La puerta chirrió al abrirse, revelando a Serena y a la enfermera Sabrina Santos.
—Arthur, hijo —anunció Serena—, ha llegado tu nueva enfermera. Por favor, sé amable esta vez.
Una sonrisa cínica curvó los labios de Arthur. Sabrina era la duodécima enfermera en cuatro meses, desde el accidente que lo dejó ciego y con movilidad reducida.
Los pasos de las dos mujeres rompieron el silencio de la habitación semioscura. Acostado en la cama, Arthur apretó los puños bajo la sábana. Otra intrusa más. Otro par de ojos recordándole la oscuridad que lo atrapaba.
—Puedes irte, madre —su voz ronca cortó el aire, cargada de impaciencia—. No necesito a nadie aquí.
Serena suspiró, un sonido cansado que se había vuelto frecuente.
—Arthur, querido, necesitas cuidados. Sabrina es muy experta y viene con excelentes recomendaciones. Dale una oportunidad, por favor.
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Capítulo 3
Sabrina es presentada a la ama de llaves Vera, una señora carismática y muy gentil. -- Mucho gusto, Sra. Vera, soy Sabrina Santos, la nueva enfermera del Sr. Maldonado -- dijo la enfermera con una sonrisa discreta en los labios. -- El placer es mío, señorita Sabrina... Ojalá mi niño acepte su ayuda. Él ha despreciado a todas las otras enfermeras que han pasado por aquí.
-- Sabrina va a esforzarse, Vera. Ella va a hacer un gran trabajo, si no lo consigue, contrataremos a otra -- argumentó la madre de Arthur con un tono de voz un poco áspero.
-- Qué bueno, niña. Arthur es arrogante, pero mi niño no es así con todos. Tenga paciencia y sepa darle el espacio que él necesite. Con el tiempo, él va a reconocer su esfuerzo.
-- Arthur quiere más a Vera que a mí que soy su madre, -- reveló Serena Maldonado con una expresión de resentimiento.
-- No es bien así, señora Maldonado. Arthur te ama como madre, pero como él siempre ha convivido conmigo desde que era joven, está más apegado a mí.
En ese momento, Serena lanza una mirada sombría a la ama de llaves que no pasó desapercibida por Sabrina como queriendo reprenderla. -- Disculpa Sra. Maldonado, hablé de más, -- argumentó la ama de llaves bajando la cabeza, avergonzada.
-- Sí, la señora tiene que saber su lugar. Los empleados no necesitan saber lo que ocurre con sus patrones. Yo necesito ir a la empresa ahora. Vera, cuide de todo lo que Sabrina necesitará para instalarse en la habitación de huéspedes. Y señorita, -- Serena mira a Sabrina de arriba abajo, -- sabe que necesita ayudar a mi hijo a tomar un baño, con seguridad él se negará, pero sea insistente. Arthur puede caer.
-- Está bien, señora. Tendré todo el cuidado. No se preocupe.
La madre de Arthur se despide y sale luego en seguida dejando algunas interrogaciones en la cabeza de Sabrina.
-- Vamos a su cuarto, Srta. -- Vera sale caminando de la sala llevando a Sabrina para la habitación de huéspedes. -- Ya está todo arreglado, señorita Santos. Dejé sus maletas cerca de la cama, dentro de poco voy a pedir a una empleada para que venga a arreglarlas en el clóset, -- Sabrina luego vaciló. -- No necesita señora Vera. Yo misma haré eso, no necesita preocuparse... A mí me gusta organizar mis propias ropas.
Vera asintió: -- todo bien, mi querida. Espero que Arthur acepte su ayuda profesional. Pero como dije antes, tenga paciencia con él. Al principio, Arthur con seguridad la tratará mal, pero después que vea su disposición y su esfuerzo para ayudarlo, él va a actuar de forma diferente.
Sabrina sujetó firme en las manos de Vera. -- La señora está muy apegada al Sr. Maldonado. Voy a esforzarme para soportar el mal humor de él.
Vera abraza a Sabrina emocionada.
