Él necesitaba con urgencia una solución inmediata a su problema, ella estaba en el lugar y momento justos.
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Momentos inesperados 1
Mía, una joven de veintidós años, de cabello oscuro y ojos claros, la joven proviene de una familia que, aunque no es rica, goza de un buen pasar. Siendo estudiante universitaria, conoció a Xavier en la facultad, un joven de posición social elevada y un estatus económico sólido. A pesar de las objeciones de la madre de Xavier, Mía y él se enamoraron y decidieron continuar con su relación, desafiando así las expectativas sociales y familiares.
Los jovenes llevaban tres años de novios, luego de seis meses, él le había propuesto matrimonio, ese día fue uno de los más felices para la Mía, de inmediato la madre de Xavier, acaparó parte de los preparativos lo cual a la muchacha le pareció algo muy bueno, ya que su relación con la madre de su novio no era precisamente de las mejores, pero el anuncio de la boda le había dado a la mujer ganas de que todo saliera bien y aparentemente estaba dispuesta a aceptar la boda. Apenas dos meses después del anuncio, esa felicidad se vio opacada por la devastadora noticia de que su madre estaba enferma y esa enfermedad podía contarle la vida de no ser tratada inmediatamente. La boda y los preparativos de la misma obviamente fueron suspendidos por la joven, quien no estaba dispuesta a celebrar sabiendo que su madre estaba enferma, su padre la apoyó y así la familia comenzó con el tratamiento que su madre requería para mejorar.
Unos meses después, la muchacha notó que desde hacía varios días su padre se encontraba muy nervioso y preocupado. Al principio ella supuso que era porque su madre no mejoraba, sino todo lo contrario, la salud de la mujer seguía empeorando a pesar del tratamiento. Cuando por fin empezó a haber una mejoría en Ana(la madre de la muchacha) el patriarca seguía igual de nervioso y preocupado entonces Mía no pudo dejar pasar la situación.
-Papá, tenemos que hablar- le dijo una de tantas tardes en las que el hombre se hallaba en su despacho trabajando.
-Dime, cariño- dijo él, quitando la vista de los papeles que sostenía en sus manos, para dirigirla solamente a su hija.
-¿Qué es lo que está pasando?- indagó la muchacha
-No entiendo, hija- respondió el hombre, haciéndose el desentendido.
-Eso papá- dijo ella-¿qué es lo que pasa?. Hace días que te veo preocupado y nervioso- explicó la muchacha, y en el preciso momento en el que su padre iba a refutar ella le interrumpió- Y por favor, no me digas que es por la enfermedad de mamá, porque estoy segura de que no es por eso.
El hombre llevó sus manos a su cabello en señal de nerviosismo, suspiró profundamente confirmándole a Mía que ella estaba en lo cierto con sus sospechas.
-Por favor papá- le suplicó ella- dime la verdad, tal vez no pueda darte la solución, pero si puedo alivianar tu carga.
-¡Ay, hija!- le dijo el hombre consternado- Ojalá fuera tan fácil.
La muchacha se acercó más a su padre, puso un banquillo cerca de él, le tomó las manos y lo miró con ternura.
-Te amo, papá y estoy segura de que juntos podemos salir de lo que sea. - le dijo la muchacha y decidió dejar la charla para cuando él estuviera listo, así que sin más se levantó de su lugar, le dió un suave beso en la frente a su padre y salió del despacho.
Ese mismo día, minutos más tarde, Mía estaba recostada en el sofá de la sala, absorta en su libro de poesía favorito, cuando su padre, Antonio, entró en la habitación con una mirada sombría en su rostro. Ella levantó la vista y notó de inmediato la tensión en su expresión.
-Mía, necesito hablar contigo- dijo Antonio con voz grave, sentándose a su lado.
Elevando una ceja preocupada, Mía cerró su libro y se enderezó.
-¿Qué pasa, papá? Tu dirás- le dijo, imaginando que él lo había pensado y venía dispuesto a contarle el motivo de sus preocupaciones.
Antonio exhaló profundamente antes de continuar. -Estuve pensando, y me di cuenta de que no puedo ocultarte lo que pasa- le dijo con angustia y un nudo en la garganta, ella le tomó las manos en señal de apoyo- Me acusan de haber cometido una estafa millonaria en la empresa- confesó, él se desempeñaba como contador en una importante empresa multinacional de importaciones.
Los ojos de Mía se abrieron de par en par en shock. -¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? ¡No puedes haber hecho algo así!¿Quién te acusa de eso?- indagó ella.
Antonio asintió con tristeza.
