"Dos almas gemelas, unidas por el dolor y la lucha. Nuestras vidas, un eco de la misma historia de sufrimiento y desilusión. Pero cuando el destino nos ofrece una segunda oportunidad, debemos elegir: venganza o redención.
En un mundo donde las apariencias engañan y los rostros esconden secretos, la privacidad es un lujo inexistente. Las cámaras nos observan, juzgan y critican cada movimiento. Un solo error puede ser eternizado en la memoria colectiva, definir nuestra existencia.
Ante esta realidad, nos enfrentamos a una disyuntiva: buscar justicia personal y arriesgarnos a perpetuar el ciclo de dolor, o proteger y amar a quien necesita consuelo. La elección no es fácil, pero es nuestra oportunidad para reescribir nuestra historia, para encontrar un final feliz en este mundo de falsas apariencias."
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Entre la vida y la muerte
El mundo a su alrededor se disolvía en un vacío etéreo, un lugar suspendido entre la realidad y la nada. Sora y Moon Jia no estaban vivas, pero tampoco muertas; flotaban en un limbo surrealista, un espacio sin tiempo ni forma concreta. El suelo bajo sus pies era un espejo líquido que reflejaba un cielo inexistente, teñido de colores imposibles, entre azules profundos y dorados que parecían moverse como un oleaje lento y silencioso.
No había sonido alguno, solo una calma inquietante que las envolvía. La niebla ondulaba a su alrededor, cambiando de forma como si tuviera vida propia, creando figuras efímeras que se desvanecían en un suspiro. Era un lugar bello y aterrador a la vez, como si estuvieran atrapadas dentro de un sueño que no les pertenecía.
Ambas se encontraban allí, de pie, a unos metros de distancia, mirándose por primera vez en este extraño umbral. Moon Jia, con su cabello largo cayendo como un velo oscuro, vestía un atuendo de concierto, brillante y llamativo, mientras que Sora, aún con los rastros de la noche trágica, llevaba el vestido arrugado y ensangrentado de su accidente. A pesar de lo surrealista del entorno, se reconocieron de inmediato, como si el destino hubiera planeado este encuentro.
—¿Dónde estamos? —preguntó Sora, su voz resonando como un eco distante en la vastedad vacía. Parecía tan frágil, casi translúcida, como si fuera solo una proyección de sí misma.
—No lo sé... —respondió Jia, con la mirada perdida. Sentía el peso de sus propios pensamientos como un lastre, pero ahora, frente a Sora, todas sus preocupaciones se entrelazaban con las de la mujer que tenía delante. Dos almas rotas, atrapadas entre lo que fue y lo que podría ser.
De repente, la niebla se arremolinó y se abrió ante ellas, revelando una figura que parecía emerger del propio tejido de ese lugar imposible. Un ser con alas blancas de plumas brillantes y ojos que no reflejaban luz alguna, sino una profundidad insondable. No era exactamente humano, pero tampoco completamente divino; su presencia irradiaba una calma y una autoridad incuestionables.
—Bienvenidas —dijo el ser, su voz reverberando como si viniera de todas partes y de ninguna—. Se encuentran en un lugar donde pocas almas tienen el privilegio de estar. Un espacio entre la vida y la muerte, donde las decisiones más difíciles se deben tomar.
Moon Jia y Sora se miraron, desconcertadas y aún más confundidas. El ángel extendió sus alas, envolviendo el espacio a su alrededor con un brillo suave, y continuó hablando.
—Ambas han llegado aquí por caminos diferentes, pero sus destinos ahora están entrelazados. Hay una decisión que debe tomarse, y solo una de ustedes regresará a la vida. Sin embargo, no será en los términos que esperan.
Jia y Sora se estremecieron al oír esas palabras. Una mezcla de miedo y asombro las invadió. Jia dio un paso al frente, su voz temblorosa pero firme. —¿Qué quieres decir? ¿Solo una puede volver?
El ángel asintió con serenidad, sus ojos insondables posándose sobre ellas. —La vida es un don, pero no siempre es justo. Solo una regresará al mundo de los vivos, pero hay una elección que deben hacer: quién regresará, y en qué cuerpo.
Sora y Jia se miraron, un millón de emociones cruzando sus mentes al mismo tiempo. No era solo una cuestión de quién viviría; era sobre qué vida continuar, cuál existencia recuperar o asumir.
—¿Y si ninguna de las dos quiere regresar? —preguntó Sora, su voz cargada de dolor y duda.
