Este relato cuenta la vida de una joven marcada desde su infancia por la trágica muerte de su madre, Ana Bolena, ejecutada cuando Isabel apenas era una niña. Aunque sus recuerdos de ella son pocos y borrosos, el vacío y el dolor persisten, dejando una cicatriz profunda en su corazón. Creciendo bajo la sombra de un padre, el temido Enrique VIII, Isabel fue testigo de su furia, sus desvaríos emocionales y su obsesiva búsqueda de un heredero varón que asegurara la continuidad de su reino. Enrique amaba a su hijo Eduardo, el futuro rey de Inglaterra, mientras que las hijas, Isabel y María, parecían ocupar un lugar secundario en su corazón.Isabel recuerda a su padre más como un rey distante y frío que como un hombre amoroso, siempre preocupado por el destino de Inglaterra y los futuros gobernantes. Sin embargo, fue precisamente en ese entorno incierto y hostil donde Isabel aprendió las duras lecciones del poder, la política y la supervivencia. A través de traiciones, intrigas y adversidades
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Prólogo
**Prólogo**
La historia de Isabel, reina de Inglaterra, es una historia de supervivencia, ambición y poder. Es la historia de una niña nacida bajo el estigma del escándalo, hija de Ana Bolena, la mujer por la que su padre, Enrique VIII, desafió a la Iglesia, sacudió los cimientos de su reino y cambió para siempre la fe de su nación. Pero ese amor que una vez incendió el mundo, pronto se desvaneció en el resentimiento, llevando a la ejecución de su madre cuando Isabel apenas tenía tres años.
De esos primeros años, los recuerdos de Isabel son pocos, pero penetrantes. No eran las risas o los juegos los que habitaban su memoria, sino los ecos de un dolor innegable, el vacío de la ausencia de su madre y las miradas furtivas de aquellos que la consideraban la hija de una traidora. Aún en su juventud, Isabel supo lo que significaba vivir con la marca de un pasado manchado, una huérfana emocional a merced de la furia de un padre cuya inconstancia afectiva la marcó profundamente.
Enrique VIII, un hombre conocido por su temperamento impredecible, apenas tuvo tiempo o cariño para sus hijas. Su pasión estaba volcada en la idea de engendrar un hijo varón que heredara el trono de Inglaterra, un hijo que sería la respuesta a sus ansias de inmortalidad en el poder. Así fue como Isabel, junto a su hermana mayor, María, fue relegada, siempre al margen del cariño de su padre. A pesar de estar destinada a una vida privilegiada, Isabel comprendió desde temprana edad lo que significaba ser una hija desechada, una pieza en el tablero de los juegos políticos.
Pero incluso en su soledad, Isabel observaba. Veía cómo su padre cambiaba de humor con la misma facilidad con la que cambiaba de esposas. Enrique, un hombre tan propenso al amor como a la violencia, nunca dejó de perseguir el ideal del hijo perfecto, aquel que continuaría su legado. Y aunque Isabel rara vez fue objeto de su ternura, aprendió a leer su mundo: un reino gobernado por la incertidumbre, las ambiciones de hombres poderosos y las frágiles voluntades de aquellos que deseaban ganarse el favor real.
Sin embargo, en la corte de intrigas y conspiraciones, Isabel descubrió su propia fuerza. Aunque a menudo sentía la ausencia de la figura paterna, su verdadero aprendizaje vino de su capacidad para navegar la política desde las sombras, observando con astucia las maniobras de los que la rodeaban. El destino le había reservado un papel que pocos esperaban para ella, pero en su interior, Isabel ya sabía que estaba destinada a algo más grande que ser solo la hija de un rey.
Cuando su medio hermano Eduardo ascendió al trono siendo apenas un niño, Isabel, aún joven, presenció las luchas internas por el poder que consumían a Inglaterra. Luego, su hermana María, llamada "la Sanguinaria" por su brutal persecución de los protestantes, subió al poder. La relación entre ambas hermanas, siempre tensa, pasó por una transformación amarga. María veía en Isabel una amenaza, no solo por su posición en la línea de sucesión, sino porque Isabel representaba la Reforma Protestante que María tanto detestaba.
Bajo el reinado de María, Isabel vivió en la incertidumbre, en la sombra del miedo. En más de una ocasión, su vida pendía de un hilo, pero logró sobrevivir. Fue aquí donde su temple se endureció, donde aprendió a disimular sus pensamientos y a convertirse en una maestra de la diplomacia, usando el silencio y la prudencia como armas más letales que la espada.
Cuando María finalmente murió, Isabel ascendió al trono, no como la hija desechada de Enrique, sino como la soberana que Inglaterra necesitaba. Había sobrevivido a la furia de su padre, al desprecio de su medio hermano y a la crueldad de su hermana. Su coronación marcó el inicio de una nueva era, la Era Isabelina, donde su reinado no solo se destacó por su longevidad, sino por su inteligencia, su astucia y su capacidad para unificar un reino dividido.
A partir de ese momento, Isabel ya no sería vista como la hija de una reina ejecutada ni como la hermana relegada. Isabel se convirtió en la Reina Virgen, en la mujer que gobernó con firmeza y determinación, guiada por una visión clara de lo que Inglaterra debía ser. Enfrentó desafíos inimaginables: conspiraciones internas, guerras externas y las tensiones religiosas que habían desgarrado a su nación. Pero con cada desafío, Isabel se levantó más fuerte, convertida en una leyenda en vida.
Este es el relato de Isabel no solo como la figura histórica que conocemos, sino como la mujer que enfrentó y superó sus propias luchas. Es la historia de cómo el destino, la ambición y la supervivencia la forjaron para ser no solo una reina, sino una de las soberanas más grandes de todos los tiempos. Y aunque el mundo la recordará por su poder, dentro de ella siempre vivió la niña que nunca dejó de buscar el amor perdido de su madre y el reconocimiento de un padre que nunca supo darle el afecto que ella merecía.
Este libro es su historia, contada desde el corazón de una reina que nunca dejó que la vida la doblegara.
Isabel jamás imaginó que su corazón, tan cauteloso y resguardado, pudiera traicionarla de aquella manera. Mucho menos por él, Felipe II de España, el hombre que había sido esposo de su hermana María, el rey extranjero que tantos intentos hizo por someterla. Desde el principio, su relación fue turbulenta, marcada por el odio y la desconfianza. Felipe, devoto católico, la veía como una amenaza a su fe, una hereje protestante que debía ser derrotada. Isabel, por su parte, lo consideraba un símbolo de opresión, un hombre que deseaba controlarla como lo había intentado con María.Y sin embargo, algo cambió. Fue en medio de negociaciones diplomáticas y enfrentamientos políticos donde Isabel, siempre firme y astuta, comenzó a ver en Felipe algo más que un enemigo. Tras las palabras afiladas y los gestos calculados, encontró en él a un hombre tan marcado por la soledad del poder como ella. Las miradas prolongadas y los intercambios velados de palabras crearon un vínculo que ninguno de los dos quiso admitir en un principio.El odio que los había definido durante años se transformó, lentamente, en una atracción innegable. Isabel se debatía entre sus deberes como reina y los sentimientos inesperados que surgían por el esposo de su difunta hermana. Sabía que su amor nunca sería aceptado por los suyos, pero no pudo evitar caer en ese abismo peligroso. Al final, la reina que siempre había sido dueña de su destino se encontró cautiva del único hombre que jamás debió amar.