Morir a los 23 años no estaba en sus planes.
Renacer… mucho menos.
Traicionada por el hombre que decía amarla y por la amiga que juró protegerla, Lin Yuwei perdió todo lo que era suyo.
Pero cuando abrió los ojos otra vez, descubrió que el destino le había dado una segunda oportunidad.
Esta vez no será ingenua.
Esta vez no caerá en sus trampas.
Y esta vez, usará todo el poder del único hombre que siempre estuvo a su lado: su tío adoptivo.
Frío. Peligroso. Celoso hasta la locura.
El único que la amó en silencio… y que ahora está dispuesto a convertirse en el arma de su venganza.
Entre secretos, engaños y un deseo prohibido que late más fuerte que el odio, Yuwei aprenderá que la venganza puede ser dulce…
Y que el amor oscuro de un hombre obsesivo puede ser lo único que la salve.
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Capitulo 14: Mia aunque me destruya
El amanecer en Shanghái llegó envuelto en neblina y ruido. A esa hora, los canales de noticias financieras ya explotaban con un mismo titular que corría por todos los portales, redes y foros empresariales:
“Filtración masiva de documentos confidenciales de la Corporación Zhao.”
Nadie sabía de dónde había salido la información, pero los archivos hablaban por sí solos: proyectos militares, contratos con organismos de defensa, correspondencias internas y reportes estratégicos de alto nivel. Material que, en manos equivocadas, podía destruir reputaciones, anular acuerdos internacionales y desatar auditorías gubernamentales. La prensa olfateó sangre.
Y el apellido Zhao empezó a llenar titulares en todo el país.
Mientras los medios hacían su festín, en un salón privado del hotel Huarong, Yifan observaba en silencio las cifras que subían en su tablet.
Los gráficos mostraban el desplome de las acciones de Zhao Corp en tiempo real.
—Ya empezó —dijo con una sonrisa apenas visible.
A su lado, la madrastra de Lian giró la copa de vino entre los dedos, con la calma de quien observa el incendio que ella misma encendió.
—Dijiste que los documentos eran reales.
—Lo son. —Yifan alzó la vista con esa falsa inocencia que usaba cuando mentía—. No son recientes, pero eso no importa. La prensa solo ve titulares.
Ella lo estudió con interés.
—¿Cómo los obtuviste?
Yifan esbozó una sonrisa lenta.
—Me confiaron hace unas semanas. Fueron… un gesto de confianza que su dueño no calculó.
La mujer arqueó una ceja.
—¿La sobrina?
Él no respondió. El silencio bastó.
La madrastra soltó una risa baja.
—Qué irónico. Zhao Lian, tan cuidadoso con sus secretos… y cae por la única persona a la que intenta proteger.
El comentario quedó suspendido como veneno en el aire. Yifan volvió a mirar las gráficas, satisfecho.
—Todo está canalizado a través de agencias externas. Parecerá un error interno. Nadie podrá rastrear el origen.
—Perfecto —murmuró ella, dejando la copa—. No hay mejor manera de destruir a un hombre que hacerlo parecer incompetente.
Se levantó con elegancia, acomodándose el abrigo sobre los hombros.
—Recuerda: Nadie puede enterarse de esto ni siquiera tú amante.
Salió del salón sin mirar atrás.
Yifan se quedó frente al ventanal, con la ciudad difuminada por la neblina.
Los titulares seguían actualizándose en su pantalla:
“El Ministerio de Comercio exige auditoría inmediata a la Corporación Zhao.”
“Los Gobiernos extranjeros suspenden temporalmente convenios de seguridad.”
El plan estaba en marcha.
El imperio de Zhao Lian comenzaba a tambalear.
Yifan dejó la copa vacía sobre la mesa.
—Veamos cómo te defiendes esta vez, Lin yuwei. —su voz fue un susurro satisfecho—. Esto no lo puedes controlar.
