Alex Borisov es un Don de la mafia rusa. Tenía un acuerdo de matrimonio cerrado con la italiana Caterina Colombo, cuando él alcanzaba la mayoría de edad y ella era apenas una adolescente. Una de las cláusulas de ese acuerdo era esperar a que Caterina cumpliera dieciocho años, y que ella solo supiera que tenía un prometido el día de la boda.
Los años pasaron, y Alex fue víctima de una trampa, obligándolo a casarse con la joven, con quien tuvo una hija. Fueron meses viviendo amargados, recordando que no deseaba ese matrimonio. Él, que siempre había sido serio, se cerró a todo, como una piedra inaccesible. Hasta que, misteriosamente, su esposa es asesinada.
Cuando queda viudo, decide ir en busca de su verdadera prometida en Italia. Caterina llega a la vida de Alex con toda su intensidad y persuasión, dispuesta a sacudir su mundo y, con su insistencia, promete romper la piedra que él puso en lugar de su corazón.
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Capítulo 21
Alex
Caterina se quedó observando cómo Selena recibía los latigazos. No desvió la mirada en ningún momento, incluso cuando la mujer frente a nosotros gemía y gritaba de dolor, mientras su sangre salpicaba las paredes de piedra.
A pesar de haber crecido en la mafia, no todas las mujeres aguantan ver ese tipo de cosas. Caterina es fuerte, me ha mostrado lados de su personalidad que me agradan.
Aunque sea cuando me saca de quicio.
Ella es el tipo de mujer que sabe doblegar a alguien en un abrir y cerrar de ojos, es lista y astuta.
Elegí a la mujer correcta para tener a mi lado.
Cuando todo termina, Selena se queda en el rincón del sótano encogida. Quería sentir pena, pues la consideraba mi hermana, aun sabiendo que ella tenía una pasión no correspondida por mí. Sin embargo, no sentí nada.
Le prometí a Caterina que repararía mi error por no creer en ella y cumplí con mi palabra. Nadie irrespetaría a mi esposa sin consecuencias.
Subimos las escaleras para volver a la mansión. Caterina subió despacio, parecía no estar bien. No sé por qué fue a beber tanto de esa manera.
—Voy a pedirle a una empleada que te lleve un remedio a la habitación, quédate allí y descansa hasta que la resaca mejore.
Hablé así que salimos al pasillo, ella estaba pálida.
—No, Alex. Conseguí convencerte de pasar un tiempo con Alice, estoy bien, consigo aguantar una resaca tonta.
Me acerqué y coloqué la mano en su rostro, al inicio con la intención de acariciar, pero un instinto de alerta se encendió en mí automáticamente cuando vi su temperatura. Caterina estaba ardiendo en fiebre.
—¡Maldición! Beber demasiado no da fiebre... —comenté sintiéndome alerta, preocupado, colocando la mano en su frente para asegurarme.
—Estoy bien, creo que fue solo por la lluvia de ayer.
—¿Te quedaste en esa lluvia? ¿Qué tenías en la cabeza, además de beber demasiado, aún hiciste eso, querías morir? —hablé irritado y ella quitó mi mano lentamente de su frente.
—No sé qué me dio después de que no creíste en mí y me dejaste sola. Pero estoy bien, no quiero perder la oportunidad de verte con tu hija. —dijo y estornudó tres veces, su voz ya estaba un poco débil.
¡Mierda! Todo esto era culpa mía. Sentí mi conciencia pesar. Tomé a Caterina en mis brazos, ella gritó sorprendida y fui caminando para adentro.
—Alex, bájame, estoy bien, es en serio. —ella intentaba protestar pero no le hice caso.
Entré con ella en casa, Odete estaba con mi hija en la sala y nos miró sonriendo. No era común que ella se quedara aquí abajo con Alice, yo no lo permitía, pero ahora parece que mi palabra ya no valía más.
—Odete, te daré el día libre otro día, hoy mi esposa no está bien, necesita descansar un poco.
—Sí, señor. Que se mejore señora.
—Alex, ¡suéltame, sé caminar! —Caterina intentó una vez más, yo simplemente subí las escaleras y fui para nuestro cuarto.
La coloqué en la cama con cuidado, ella me miró, no conseguía identificar bien lo que significaba su mirada, pero era diferente. Parecía analizarme.
—Voy a llamar a un médico para que te examine. —dije.
—Estoy bien. —su voz salió más baja, no era como una protesta igual antes.
—No estás nada bien, no seas terca. —ella me miró, parecía intentar leer mi mente.
—¿Por qué estás con toda esta preocupación?
—Eres mi esposa, es mi deber cuidarte y protegerte.
—¿Fue mi padre quien te mandó a cuidarme de esa manera? —preguntó y esta vez me dieron ganas de reír.
—¿Mandó? Soy un Don, no hago lo que mandan, hago lo que quiero hacer.
Ella me encaró por un instante, después sacudió la cabeza, como si hubiera descartado algo que acababa de pensar. Esta mujer a veces era como un rompecabezas, que yo intentaba montar las piezas todo el tiempo.
—Alice... íbamos a quedarnos con ella.
—Preocúpate por tu salud, podemos hacer eso otro día. —su mirada se iluminó y ella sonrió.
—¿Prometes? —ella hizo un puchero y se acercó, quedé alucinado con el olor de ella tan próximo al mío.
Maldita manipuladora, si yo no arreglaba un modo de no ceder a sus voluntades, ella iba a tenerme siempre en las manos, como un perrito en la correa.
—Prometo. —hablé y ella me besó de sorpresa y se alejó.
—Entonces está bien.
La hice acostarse en la cama, encendí el aire acondicionado y cubrí sus piernas.
—Descansa un poco, voy a llamar al médico para que venga en la tarde, hasta allá puedes dormir.
Ella apenas asintió con la cabeza, su mirada caída y su boca pálida, prueba que no estaba bien. Me levanté para salir, pero ella sujetó mi mano antes de que consiguiera alejarme.
—Alex...
—¿Sí?
—Gracias.
No sabía exactamente por qué me agradecía. Pero no conseguí decir nada, asentí y salí del cuarto. Caterina se demostraba fuerte, pero a veces dejaba un lado vulnerable aparecer que me desmontaba entero.
Estaba difícil negar cuánto ella estaba moviéndome. Pero no estaba preparado para eso y ni quería.
Yo no puedo amarla, no consigo. Puedo cuidarla como mi esposa, sin dejar que ese sentimiento llegue a mi corazón.