Cleoh era solo un nombre perdido en una línea secundaria de una novela que creyó haber olvidado. Un personaje sin voz, adoptado por una familia noble como sustituto de una hija muerta.
Pero cuando despierta en el cuerpo de ese mismo Cleoh, dentro del mundo ficticio que alguna vez leyó, comprende que ya no es un lector… sino una pieza más en una historia que no le pertenece.
Sin embargo, todo cambia el día que conoce a Yoneil Vester: el distante y elegante tercer candidato al trono imperial, que renunció a la sucesión por razones que nadie comprende.
Yoneil no busca poder.
Cleoh no busca protagonismo.
Pero en medio de intrigas cortesanas, memorias borrosas y secretos escritos en tinta invisible, ambos se encontrarán el uno en el otro.
¿Y si el destino no estaba escrito en las páginas del libro… sino en los espacios en blanco?
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CAPÍTULO 1
El frío cortante de la mañana invernal lo hizo acurrucarse aún más entre las sábanas. Aún somnoliento, intentó volver a dormir, pero algo captó su atención. Con los ojos pesados, fijó la vista en el ventanal frente a él.
"¿Está nevando?"
De pronto, sus párpados se abrieron por completo, y con un sobresalto, se incorporó de un salto hacia la ventana
—¿Por qué está nevando si estamos en pleno agosto?
Con las manos pegadas al gélido cristal, el joven de unos 17- 18 años observaba estupefacto el paisaje que se desplegaba ante él. Un jardín extenso, cubierto por una espesa capa de nieve, y más allá, un bosque cuyos árboles se erguían majestuosos bajo el peso del invierno.
El frío de la mañana se filtraba por cada rincón de la casa, mientras el joven permanecía boquiabierto ante la inesperada nevada. No podía despegar la vista del paisaje blanco y brillante, como sacado de un cuento. Los copos de nieve caían lentamente, danzando en el aire antes de posarse suavemente sobre el suelo, añadiendo una capa más a la ya gruesa manta de nieve.
Su fascinación se tornó en inquietud cuando un pensamiento inquietante atravesó su mente.
"¿Dónde estoy?"
Miró a su alrededor, y el pánico comenzó a apoderarse de él. Esta no era su habitación. Desesperado, intentó recordar cómo había llegado allí, pero su mente estaba nublada, llena de confusión y miedo.
Aún en pijama, abrió la ventana y extendió una mano hacia afuera, pensando que tal vez se trataba de un sueño. Pero al sentir el hielo mordiendo su piel, la realidad lo golpeó con fuerza. Alzó la vista al cielo, buscando respuestas, pero el cielo era solo una vasta extensión gris, del cual caía la nieve sin cesar.
Se giró y examinó la habitación desde el balcón. Lo que apareció ante sus ojos no fue la pequeña y ordenada habitación en la cual solía dormir, sino una recámara lujosa, sacada de otra época. En el centro, una enorme cama con dosel, rodeada de pesadas cortinas bordadas en oro. El techo ostentaba un majestuoso candelabro, y los muebles, de madera finamente labrada, exhibían tapicería de terciopelo. Las paredes estaban adornadas con molduras doradas y detalles intrincados, mientras que una alfombra blanca con motivos florales en oro cubría el suelo.
La iluminación suave y la abundancia de detalles dorados creaban una atmósfera opulenta y majestuosa.
hipnotizado por la magestuosidad de la habitación, se dirigió hacia dentro a paso lento repasando con la mirada cada uno de los hermosos detalles, hasta que su vista se posó en un gran espejo de cuerpo completo situado en una esquina al final de la habitación.
En el espejo se refleja una figura alta y esbelta, vestida con un camisón blanco. Su piel era pálida, su cabello largo, liso y negro como la noche, y sus ojos... Unos ojos de un azul tan claro como el agua cristalina. Su aspecto era tan andrógino que le resultaba difícil determinar si se trataba de un hombre o una mujer.
Un escalofrío recorrió su espalda. Dio un paso atrás, y el reflejo lo imitó. Levantó una mano y vio, con horror, cómo el desconocido en el espejo hacía lo mismo.
El aire se tornó denso. Su respiración se aceleró. Se lanzó hacia el espejo y cayó de rodillas frente a él, recorriendo con los dedos la piel de su propio rostro, como si al tocarla pudiera comprobar que seguía siendo él mismo. Pero... ¿lo era?
Aquel reflejo lo miraba con la misma incredulidad. Se llevó las manos al cabello, sintiendo la suavidad de los mechones oscuros deslizándose entre sus dedos. Sus ojos, aunque familiares, se sentían ajenos. Como si pertenecieran a otra persona.
Se apartó del espejo bruscamente, tambaleándose hacia atrás hasta que su espalda e topó contra la fría pared. Su mente bullía con preguntas sin respuestas.
Un crujido rompió el silencio.. Giró la cabeza de golpe. La gran puerta de madera, que hasta ese momento había permanecido cerrada, ahora estaba entreabierta. Más allá del umbral, un largo pasillo tenuemente iluminado se extendía ante él. Candelabros dorados proyectaban sombras temblorosas en las paredes, y antiguos retratos parecían observarlo con inquietante intensidad.
Tragó saliva. Algo dentro de él le decía que debía quedarse en la habitación. Pero su curiosidad, mezclada con el miedo, lo empujó hacia adelante.
Con pasos cautelosos, cruzó la puerta.
El pasillo se extendía en un silencio sepulcral, impregnado de un leve aroma a cera derretida. Sus pies descalzos sentían la frialdad del suelo de mármol, un contacto helado que lo anclaba a la realidad
Al llegar a una intersección, una gran escalera de mármol adornada con una majestuosa alfombra roja apareció ante él. Abajo, un amplio salón se extendía hasta una enorme puerta que parecía ser la salida.
La urgencia se apoderó de él y sin pensarlo dos veces, se precipitó hacia la puerta sin importarle quién pudiera oirle. Con todas sus fuerzas, tiró de la manija, desesperado por abrirla. El aire gélido lo golpeó de lleno cuando la puerta se abrió de par en par. Pero no se detuvo. Salió corriendo, sin abrigo, sin zapatos, ignorando el frío que calaba hasta los huesos.
Depronto detrás de él, una voz femenina irrumpió en la quietud de la mañana.
—¡Joven Cleoh! ¡Joven Cleoh, por favor, deténgase!
Se giró apenas un instante. Una joven vestida con un uniforme de doncella corría tras él, sosteniendo una manta entre sus manos.
"¿Cleoh?" pensó, con el corazón latiendo desbocado.
Pero no se detuvo. Aquellas palabras solo avivaron su desesperación. No sabía quién era ese tal Cleoh ni por qué lo llamaban así, pero tampoco tenía intención de averiguarlo.
Corrió sin descanso, con el viento helado cortándole el rostro, sintiendo cómo sus pulmones ardían con cada bocanada de aire. El camino hacia la salida parecía interminable; había avanzado mucho, pero aún le quedaba un largo trecho. Finalmente, su cuerpo cedió. Sus piernas se volvieron pesadas, su visión se tornó borrosa y, sin fuerzas para dar un paso más, cayó de bruces sobre la nieve, perdiendo la consciencia en el acto.