(POV: Yuwei)
El invernadero estaba tranquilo, lleno del olor a tierra húmeda y hojas nuevas. Me gustaba estar ahí, lejos del ruido de la casa y de todo lo que últimamente se sentía asfixiante. El aire era fresco, tibio por el sol que se filtraba entre los vidrios del techo. Por unos minutos logré olvidar los pendientes, las miradas de los empleados, el silencio de mi tío, esa tensión invisible que desde hacía días parecía flotar entre nosotros.
Estaba acomodando unas plantas cuando escuché pasos apresurados detrás de mí. El sonido de los zapatos sobre el suelo de madera rompió la calma del lugar.
—¡Yuwei! —la voz de Minghao me hizo girar.
Venía agitado, con el abrigo medio abierto y el celular en la mano. Tenía la cara tan seria que supe que no traía buenas noticias.
—¿Qué pasa? —pregunté, limpiándome las manos en el delantal.
—Tienes que ver esto —dijo simplemente, tendiéndome el teléfono.
Tomé el dispositivo sin entender, y apenas leí el titular, sentí cómo algo dentro de mí se contraía.
“Filtración de documentos clasificados golpea a la Corporación Zhao.”
Leí la nota una, dos veces, como si mis ojos se negaran a aceptar lo que estaban viendo. En la pantalla aparecían fragmentos de informes, gráficos, sellos oficiales. Y entre las líneas resaltadas, un nombre que me heló la sangre: Proyecto F-19.
Esa palabra… me resultaba familiar, demasiado. Sentí una presión en el pecho y, sin quererlo, la mente me llevó a un recuerdo que había permanecido dormido hasta ese instante.
En mi primera vida, unas semanas antes de mi muerte, Yifan me pidió un favor. Yo estaba tan enamorada, tan ciega, que ni siquiera dudé de sus intenciones. Recuerdo haber llegado a su departamento esa noche, llevaba puesta una chaqueta ligera y el corazón me latía rápido porque él me había dicho que quería verme, que necesitaba hablar conmigo. Cuando llegué, estaba esperándome con dos tazas de té y esa sonrisa suya, tranquila, encantadora, que siempre lograba desarmarme.
—Solo necesito un pequeño favor, cariño —me dijo mientras tomaba mi mano entre las suyas—. Es algo del trabajo de tu tío, un documento sin importancia.
Yo lo miré confundida, dudando un poco, pero Yifan se inclinó, me acarició el rostro y bajó la voz, casi en un susurro.
—Confía en mí, pequeña, nadie lo sabrá. Es solo un archivo.
Y confié.
Esa misma noche fui a la oficina de mi tío, abrí el cajón donde guardaba los dispositivos de seguridad y tomé un USB con el logotipo de la empresa. Se lo llevé sin pensar, creyendo que era un gesto inocente, una muestra de confianza. Le di ese USB a Yifan sin siquiera mirar qué contenía.
Ahora, al ver las noticias y leer esas palabras —Proyecto F-19— entendí la magnitud de lo que había hecho. Ese era el archivo. Ese maldito archivo. Mi estómago se revolvió, las manos me temblaban.
En mi primera vida lo entregué sin saber lo que hacía, y ahora, en esta, las consecuencias estaban cayendo sobre todos. Era como si el destino me estuviera empujando a revivir el mismo desastre, solo que esta vez, sabiendo la verdad.
—¿Yuwei? —la voz de Minghao me sacó del trance—. ¿Estás bien?
Le devolví el teléfono sin responder. No podía. Mi garganta estaba cerrada, el corazón golpeaba con fuerza.
—Tengo que irme —logré decir, apenas con voz.
—¿A dónde?
—A la empresa —respondí, mientras me quitaba los guantes con manos temblorosas—. Tengo que hablar con mi tío, ahora.
—No creo que sea buena idea, Yuwei, la prensa está afuera, y—
—No me importa —lo interrumpí, caminando hacia la salida.
El aire de la mañana me golpeó el rostro cuando abrí la puerta del invernadero. Caminé rápido, casi corriendo. No sabía qué iba a decir, ni cómo iba a explicarlo, pero algo dentro de mí gritaba que debía hacerlo. No podía quedarme de brazos cruzados viendo cómo el pasado volvía para destruirnos.
