La vida de Kitten siempre estuvo llena de dolor y humillaciones, condenada a vivir como una esclava en la casa del alfa. Ella era presa de las burlas de los cuatrillizos, hijos del alfa. Su único consuelo era que pronto tendría a su loba y con ello quizás encontraría a su mate.
Pero el destino se ensaña con ella cuando descubre que no solo tiene un mate, tiene cuatro y son aquellos que han hecho de su vida un infierno. Ante esto, Kitten teme aceptarlos por todo el dolor que le han hecho pasar, mientras que ellos buscan redimirse y ganarse su afecto, aunque sus personalidades arrogantes hacen difícil esta tarea.
¿Podrán los cuatro conseguir el perdón de Kitten y borrar todo el sufrimiento por el que la hicieron pasar?
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1. Cumpleaños no Feliz
El invierno había envuelto a la manada en un manto de nieve y frío, y aunque para muchos era una temporada de celebración y calidez, para mí solo significaba otra marca en el calendario de soledad.
Las festividades llenaban el aire con risas y cantos, mientras yo observaba desde las sombras, sintiéndome fuera de lugar en un hogar que nunca había sido mío.
El diez de diciembre sería mi cumpleaños, pero nadie lo recordaba ni le importaba. Ese día también era el cumpleaños de los cuatrillizos Drake, los herederos del Alfa Caspian, destinados a convertirse en los próximos líderes de la manada Winter Moon. La riqueza, la belleza y el poder parecían ser parte de su ADN, al igual que el desprecio que sentían por mí. Todos menos uno. Ian, el menor de los cuatro, tenía momentos de amabilidad que me permitían soñar, aunque fuera por un instante, que no todos en este lugar estaban en mi contra.
Mis recuerdos me llevaban constantemente a aquel día en que mis padres me dejaron en la casa del Alfa Caspian y Luna Ivy. Solo tenía siete años, y el miedo se había arraigado en mi corazón desde el momento en que crucé la puerta de esa inmensa mansión. "Estarás segura aquí, ellos te cuidaran" me habían dicho. Pero la realidad fue muy diferente. Sin una explicación ni promesas de regreso, me convertí en una carga, que debía pagar la deuda de mis padres, ¿cómo pudieron dejarme para saldar su deuda?.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en años, cada uno más pesado que el anterior. Mi vida en la casa del Alfa se limitaba a cumplir con una lista interminable de tareas que parecían crecer con cada día que pasaba. Mientras los cuatrillizos disfrutaban de su niñez rodeados de lujo y atenciones, yo luchaba por encontrar un momento de paz en medio de las responsabilidades que me habían impuesto.
La casa del Alfa Caspian era majestuosa, una fortaleza de piedra y cristal que se alzaba imponente entre los pinos cubiertos de nieve. En verano, los jardines florecían con vida, pero en invierno, el paisaje se volvía un reflejo de mi propia existencia: frío, desolado y sin esperanza. La mayoría de mis días los pasaba en la sala común, una vasta habitación con una chimenea que apenas lograba calentar el aire gélido que me rodeaba.
Mañana cumpliría dieciocho años y finalmente recibiría a mi lobo. Este pensamiento era lo único que me daba un atisbo de esperanza. Pronto, ya no estaría sola. Tendría a alguien a quien aferrarme, alguien que podría entender mi dolor y mis miedos. Pero, por otro lado, la idea de encontrar a mi compañero me aterrorizaba.
¿Qué pasaría si él también me despreciaba, como lo hacía casi toda la manada? ¿Y si mi destino era estar sola, incluso después de obtener a mi lobo?.
Recordé mis cumpleaños pasados, marcados por la crueldad de los cuatrillizos. El primero de ellos, a mis ocho años, había sido una cruel lección en la naturaleza de aquellos que me rodeaban. Axel, Sam, e Ian habían irrumpido en mi pequeña fiesta imaginaria, destrozando cualquier esperanza de felicidad que pudiera haber albergado. Sus burlas y risas resonaban en mi mente, un eco que nunca se desvanecía.
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Era el día antes de mi octavo cumpleaños, un día como hoy y la emoción burbujeaba dentro de mí como el refresco que había planeado servir en mi fiesta. Imaginaba la decoración de globos, la tarta de chocolate que siempre había querido y a mis amigos riendo y disfrutando. La idea de un día lleno de risas y sorpresas llenaba mi corazón de alegría, mientras me peinaba frente al espejo, soñando con cómo sería todo.