-- Gracias mi querida por comprender. Siento que esta vez será diferente. Arthur es muy especial para mí.
-- Ahora voy a ver cómo él está, con licencia. -- Sabrina salió en dirección al cuarto de Arthur. Al llegar al cuarto, abrió la puerta lentamente, procurando no hacer ruido. Ella caminó hasta la cama y observó que él estaba durmiendo.
El rostro de Arthur, aun envuelto en la sombra del cuarto, exhibía trazos fuertes y definidos. Los cabellos oscuros estaban desalineados en la almohada, y la respiración era lenta y acompasada. Sabrina observó la línea de su maxilar, la curva de los labios cerrados, imaginando el brillo que sus ojos castaños deberían tener antes de la tragedia. Era innegable la belleza máscula que emanaba de él, aun en su estado de vulnerabilidad.
Sabrina se sentó en el sillón al lado de la cama. Sus pensamientos de cierta forma estaban tumultuados.
Ella se acordó de los comentarios susurrados en el hospital, antes de aceptar el caso. "Un hombre encantador", "un tipo arrogante", "un empresario de éxito que perdió la visión", "un verdadero galán, pero no quiere saber de amar o casarse con alguien". Ahora, la belleza permanecía, pero envuelta en un aura de sufrimiento y aislamiento. Sabrina sintió una punzada de empatía, una comprensión de la frustración y de la rabia que lo consumía. Perder la visión, la independencia, debía ser una prueba terrible para un hombre acostumbrado a tener el control.
Sus dedos trazaron el contorno de la propia mano, imaginando la sensación de no poder más ver los colores, las formas, el mundo a su alrededor. La oscuridad debía ser avasalladora, un peso constante sobre los hombros. Ella admiró la fuerza que él demostraba, aun en su hostilidad, una resistencia terca contra su nueva realidad.
Un leve suspiro escapó de los labios de Arthur, quebrando el silencio del cuarto. Sabrina contuvo la respiración, observándolo atentamente. Sus ojos se movieron levemente bajo los párpados cerrados, como si estuviese soñando. Por un instante, la enfermera se permitió imaginar al hombre por detrás de la máscara de sarcasmo y amargura. ¿Quién era Arthur Maldonado antes del accidente? ¿Un hombre alegre? ¿Apasionado por la vida? ¿Por su trabajo?
La puerta rechinó suavemente, y Vera espió para dentro del cuarto. Al ver a Sabrina sentada allí, observando a Arthur con una expresión serena, la ama de llaves sonrió discretamente e hizo un gesto silencioso de aprobación antes de retirarse, cerrando la puerta con cuidado.
Sabrina volvió su atención para Arthur, sintiendo una mezcla de desafío y determinación. Ella no sería apenas más una enfermera a desistir. Ella se esforzaría para romper la barrera de su dolor, para encontrar una manera de ayudarlo a reconstruir su vida, aun en la oscuridad.
Sabrina se quedó allí por algún tiempo, pero al percibir que Arthur podría demorar en despertar, resolvió volver para su cuarto y guardar sus ropas en el clóset.
Al levantarse, ella tropezó en la pierna del sillón. -- ¿Quién está ahí? -- Preguntó Arthur despertando rápidamente. -- Sabrina tragó en seco sintiéndose intimidada. -- Soy yo Sr. Maldonado, la enfermera Sabrina Santos.
Arthur abrió los ojos, aun sin poder ver podía oír la respiración jadeante de la enfermera al lado de la cama.
-- ¿Qué está haciendo aquí? -- Pregunta nuevamente con tono de desagrado. -- Vine a ver cómo estaba y acabé tropezando en el sillón, me disculpe por estorbar su descanso.
Arthur se quedó en silencio por un momento. -- Salga de mi cuarto, si fuese preciso la llamaré. -- Él habló con arrogancia. -- Sabrina mordió los labios imaginando cómo responderlo.
-- No puedo salir ahora, necesito darle su medicación marcada para las dos horas de la tarde. -- Sabrina luego se acordó del medicamento de Arthur.