Una mujer de mediana edad que de repente se da cuenta que lo ha perdido todo, momentos de tristeza que se mezclan con alegrias del pasado.
Un futuro incierto, un nuevo comienzo y la vida que hará de las suyas en el camino.
NovelToon tiene autorización de @ngel@zul para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Disimulando el dolor
Me limpié el rostro como pude. Respiré hondo intentando ordenar mis emociones, no podía salir de allí corriendo como una adolescente. Aunque ganas no me faltaban. De pronto escuché pasos que se acercaban por el pasillo. Me giré, instintivamente queriendo disimular el temblor de mis manos.
—¡Pero mirá a quién tenemos por aquí! —exclamó una voz familiar, cálida y despreocupada.
Era John, el socio de Charles. Un hombre de poco más de sesenta años, quien se acercó a mí con una sonrisa enorme, claramente sorprendido de verme allí, pero feliz.
—¡Qué alegría verte! ¿Cómo estuvo el viaje? —preguntó con genuino entusiasmo— Charles me dijo que se iban a desconectar unos días. ¡Y justo en el aniversario! Felicidades.
Intenté devolverle la sonrisa, pero solo logré una mueca tensa. Asentí apenas con la cabeza. El nudo en mi garganta amenazaba con romperse otra vez. No tuve tiempo de pensar en una respuesta, porque en ese momento, la puerta de la oficina se abrió bruscamente desde adentro.
Charles apareció con el rostro pálido, los ojos muy abiertos. Estaba claro que había escuchado a su socio hablar en voz alta y supo al instante que yo estaba ahí. Que había llegado sin avisar.
Se dio cuenta de qué había escuchado algo.
Su mirada se deslizó rápidamente por la escena, como si necesitara comprobar todo: que yo estaba parada frente a su oficina, que su socio nos observaba intrigado y... que la mujer del interior no hubiera salido.
La tensión se le notó en los hombros, en la forma en que su mandíbula se apretó, en la mirada fugaz que lanzó hacia la puerta aún entreabierta a su espalda.
Entonces dio un paso hacia mí.
—Cariño... ¿Qué hacés aquí? —me preguntó, no respondí.
Me moví a un lado, instintivamente. No fue un movimiento brusco, ni una escena dramática, pero bastó. Ese gesto fue más qué suficiente para que supiera que no hacía falta preguntarme nada. Que no necesitaba explicaciones vacías. Ya no podía esconderse tras sus encantos, ni detrás de su tono amoroso de siempre.
No necesitábamos hablar, al menos no en ese momento.
Lo supe en el instante en que nuestros ojos se encontraron. Supe que él lo sabía. Que se dio cuenta que la ilusión se había roto.
Detrás de él, la puerta de la oficina seguía abierta, como una sombra muda que lo condenaba en silencio.
—Disculpame, John. —le dije al hombre a mi lado en voz baja, apenas en un susurro —Me olvidé de algo. Ya me iba.
A Charles no lo miré otra vez. Di media vuelta, sintiendo la mirada de ambos hombres clavada en mi espalda, y caminé hacia el ascensor, sin prisa pero sin detenerme.
Y aunque el corazón me dolía, cada paso era firme.
Porque a veces, el silencio lo dice todo.
Salí del edificio conteniendo las lágrimas, me subí al primer taxi que se detuvo y regresé a casa. Los chicos seguían en el colegio y agradecí por eso, ya que apenas entré a mi habitación mi coraza se rompió, las lágrimas comenzaron a fluir sin control, y me desmoroné sobre la cama preguntándome qué pasaría ahora, como iba a seguir todo esto.
La tarde fue larga. El reloj avanzaba con una lentitud insoportable, como si supiera lo que me esperaba. Cuando escuché el sonido del auto estacionando frente a la casa, ya sabía que era CCharles, y estaba segura de qué venía con intención de hablar.
Entró con su sonrisa bien ensayada, esa que tan bien conocía, esa que usaba cuando quería minimizar las cosas. Saludó a los chicos con cariño, abrazó a Alex y a Luana con ese aire cálido de padre perfecto. Y por un instante, pareció que todo estaba en su lugar.
Yo estaba en la cocina, acomodando unas cosas que ni siquiera necesitaban ser acomodadas. Alma me miró en silencio, como si supiera que algo no andaba bien, pero prefirió no decir nada. Tal vez lo intuyó por cómo apretaba los labios mientras doblaba las servilletas o por la forma en que evitaba mirar directamente a Charles.
—Hola, amor —dijo él, entrando detrás de los chicos. Se acercó a mí e intentó besarme la mejilla, pero me moví con naturalidad, esquivándolo como si simplemente estuviera ocupada. Nadie notó nada. O al menos, eso quise creer.
—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó, como si necesitáramos hablar del clima.
—Tranquilo —respondí sin mirarlo, abriendo una alacena solo para tener algo entre las manos— Los chicos ayudaron mucho, y Alma cocinó su famoso pastel de carne. Los malcriaste tanto que ahora nadie quiere otra cosa.—le dije a mi hermana, que disfrutaba de su último día en casa.
Luana se rió desde la mesa y Charles aprovechó para sumarse a la charla, hablando con Alex sobre algo que vieron en la televisión. Todo parecía normal. Todo parecía perfecto.
Pero no lo era.
No para mí.
Cada gesto suyo me quemaba la piel. Cada palabra falsa que salía de su boca era un recordatorio de lo que había escuchado. Lo vi intentar encontrar mis ojos varias veces durante la cena. Lo vi acercarse disimuladamente mientras los chicos hablaban. Pero yo mantenía mi papel. Sonreía, asentía, me reía en los momentos justos.
Era actriz en mi propia casa.
Cuando los chicos subieron a sus cuartos, y Alma se retiró con una excusa amable, supe que el momento llegaría.
Charles me siguió a la cocina.
—Tenemos que hablar —dijo en voz baja.
Yo recogí una taza, la lavé despacio, con movimientos precisos. Todo para no mirarlo.
—No ahora —dije sin levantar la voz— Los chicos cumplen años en unos días. No pienso permitir que nada les arruine eso.
El silencio que siguió fue denso, pesado. Sentí su mirada en mi espalda, buscándome, rogando quizás, o simplemente intentando entender cuánto sabía.
—No es lo que piensas —dijo por fin, con esa voz que usaba cuando quería parecer sincero. Pero ahora me parecía hueca. Lejana.
Me giré apenas, mirándolo por primera vez desde que volvió.
—No me expliques nada. No lo necesito. Sé muy bien lo que escuché.
Y salí de la cocina con la taza aún húmeda en la mano, sabiendo que a partir de este día ya nada sería igual.
Seguiré leyendo
Gracias @Angel @azul