Sin embargo, la realidad era diferente. Cuando los cuatrillizos aparecieron en la escena, la atmósfera mágica que había construido en mi mente se desvaneció al instante. Axel, Sam e Ian irrumpieron en la habitación como un torbellino. Sus risas resonaban en el aire, pero no eran risas de alegría; eran burlonas, llenas de una crueldad que no podía comprender del todo.
— Mira quién se cree la reina del cumpleaños — exclamó Axel, con una sonrisa torcida que me heló la sangre.
Su mirada estaba cargada de burla mientras miraba alrededor.
— ¿Realmente crees que a alguien le importa tu cumpleaños? — Sam se unió, con una burla en su tono que me golpeó como un puñetazo en el estómago. Me retorcí en mi interior al escuchar sus palabras; su risa resonaba como un eco de mis peores temores.
Intenté mantener la cabeza en alto, apretando los puños a mis lados.
— ¡Sí! ¡A mis amigos les importa! —grité, pero mi voz apenas tenía fuerza.
Axel se acercó y me miró directamente a los ojos, su expresión era dura.
— ¿Amigos? ¿Crees que alguien querría estar contigo, Kitten? Ni siquiera tú eres tu propia amiga.
Cada palabra caló hondo, desgarrando el velo de mis sueños y revelando la cruda realidad que me rodeaba. Ian, que había estado en silencio, dio un paso hacia adelante, mirándome con una mezcla de pena y desafío. Pero incluso su presencia, una vez reconfortante, se sintió como una traición, al ser parte de ese momento hiriente.
— Tal vez podríamos venir a tu fiesta — dijo, intentando romper la tensión, pero su esfuerzo fue en vano.
Lo que él decía no podía sanar las palabras de los otros. En lugar de eso, se sentía como si abriera la puerta a más dolor, al dejar claro que incluso si asistían, sería solo para reírse de mí.
Axel y Sam no se detuvieron allí. Empezaron a contar historias que nunca habían sucedido, inventando burlas sobre mis amigos imaginarios, riendo de cosas que nunca debieron ser motivo de risa. Su cruel espectáculo continuó, cada broma era un golpe directo a mi corazón, cada risa un eco que resonaba en mi mente.
Cuando finalmente se marcharon, dejándome sola entre lágrimas y el eco de sus crueles palabras, supe que ese día, al menos en este momento, en el rincón más oscuro de mi corazón, ya no existía la idea de un cumpleaños feliz.
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Mi octavo cumpleaños había sido robado por la crueldad de aquellos que siempre habían debido protegerme.
Cada año, intentaba ignorarlos, intentaba mantener viva la ilusión de un día especial, pero siempre terminaba igual. Las palabras hirientes y las risas crueles destruían cualquier felicidad que pudiera haber sentido. Mis cumpleaños se convirtieron en un recordatorio de mi posición en la manada: sola, indeseada, y siempre a la sombra de los futuros Alfas.
Miré por la ventana, observando cómo los copos de nieve caían lentamente, cubriendo todo a su paso. La vida dentro de la casa continuaba como siempre, con los preparativos para la gran celebración de los cuatrillizos en marcha. Yo solo era una sombra en el fondo, ocupada en cumplir mis deberes.
Fui al pequeño baño de la sala común y me duché rápidamente, deseando poder desvanecerme con el vapor que llenaba la habitación. El reflejo en el espejo me mostró un rostro cansado, con sombras bajo los ojos y una expresión de resignación que no lograba sacudirme.
Había crecido, pero la carga de mis años pasados aún pesaba sobre mis hombros.
Con el cabello recogido en un moño apretado, me dirigí a la cocina para comenzar a preparar el desayuno para todos. Aunque la casa era enorme, con habitaciones lujosas y un sinfín de comodidades, a mí me habían asignado un pequeño cuarto apenas amueblado. Era un reflejo de mi lugar en la manada, un recordatorio constante de que no pertenecía allí.
Ese día, al igual que todos los demás, trabajaría sin descanso, atendiendo las necesidades de aquellos que me despreciaban. Pero una pequeña chispa de esperanza ardía en mi interior: pronto, todo esto terminaría. Y cuando lo hiciera, dejaría atrás la casa del Alfa, la manada Winter Moon, y a los cuatrillizos que habían convertido mi vida en un infierno. Mi libertad estaba a solo seis meses de distancia, y aunque el camino era incierto, sabía que no miraría atrás.