Desde que tengo memoria, he sido repudiada por mi padre y por todo el imperio, señalada como "la princesa demonio", "la hija maldita", "la oscuridad entre la luz". Me acusan de intentar asesinar a mi hermana, la hija de la Diosa Mística. Incluso mi ex prometido me odia por querer acabar con su princesa. Estoy sola, y me espera una muerte miserable. En el cielo, mi madre y mi hermano, quienes murieron en un incendio cuando yo tenía 14 años, aguardan. Desearía haber muerto ese día también, pero pronto cumpliré mi sueño. Adiós, hermana. Nunca te odié. No sé por qué creen que intenté quitarte la vida, yo no fui. Cumple tu deber y salva al imperio de la guerra; esos fueron mis deseos antes de morir.
Sin embargo, para mi sorpresa, desperté nuevamente a los 14 años. Mi madre y mi hermano están vivos. No dejaré que mueran de nuevo.
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Prólogo
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Antes de mi nacimiento, una mujer llegó al reino de "Mística". Ella se hacía llamar la Visionaria del Bien y del Mal. Su predicción anunciaba un futuro ni muy lejano ni muy cercano:
“Llegará entre nosotros, aunque no puedo decir en qué año específicamente, una hija de la diosa mística, quien vendrá como luz en este imperio. Deben conocerla y no tentar contra ella. Muchas veces se confundirán, y otros se harán pasar por ella, pero no se dejen engañar y cuiden a esa chica, quien será la emperatriz del imperio ‘Mística’ y será quien los salve de una guerra que se avecina. Solo la verdadera hija de la diosa podrá liberar este imperio de las garras del enemigo”.
La historia de la Visionaria quedó escrita en un pergamino que se guardó durante años en el palacio imperial, muy resguardado en una habitación secreta. Todos los emperadores han estado buscando a la hija de la diosa desde ese momento, y los sacerdotes se han encargado de ver qué tipo de magia posee cada ser viviente para descubrir quién es y protegerla del enemigo.
**250 años después...**
La emperatriz “no amada” del imperio “Mística” dio a luz a una pequeña niña. En otra habitación, mucho más lujosa, se encontraba el amor de la vida del emperador Alejandro Ponce, quien también estaba dando a luz. Qué sorpresa, ¡también nació una niña! Rubia de ojos verdes, parecía la luz del día y pronto se convirtió en la razón de vivir del emperador. Mientras tanto, a su verdadera esposa ni siquiera la fue a ver, y antes de que diera a luz, le deseó la muerte.
La emperatriz estaba muy feliz; con su pequeña niña, ya tenía a un hijo que había nacido un año y medio antes. Luego, una noche de copas, por error, el emperador visitó su recámara y la hizo suya, llamándola Clarisa. Esto le dolió en el alma a la emperatriz, pero no podía hacer nada contra el emperador; nadie podía objetar, y menos ella, que no era amada. Si rompía su ilusión, probablemente le daría un castigo. Así fue como quedó embarazada de su segundo hijo.
La emperatriz Mónica acarició la mejilla de su bebé, una niña de cabellos morados y ojos casi del mismo color. “Serás una hermosura, y te llamaré Lila Ponce, princesa de Mística”.
Mientras tanto, el nombre de la hija de Clarisa lo eligió el emperador, siguiendo una tradición que dice que el padre debe poner el nombre a sus hijos. Pero, claro, nunca lo hizo con los hijos de la emperatriz; solo lo haría con su amada, la mujer que debería ser la emperatriz.
“Mi pequeña flor de oro, tú serás la luz de mi vida y de tu madre. Con honor te pondré el nombre de Priscila Ponce, princesa heredera”.
Clarisa se tapó la boca, sorprendida, y lágrimas rodaron por su mejilla.
“¿Es en serio, mi amor? ¿Ella será la heredera? ¿Qué pasó con tu hijo mayor? ¿No es acaso él quien debe suceder al trono?”
“Mi amor, tú sabes que el niño no tiene futuro. Ni siquiera se parece a mí; lo reconozco como mi hijo solo porque legalmente estoy casado. Pero no confío en él para que suceda al trono, ya que siendo hijo de la incompetente Mónica, no creo que tenga el temple para ser emperador en el futuro. Sabes muy bien que ella también estaba dando a luz, pero ni siquiera la iré a visitar. No necesito ver otro bastardo más; me conformo con ver a mi pequeña lucesita en mis brazos”.
“Eres el mejor hombre del mundo, acabas de conocer a tu hija y ya le diste el título de futura emperatriz”.
“Todo lo hago por ti y ahora por mi pequeña. Ustedes son la única razón de mi vida, las amo tanto. Ya verás que muy pronto serás la Emperatriz, ya que no quiero seguir con esta farsa con Mónica. Ella sabe muy bien que me casé con ella solo para ser emperador, porque fue la que eligió mi padre para que nos casáramos”.
