El salón de la mansión Richi brillaba. La vajilla relucía, el piso encerado reflejaba las luces, y los músicos se movían con cautela sobre la superficie pulida. A pesar del esplendor de la celebración y la presencia de importantes figuras políticas, todas las miradas estaban dirigidas a Marcela, la futura suegra de Carlos Richi. Carlos, como un barco a la deriva, se dirigía hacia ella, pero Elena, su esposa, con la astucia de una experimentada capitana, lo interceptó antes de que llegara a la mesa donde se sentaba Marcela.
Elena: ¿Puedes disimular un poco, Carlos? No quiero que parezca que la estamos persiguiendo.
Carlos: Elena, no te preocupes. Solo iba a saludar a todas las mesas.
Noemí, que observaba la escena con una mezcla de nerviosismo y curiosidad, intervino:
Noemí: Se adelantó y saludos. ¡Hola señora Elena y señor Carlos! ¡Muchas gracias por la invitación! Y por invitar a mi madre también.
Carlos: Es un placer, hija. ¿Y dónde está mi hijo, Juan?
Elena, con una mirada inquisitiva, preguntó: ¿Y Juan?
Noemí: Es extraño, me dijo que nos veríamos aquí. No entiendo por qué no ha llegado.
Elena, tratando de tranquilizarla, respondió: Tranquila, seguro que mi hijo llega tarde, como siempre.
Noemí, presentando a su madre, dijo: Ella es mi madre, don Carlos. Marcela.
Marcela, con una sonrisa irónica dirigida a Elena, saludó: Es un gusto conocerlos a ambos, y la verdad, me alegra mucho… reencontrarnos, Elena.
La palabra "reencontrarnos", pronunciada con un dejo de sarcasmo, resonó en el ambiente. Elena respondió con una sonrisa forzada: Marcela, qué sorpresa. El destino nos volvió a unir.
En ese instante, Marcela recordó el malestar que sintió la noche que conoció a Juan: el parecido con su madre, Elena, la mujer que le había causado tanto daño en el pasado, robándole su primer amor con una estratagema cruel. Elena, con su ambición desmedida, había plagiado el trabajo final de Marcela en la preparatoria, obteniendo así la beca que la llevó a Buenos Aires y la oportunidad de conocer a Carlos. A pesar del perdón de Marcela y la posterior relación con el padre de Noemí, la desconfianza siempre había estado presente entre ambas, minando la relación hasta su final, un final lleno de ilusión y profunda infelicidad.
Tras un incómodo silencio, Carlos propuso: Bien, ¿qué te parece si seguimos saludando a nuestros invitados?
Elena, recuperando su compostura, asintió: Sí, por supuesto, con permiso.
Aprovechando el momento, una mujer que había estado observando a Noemí con insistencia se acercó y le pidió un minuto para hablar a solas. A pesar de sus dudas, Noemí accedió, atraída por la promesa de la mujer: "Por favor, sé dónde se encuentra Juan". Ambas salieron al jardín, dejando a Marcela y Elena sumidas en un silencio tenso, un silencio que guardaba el peso de un pasado oscuro y la amenaza de un futuro incierto. El reencuentro, lejos de ser una ocasión festiva, se había convertido en un campo de batalla donde las viejas heridas amenazaban con abrirse de nuevo.
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