El invitado inesperado

El lujo de la mansión Richi no lograba disimular la tensión que se cernía sobre la fiesta. Mientras los invitados se deleitaban con el banquete, una extraña dinámica se desarrollaba entre los anfitriones y algunos invitados. Una mujer, observadora y reservada, intentaba hablar con Noemí, quien, confundida por la ausencia de Juan, permanecía casi paralizada. La tensión entre Marcela y Elena, un saludo cortés que ocultaba un mar de presunciones y posibles venganzas, eclipsaba incluso el cumpleaños de Carlos. Elena, con su mente aguda y suspicaz, imaginaba una posible venganza de Noemí contra su familia y los Richi, mientras Marcela, consciente de que su vida había cambiado para siempre desde aquella fatídica noche en Catamarca, sentía una extraña mezcla de culpa y satisfacción ante el desenlace de los acontecimientos. La aparente tranquilidad de la fiesta era una máscara que ocultaba una profunda inquietud, una inquietud que se palpaba en el aire, como una amenaza latente.

Marcela, tras un saludo frío y distante por parte de Elena, se abstuvo de iniciar una conversación. Pero Carlos, a pesar de la presencia de su esposa y de la evidente tensión entre las dos mujeres, se sintió cautivado por la belleza y el misterio que emanaba de Marcela. Con una mezcla de admiración y galantería, expresó:

Carlos: Estoy muy feliz de conocer a la madre de mi futura nuera. Entiendo ahora la belleza de su hija y el arrobamiento que mi hijo siente por ella. ¡Muchas gracias por venir! Espero que se sienta cómoda en nuestra casa.

Marcela, con una sonrisa enigmática que ocultaba una profunda tristeza, respondió:

Marcela: El gusto es mío, señor Richi. Me siento honrada con tan noble compañía. Aunque debo confesar que este viaje desde Catamarca ha sido… complicado.

La insinuación de Marcela, la mención de su viaje desde Catamarca, no pasó desapercibida para Elena, quien, con una mirada penetrante, percibió la carga implícita en sus palabras. Elena, con su astucia y su experiencia, comprendía que la aparente calma de la fiesta era una fachada frágil que ocultaba una tormenta a punto de estallar. Sintiendo la amenaza implícita en la conversación, interrumpió con una excusa, tratando de disimular su inquietud:

Elena: Carlos, ¿podemos continuar saludando a los demás invitados? Debemos ser buenos anfitriones.

Carlos, sin otra opción, se unió a su esposa, dejando a Marcela y Noemí en un silencio tenso, un silencio que se sentía como una amenaza en el ambiente opulento de la mansión. En ese momento, una figura se aproximó a Noemí, una figura que parecía surgir de las sombras, una figura que traía consigo el peso de un secreto oscuro.

Desconocida: Necesito que hablemos afuera. Es urgente.

Noemí, confundida, preguntó: ¿En qué puedo ayudarla? ¿Qué necesita? No entiendo…

Desconocida: Por favor, insisto. Es cuestión de vida o muerte.

Noemí: Está bien, en un momento. Pero necesito saber quién es usted.

Noemí, con la mirada buscando a Juan, se dirigió al jardín, junto con Milagros, que no era otra más que la hija de Milton, una joven que irradiaba una mezcla de miedo y determinación. Milagros, sin preámbulos, reveló la verdad, una verdad que sacudiría los cimientos de la vida de Noemí:

Milagros: Sé dónde está tu novio. Mi padre y yo lo encontramos cerca de la tienda de tu madre, herido. Mi padre, con gran esfuerzo, lo llevó a un hospital público en Catamarca para que lo atendieran. Está muy mal, agoniza. Pero mi padre… desapareció después de decir que iba a hablar con tu madre. Entonces, decidí buscarlas a ustedes. Vine a Buenos Aires siguiendo la pista del taxi que las trajo.

Noemí, atónita, respondió: ¡Pero no lo entiendo! Me mandó mensajes. ¿Quién te mandó los mensajes?

Milagros: ¡Fui yo! Quería hablar contigo. Pero necesitaba que supieras la verdad.

Noemí: ¿Entonces, él está bien? ¿Dónde está?

Milagros: Está en la mansión, pudo venir a pesar de sus heridas, Noemí. Necesitas ir a verlo.

Noemí: ¿Y tú? ¿Cómo llegaste aquí?

Milagros: Es una larga historia, pero tu novio me ayudó… o al menos sus pertenencias. Necesitaba saber dónde está mi padre. Y contarte lo de Juan.

Noemí: Tengo que avisarle a mi madre.

Milagros: No, no. Definitivamente no.

Noemí: ¿Pero qué dices? ¿Por qué?

Milagros: La verdad es que tu madre… no se está comportando bien. Hay algo que me preocupa mucho. Algo que sucedió en el viaje… Recuerda el taxi que las trajo…

Noemí: Sí.

Milagros: Pues volvió… pero sin el chófer.

Noemí: ¡Pero qué estás suponiendo!

Milagros: Que por ahora no confío en ella. Necesitaba hablarte porque quiero saber dónde está mi padre y contarte lo de tu novio, pero…

En ese momento, una figura imponente se interpuso entre ellas, una figura que representaba la ley, la justicia, y la amenaza de una investigación exhaustiva:

Azul: Soy Azul Ordóñez, detective de la brigada de investigaciones de la provincia de Catamarca. Ustedes dos, van a tener que hablar conmigo. Ahora mismo.

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