo electrónico. Decía que las entrevistas se llevarían a cabo en una oficina de la ciudad, con médicos presentes.
Eso parecía más formal.
Sentí un escalofrío y no supe si era por temor o emoción. Quizás era una combinación de ambas. Me levanté, caminé hacia la ventana y observé la calle desierta. Pensé en mamá, sola en la cama del hospital, batallando por respirar. Recordé las facturas amontonadas en la mesa, las cartas de cobro y la expresión resignada del médico cuando me decía que sin la operación no habría ninguna esperanza.
Regresé a la mesa. Respiré de nuevo y, con las manos temblorosas, empecé a escribir.