El sol comenzaba a ocultarse entre las nubes grises, y por un instante, sentí que el cielo reflejaba exactamente cómo me sentía: cargado, a punto de romperse.
En mi primera vida, fui ingenua. Entregué algo que no entendía, confié en quien no debía, y terminé pagando con mi muerte.
En esta, no iba a quedarme quieta.
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(POV: Lian)
Rui entró sin tocar, y por la expresión en su rostro supe que las noticias ya habían explotado. Cerró la puerta detrás de sí y caminó directo hacia mi escritorio. Sin decir una palabra, dejó su tableta frente a mí.
—Ya lo viste, ¿no? —dijo con voz tensa.
Asentí, sin apartar la mirada de la pantalla. Los titulares hablaban por sí solos. Todos los medios financieros del país estaban destrozando a la Corporación Zhao.
Rui me observó unos segundos en silencio, como esperando una reacción.
—¿No vas a decir nada? —preguntó al fin—. ¿No estás preocupado? ¿Acaso no ves la magnitud del problema?
Levanté la vista hacia él. Mi rostro estaba relajado, demasiado para el caos que se estaba desatando afuera.
—Esos documentos —dije con calma— son falsos.
Rui frunció el ceño.
—¿Qué?
—Lo que filtraron no es real. —Apoyé un codo sobre el escritorio y entrelacé los dedos—. Hace años mandé duplicar cada proyecto de seguridad que manejamos y guardé versiones falsas para pruebas externas. Las auténticas están fuera del país, en una red que ni siquiera mis socios conocen.
Lo vi parpadear, incrédulo.
—Entonces… ¿hiciste todo eso sabiendo que podía pasar?
—Exacto. —Sonreí apenas, una sonrisa que no tenía nada de humor—. No soy un imbécil, Rui. No dejaría algo de ese nivel al alcance de cualquiera.
Rui soltó el aire con fuerza, aliviado, pero su alivio duró poco, porque notó algo en mi expresión.
Yo también lo sentía: esa tensión, ese calor subiendo desde el pecho hasta la garganta, como si algo me quemara por dentro.
—Pero igual estás furioso —dijo, con cautela.
—No —respondí, mintiendo.
En realidad, lo estaba. Más de lo que podía admitir.
Sabía perfectamente quién había tocado ese USB.
Sabía que nadie, absolutamente nadie, tenía acceso a mi habitación, ni a mi oficina privada, excepto ella.
Yuwei.
Las palabras que me dijo hace unos días seguían clavadas en la cabeza: “Confía en mí, tío. No voy a volver a engañarte. No voy a huir. No voy a mentirte nunca más.”
La escuché con la voz temblando, con esa mirada que parecía sincera, como si por fin hubiera entendido.
Y fui tan idiota que le creí.
Ahora mírame.
Mírame sentado aquí, viendo cómo el mundo intenta derrumbar mi empresa mientras ella, la misma que juró no volver a hacerlo, se convierte en el origen del caos.
Una risa seca me escapó, apenas un movimiento de labios, sin sonido. No era rabia… no exactamente. Era ironía. Era el eco de una lección que ya debería haber aprendido hace mucho tiempo: nunca confíes en quien te promete fidelidad temblando.
Ella dijo que no me mentiría, y lo hizo.
Dijo que no volvería a huir, y me dio la espalda en cuanto tuvo la oportunidad.
Y lo más jodido de todo es que, incluso sabiendo que me mintió, mi cuerpo todavía la recuerda. Todavía la quiere cerca. Todavía me arde el deseo de tenerla frente a mí, temblando otra vez, rogando que la crea.
Apoyé el codo sobre el escritorio, y una sonrisa se me dibujó sin querer, lenta, torcida, peligrosa.
Esa sonrisa que Rui detesta porque sabe lo que significa.
No es enojo.
Es el momento justo antes de romper algo.
Qué irónico.
Me pidió que confiara en ella, y volvió a traicionarme.
Lo más gracioso es que, a pesar de todo, sigo queriendo verla.
Sigo queriendo escucharla decir una vez más que no va a huir, solo para mirar cómo se le rompe la voz cuando se dé cuenta de que, esta vez, no pienso dejarla escapar.