-Lo siento, Mía- le dijo- ha habido un faltante muy importante de dinero y el único que puede ser responsable de eso, soy yo- afirmó con angustia- Lo peor es que no tengo pruebas de mi inocencia. Me exigen devolver el dinero o enfrentar la cárcel.
Mía se levantó del sofá, sintiendo un nudo en el estómago.
-Papá, esto es una locura. Debes luchar contra estas acusaciones. No puedes permitir que te arruinen la vida de esta manera.
Antonio miró a su hija con gratitud.
-Lo sé, Mía. Pero sin pruebas, es mi palabra contra la de ellos. No sé qué más puedo hacer. Y tampoco tengo el dinero que me piden devolver- comentó él.
-¡Pero, papá! Aunque lo tuvieras, no sería justo que lo devolvieras- dijo ella exaltada, mientras apretaba sus puños con determinación- Voy a ayudarte, papá. Encontraremos una manera de demostrar tu inocencia. No te dejaré enfrentar esto solo.
Una mezcla de alivio y gratitud cruzó el rostro de Antonio mientras abrazaba a su hija con fuerza. -Gracias, cariño. Eres mi roca en estos tiempos difíciles.- confesó y luego le pidió- Por favor, no le digas a tu madre, no quiero preocuparla.
-Quédate tranquilo, papá. No lo haré y juntos hallaremos la manera de demostrar que eres inocente.
Juntos, padre e hija se aferraron a la esperanza de encontrar la verdad y limpiar el nombre de Antonio, dispuestos a enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino.
Mía, estaba al tanto de todo lo que iba ocurriendo en la empresa donde Antonio trabajaba, él le informaba con detalle cada novedad que iba surgiendo, pero pesé a sus esfuerzos no podían conseguir pruebas que demostraran la inocencia del hombre.
Una de tantas tardes, Antonio regresó a la casa, la cual no ostentaba riquezas, pero era acogedora y confortable. El hombre entró directamente a su despacho, Mía se hallaba en el jardín cortando unas flores para llevarle a su madre al hospital, ya que ese mismo día le darían el alta medica, Ana se había recuperado lo suficiente como para poder estar en su propia casa, pero la joven no le había contado a su progenitor porque quería darle la sorpresa, ella sabía que tener a su madre en la casa ayudaría al estado anímico de Antonio, quien luego de confesarle lo que ocurría y tras no poder demostrar su inocencia se había sumido en la angustia y la tristeza.
Al saber que su padre ya estaba en la casa, Mía se dirigió al despacho de este, tocó la puerta y entró. Notó que el hombre estaba más consternado que de costumbre, pero sabía que cuando él viera a Ana en la casa eso cambiaría.
-Hola, papito- le dijo abrazándolo y dándole un beso en la mejilla.
-Hola, amor- le dijo él y pasó sus brazos alrededor del torso de su hija suspirando luego con cierto alivio.
-¿Cómo está todo?- preguntó ella.
-Sigue igual- respondió él sin soltar a la joven.
-Oh, papá- dijo ella consternada- ya verás que pronto se va a solucionar todo.
-Sí, hija- le dijo el hombre ocultando su angustia.
-Bueno, pa. Yo voy a cambiarme y luego voy a visitar a mamá al hospital- le comentó cuando el hombre deshizo su abrazo.
-Está bien, cielo- le dijo él- dale besos a Ana, dile que la amo como el primer día.
A la muchacha le pareció extraña aquella petición, pero supuso que era producto de la angustia que estaba invadiendo a su padre.
-Se lo diré, papá. Te amo- agregó la joven y luego salió del despacho de su padre, se dirigió a su habitación, se dio una ducha, se vistió y mientras lo hacía escuchó una fuerte detonación que provenía del piso inferior de la casa. Con mucha prisa y llena de intriga bajó corriendo las escaleras, al estar en el piso inferior miró hacia todos lados, y su vista se detuvo en la puerta del despacho de Antonio, allí había dos de los empleados de la casa mirando hacia el interior del mismo.
Mía, sintió una fuerte opresión en su pecho, llevó las manos a ese lugar y caminó lentamente, su mente le daba opciones de lo que podía haber ocurrido, mientras que su corazón se estremecía ante aquellas ideas horribles y tristes. Cuando llegó frente a la puerta del despacho, uno de los empleados intentó detenerla, pero ella se abrió paso y entró, al hacerlo, llevó una de sus manos a la boca mientras las lágrimas caían de sus ojos como si fueran una cascada por su rostro, al contemplar la imagen de su padre, aún sentado en la silla, con la cabeza sobre el escritorio, y sangre, mucha sangre brotando de su cabeza.
-¡No, papá!- sollozó la muchacha cayendo de rodillas al darse cuenta de que su progenitor había decidido no seguir luchando.