El ángel sonrió, una expresión triste y compasiva. —Ese no es el propósito de este encuentro. Ambas tienen asuntos pendientes, razones para regresar, aunque en este momento no las vean con claridad. Esta es su oportunidad para decidir qué destino tomarán, y cómo enfrentarán las consecuencias de sus elecciones.
El silencio volvió a envolverlas, pesado y decisivo. Moon Jia pensó en la vida que había dejado, en su carrera, su fama, y la presión que la había llevado al borde del abismo. Sora, por su parte, recordó el dolor de la traición, la pérdida de lo que creía seguro, y el accidente que la había llevado hasta aquí.
Era una decisión imposible, un dilema que ninguna de las dos estaba preparada para enfrentar. La vida no era un simple intercambio, y el precio de regresar no era algo que pudiera medirse en palabras.
—Elijan con sabiduría —dijo el ángel, dando un paso atrás, dejando que la niebla las envolviera una vez más. —El tiempo en este lugar es corto, y el camino de regreso solo puede ser recorrido por una.
Ambas mujeres se quedaron inmóviles, enfrentando no solo al ángel, sino a sus propios miedos y arrepentimientos. El limbo en el que se encontraban no era solo una barrera entre la vida y la muerte, sino también un espejo de lo que habían sido y lo que podrían ser.
Era el momento de decidir.
Jia y Sora se quedaron en silencio, la niebla envolviéndolas en una burbuja que parecía suspender el tiempo. Ambas miraron al ángel, pero la figura celestial se mantenía en calma, sin presionar, solo observando. Era como si supiera que la verdadera lucha no estaba en la decisión, sino en los corazones de las dos mujeres.
Jia fue la primera en hablar, su voz suave pero cargada de un dolor profundo. —He pasado tanto tiempo deseando escapar, deseando que todo el ruido y la presión se detuvieran. Nunca imaginé que llegar hasta aquí me haría ver lo que he perdido en el camino... —Hizo una pausa, su mirada perdida en el reflejo ondulante del suelo a sus pies—. Pero al mismo tiempo, me doy cuenta de que ya no tengo fuerzas para seguir. Mi vida era todo lo que soñé, y a la vez, se volvió mi peor pesadilla.
Sora escuchaba en silencio, sintiendo el peso de cada palabra de Jia. Ella también tenía su propio dolor, su propia sensación de traición y pérdida, pero el ver a Jia tan frágil y rota le recordó que ambas estaban luchando con sus demonios.
—Yo... —murmuró Sora, dando un paso hacia ella—. Sé lo que es sentirse atrapada, lo que es perderte en algo que parece más grande que tú. Esta noche... todo se rompió para mí también. Perdí a la persona en la que confiaba, y el futuro que había imaginado se desvaneció de la peor manera. —Sora sintió cómo las lágrimas quemaban sus ojos, pero las dejó correr, liberándose un poco del dolor contenido—. Pero aún hay algo que me empuja a seguir... No sé si es esperanza o simplemente miedo de rendirme.
Jia sonrió levemente, una sonrisa triste, llena de resignación. —A ti aún te queda algo por lo que luchar. Yo, en cambio... me siento vacía. He dado todo lo que tenía y aún así me siento incompleta, como si mi tiempo en ese mundo ya hubiera terminado.
Las palabras de Jia flotaron en el aire, dejando un eco suave y melancólico. Sora la miró, queriendo convencerla de lo contrario, pero en el fondo sabía que no había nada que pudiera decir para cambiar la decisión de Jia.
El ángel observó, sus alas extendiéndose ligeramente como si fueran una manta protectora. —Ambas son dignas de regresar, pero solo una puede hacerlo. No hay elección correcta ni equivocada, solo la que decidan tomar.
Jia asintió lentamente, mirando al ángel con una determinación nueva, aunque teñida de tristeza. — tú tienes la oportunidad de encontrar un nuevo camino, de sanar y reconstruir lo que se rompió. Yo ya he vivido lo suficiente en ese mundo; he sentido el amor de los aplausos, pero también la soledad de la fama. Tal vez... tal vez este sea mi descanso.
Sora no podía evitar sentir un nudo en la garganta. Quería decirle a Jia que no se rindiera, que había más para ella, pero también entendía que el dolor de Jia era diferente, más profundo y arraigado. Ambas habían perdido, pero Jia había llegado a un punto en el que el regreso ya no parecía una opción deseable.
—Gracias,... —Sora susurró, con la voz entrecortada por la emoción—. Prometo que no lo desaprovecharé. Intentaré vivir no solo por mí, sino también por lo que tú dejaste atrás.
Jia asintió, y por primera vez en mucho tiempo, sus ojos reflejaron una paz tenue, como si finalmente hubiera encontrado una salida a la oscuridad que la había perseguido. Se volvió hacia el ángel, dejando que la luz suave de sus alas la envolviera.