Así fue como el emperador nunca visitó a su otra hija. De hecho, ni siquiera sabía que también era una niña, hasta un día que iba paseando con su amada y su pequeña rubia, y se encontró con la emperatriz y el inútil de su hijo Alexis, quien sostenía en brazos a la pequeña de cabellos morados.
“Qué desagradable escenario, no pensé encontrarte aquí”.
“Lo siento, su majestad. Ya me voy”.
“Un momento, déjame ver a la niña”.
Ella se la mostró, y él hizo una cara de asco.
“Maldita mujer, ni siquiera se parece a mí; se parece más a ti, oscura de cabellos, y tiene una mirada igual a la tuya. Quita a esa niña de mi vista, puede asustar a mi pequeña Priscila”.
“Ya me voy, vamos, Alexis. Aquí no somos bienvenidos”.
El niño pequeño no entendía por qué ese hombre, que se suponía era su padre, no mostraba cariño hacia él, ya que su madre siempre lo señalaba y le decía que ese era su papá. Y él pensaba: “Sí, mi mamá me quiere; ¿por qué papi no?”.
Pronto, el emperador hizo un banquete celebrando a su pequeña hija Priscila. Asistieron muchas personas adineradas, nobles de alto estatus social, con sus niños, con la intención de emparejarlos con las pequeñas que habían nacido, especialmente con la pequeña Priscila, quien era la hija amada. Todos sabían que los otros dos hijos no eran queridos por el emperador, pero aun así tenían el título de príncipes.
El evento transcurrió con normalidad. La emperatriz estaba sentada en su trono, pareciendo solo un adorno, con su pequeña en brazos y su hijo al lado de ella, mientras el emperador andaba de la mano de su concubina y su pequeña.
Pronto se dio el anuncio de que esa niña sería la heredera del trono. Mónica quedó impactada y replicó contra el emperador:
“Eso no lo voy a permitir, ni en tus mejores sueños. El heredero al trono es mi hijo Alexis, ya que es el primogénito. No me importa si tu hija, como se llame, es tu amada pequeña, pero siempre es el primogénito el heredero en todas las casas nobles del reino”.
“No me importa lo que digas; estoy seguro de que ese niño no es mío”.
“Si tan seguro estás, hagamos la prueba. Aquí hay un sacerdote, podemos mandar a buscar lo que se necesite para hacer la dichosa prueba. No voy a permitir que dejes a mis hijos de lado; ellos también son tus hijos y merecen consideración”.
“Di lo que quieras, no me interesa si es mi hijo o no. A la única que amo es a mi pequeña. Yo soy el emperador y la nombro a ella la heredera”.
“Yo soy la emperatriz y me opongo, y mientras yo me oponga, seguirá siendo Alexis el futuro emperador”.
El emperador se mordió la lengua para no seguir replicando, ya que ella tenía razón. Si ella no lo aprobaba, no podía elegir a su hija como heredera, ya que tenía dos hijos de por medio y era la emperatriz. Por más que no la amara, ella tenía autoridad, aunque no más que la de él, así que buscaría la manera de que su hija fuera la heredera.
Mientras Mónica se iba, él la detuvo:
“Espera, no te vayas. Falta ver qué tipo de magia tienen las pequeñas. Luego de eso te puedes ir”.
“Está bien”.
Y comenzó el ritual, que consistía en pinchar con una aguja el dedo de la bebé y que la sangre cayera en una copa de oro. Dependiendo del color que brotase, se sabría qué magia poseía.
Cuando pincharon el dedo de Priscila, esta comenzó a llorar y muy pronto la copa empezó a destellar una luz blanca. Todos quedaron conmocionados; nunca habían visto una magia blanca, ya que había de muchos colores, pero no blanco o negro. Se pensaba que no existía. Todos empezaron a decir que ella era la hija de la diosa mística, ya que la diosa era tan buena que solo una magia blanca podría ser la de su hija, pues nunca se había visto antes.
Pero cuando pincharon el dedo de la pequeña Lila, la copa se rompió y un aura negra, acompañada de sonidos extraños, salió del líquido. Todos se asustaron y dijeron que esa niña estaba maldita, pues la magia negra solo podía tenerla una persona malvada de corazón cruel e insensible, y empezaron a culpar a la emperatriz, diciéndole que era culpable de concebir a una hija maldita, a un demonio.
La emperatriz no sabía qué hacer. Tomó a su niña y se la llevó lejos para no seguir escuchando lo que la gente decía. No podía ser. “Estoy segura de que mi niña no está maldita. Quizás eso no significa que sea del mal solo porque tiene el color negro. Mi hija es buena, lo se mi niña es un ser sin malicia, es pura e inocente.
el debería de pagar ante el mago por todo los pecados de la familia real