Vuelves a abandonarme

Me paré frente a la casa de César, con el corazón golpeando mi pecho como un loco tratando de escapar. Después de cuatro días de evitarlo, estaba decidido a enfrentar la situación, aunque mi ansiedad no estaba de acuerdo.

Respiré profundamente y me acerqué a la puerta con pasos vacilantes. Mi dedo temblaba ligeramente cuando presioné el timbre. Esperé, con el tiempo extendiéndose infinitamente mientras el sonido del timbre resonaba en mis oídos.

Finalmente, la puerta se abrió, y ahí estaba César, con su mirada fría de siempre. Lo saludé con un simple —Hola, César—, tratando de mantener la compostura mientras la incomodidad se apoderaba del aire entre nosotros.

—¿Qué haces aquí?— César preguntó con frialdad, sus ojos fijos en los míos, sin una pizca de emoción.

—Vine a hablar contigo—, respondí, luchando por mantener la calma mientras me sentía como un idiota parado en su puerta.

—¿De qué?— César arqueó una ceja, su expresión impasible como siempre.

—No sé... ¿Cómo estás?— Mi voz sonó débil incluso para mis propios oídos, y me maldije internamente por parecer tan patético.

—Estoy bien—, respondió César, con una frialdad que me hizo estremecer. —¿Y tú?—

—Estoy... bien—, murmuré, desviando la mirada hacia mis pies como si fueran lo más interesante del mundo en ese momento.

Hubo un incómodo silencio mientras nos mirábamos el uno al otro, ninguno de nosotros dispuesto a romper la tensión que se había formado entre nosotros.

César finalmente rompió el silencio frío. —¿Quieres pasar?— preguntó, su voz suave pero aún cargada de tensión.

Asentí y seguí detrás de él hacia el interior de la casa. Nos sentamos en el sofá, tratando de mantener una conversación trivial sobre el clima y otras tonterías, pero el elefante en la habitación estaba allí, respirando en nuestros cuellos.

Después de unos minutos de charla superficial, César finalmente tocó el tema del beso. —¿Qué pasó esa noche, Hal?— preguntó, su tono calmado pero con un deje de incredulidad.

—Estaba... estaba borracho—, balbuceé, sintiéndome patético por recurrir a esa excusa. —No sabía lo que estaba haciendo.—

César frunció el ceño, sus ojos oscuros estudiándome. —Eso no es excusa—, dijo bruscamente. —No puedes simplemente borrar lo que pasó y fingir que todo está bien.—

Me encogí de hombros, sintiéndome incómodo bajo su mirada penetrante. —Lo siento, ¿de acuerdo? Fue un error, lo admito. Pero eso no significa que tengamos que arruinar nuestra relación por ello.—

César suspiró, pasándose una mano por el cabello. —No sé qué pensar, Hal—, admitió. —Esto... esto es complicado.—

—Lo sé—, murmuré, sintiendo un nudo en la garganta. —Pero podemos superarlo, ¿no?—

—No lo sé—, respondió César, su voz llena de dudas. —Necesito tiempo para procesarlo todo.—

César se pasó una mano por el rostro, visiblemente agitado. —Hal, siempre te he visto como a mi propio hijo—, comenzó, su voz temblorosa con la emoción reprimida. —Aunque no compartamos la misma sangre, siempre te he querido y he tratado de apoyarte en todo.—

Me sentí abrumado por sus palabras, pero la tensión en el aire era palpable. —Entonces, ¿por qué no puedes superar lo que pasó?— pregunté, mi tono cargado de frustración.

César suspiró, pareciendo luchar por las palabras. —No es tan fácil, Hal—, respondió, su voz tensa. —Lo que ocurrió entre nosotros... no puedo simplemente ignorarlo y pretender que todo está bien.—

Sentí un nudo en el estómago mientras luchaba por contener mis emociones. —Pero no fue mi intención arruinar las cosas—, protesté, mi voz elevándose involuntariamente.