—Mi tiempo en ese mundo ha acabado, debe regresar —dijo Jia, su voz firme y sin rastro de duda.
El espacio surrealista comenzó a temblar suavemente, como si el limbo reconociera que la decisión había sido tomada. Sora, aún aturdida por lo que acababa de suceder, sintió cómo la figura del ángel se acercaba a ella, envuelta en una luz suave y cálida que contrastaba con la intensidad de sus palabras.
—Sora, tu regreso no será sencillo —dijo el ángel, su voz resonando como un eco suave, pero cargada de una seriedad que helaba el alma—. Hay un precio por todo, y aunque Jia ha decidido cederte su lugar, no volverás de la manera que esperas.
Sora lo miró, confusa y preocupada. Creía que el simple hecho de regresar ya era bastante, pero ahora comprendía que había más. —¿A qué te refieres? ¿Cuál es el precio?
El ángel extendió una mano, y de repente, imágenes comenzaron a formarse a su alrededor. Fragmentos de la vida de Jia: los conciertos, los ensayos interminables, las luces deslumbrantes, y la soledad que se escondía tras la sonrisa perfecta de una estrella. Sora pudo sentir todo, como si cada latido de Jia se imprimiera en su propio ser.
—Regresarás, pero no como tú misma —explicó el ángel—. Perderás tus recuerdos, tu identidad, todo lo que te ha hecho ser quien eres. Solo quedarán fragmentos dispersos, pedazos de una vida que no es la tuya, pero sentirás sus emociones, sus pesares, su dolor... todo lo que Jia dejó atrás.
Sora sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. La idea de olvidar quién era, de no saber por qué sentía un dolor tan profundo, la aterrorizaba más que cualquier otra cosa. —¿Por qué? —preguntó, la desesperación impregnando sus palabras—. ¿Por qué no puedo regresar como yo misma?
El ángel la miró con compasión, aunque su expresión no dejaba lugar a negociaciones. —Porque el sacrificio de Jia no es solo para devolverte la vida, sino también para liberarla del peso que ha cargado. Pero ese peso no desaparece; se transfiere. Sentirás la tristeza, la soledad y la presión que ella sintió, sin comprender su origen. Cada emoción será como una sombra persistente, siempre presente pero inasible.
—¿Y mis recuerdos? —preguntó Sora, con la voz quebrada—. ¿Voy a olvidar todo? ¿A mi familia, a mis amigos... a Minho?
El ángel asintió lentamente, con una tristeza que reflejaba la dureza de la realidad que Sora estaba a punto de enfrentar. —Los recuerdos de tu vida se desvanecerán, como si nunca hubieran existido. Solo quedarán destellos confusos y, en su lugar, algunos recuerdos de Jia, fragmentos que no encajarán del todo. Vivirás con la sensación constante de que algo falta, de que algo está roto, pero nunca sabrás exactamente qué.
Sora sintió como si el suelo bajo sus pies se desmoronara. Iba a regresar, pero como una sombra de sí misma, incompleta y cargada con un dolor que no podría entender. Era una existencia en la que la paz parecía inalcanzable, una vida teñida de la tristeza que Jia le dejaba como legado.
—Pero... ¿habrá esperanza? —susurró Sora, con la voz apagada y el corazón encogido—. ¿Alguna vez podré sentirme completa?
El ángel se mantuvo en silencio por un momento, como si sopesara la pregunta, y finalmente respondió con la honestidad que Sora temía escuchar. —La vida es un enigma que se reconstruye con cada día que pasa. No puedo prometerte alivio ni claridad, pero tendrás la oportunidad de vivir, de encontrar significado en medio del dolor. Y eso, Sora, es lo único que puedo ofrecerte.
Las palabras del ángel resonaron en su mente mientras una luz brillante comenzó a envolver a Sora, marcando el inicio de su regreso al mundo de los vivos. Sintió como sus recuerdos empezaban a desvanecerse, como hilos que se desataban y se perdían en el aire. Olvidó a Minho, a su familia, sus sueños y su dolor, quedándose solo con fragmentos de conciertos, aplausos y una tristeza inexplicable que no sabía de dónde provenía.
Antes de desaparecer por completo, Sora miró al ángel una última vez, con la sensación de que había algo más que debía recordar, algo importante, pero ya no tenía fuerzas para aferrarse a ello. El limbo se desvaneció, y Sora fue arrastrada de vuelta a la vida, llevándose consigo las sombras de una existencia que no era la suya y el peso de un sacrificio que nunca comprendería del todo.