César se puso de pie, sus ojos brillando con intensidad. —Lo sé, Hal—, dijo con firmeza. —Pero las intenciones no cambian las consecuencias. Tienes que entender eso.—

Me levanté también, enfrentándolo con determinación. —¿Y qué quieres que haga? ¿Cómo puedo arreglar esto?— pregunté, mi voz temblorosa con la tensión acumulada.

César parecía angustiado, sus facciones tensas con la lucha interna. —No lo sé, Hal—, admitió con sinceridad. —No lo sé.—

—Entonces, si las cosas van a ser así, tal vez deberíamos reconsiderar nuestra relación—, solté, mi voz temblorosa pero decidida.

César parecía atónito por mi sugerencia. —¿Qué estás diciendo, Hal?— preguntó, su tono lleno de incredulidad.

—Lo que estoy diciendo es que no puedo seguir así—, respondí, mis emociones a flor de piel. —No puedo seguir sintiéndome como un extraño en dónde se supone que puedo sentirme seguro.—

César frunció el ceño, claramente herido por mis palabras. —No es así como yo lo veo—, dijo con firmeza. —Pero si eso es lo que realmente quieres, entonces no voy a detenerte.—

La tensión en la habitación era palpable mientras nos enfrentábamos el uno al otro. —No se trata de lo que quiero—, repliqué, mi voz cargada de frustración. —Se trata de lo que necesito.—

César se pasó una mano por el cabello, visiblemente agitado. —Entonces, ¿qué necesitas, Hal?— preguntó, su tono lleno de resignación.

—Necesito sentirme amado y respetado—, respondí, las lágrimas amenazando con caer. —Y si no puedo encontrar eso aquí, entonces tendré que buscarlo en otro lugar.—

Las palabras parecieron cortar a través de César como un cuchillo. —No puedes culparme por tus propios problemas—, dijo con amargura. —He hecho todo lo posible por ti.—

—¿Todo lo posible?— repetí con incredulidad. —Entonces, ¿por qué nunca pudiste ver más allá de tu propio dolor para entender el mío?—

Era una batalla que ninguno de los dos quería librar, pero que parecía inevitable en ese momento.

—No puedo hacer esto más, Hal—, dijo César con voz firme, sus ojos llenos de determinación.

Mis manos temblaban mientras luchaba por contener las lágrimas. —Por favor, César, no puedes hacerme esto—, supliqué, mi voz quebrándose.

—Ya he tomado una decisión—, respondió fríamente. —Lo mejor para ambos es que no nos veamos nunca más.—

El dolor me golpeó como un puñetazo en el estómago. —¡No puedes hacer esto!— grité, desesperado. —¡No puedes sacarme de tu vida así como así!—

César me miró con dureza, sus ojos llenos de determinación. —Es lo mejor para los dos—, insistió. —Necesitas aprender a depender de ti mismo en lugar de depender de mí todo el tiempo.—

Mis lágrimas comenzaron a caer libremente mientras luchaba por procesar lo que estaba sucediendo. —Pero te necesito, César—, sollozé. —Eres todo lo que tengo.—

César parecía inquebrantable en su decisión mientras se mantenía firme frente a mí. —No puedes seguir viviendo tu vida así, Hal—, dijo con firmeza. —Es hora de que te enfrentes a tus propios demonios y te hagas cargo de tu propia vida.—

El corazón me latía con fuerza en el pecho mientras me aferraba desesperadamente a la última brizna de esperanza. —Por favor, César, no me dejes—, rogué, mis palabras llenas de desesperación.

César me miró con compasión, pero también con determinación. —Tienes que ser fuerte, Hal—, dijo con voz firme. —No puedes depender de mí para tu felicidad. Tienes que aprender a ser independiente.—

Mis lágrimas seguían fluyendo mientras veía cómo me alejaba de César, llevándose consigo una parte de mí que temía nunca recuperar. Era como si estuviera perdiendo a mi familia, mi hogar, mi todo. Y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.

Pero César ya había tomado su decisión. Con un gesto de la mano, me indicó que saliera de su casa. Me sentí como si me hubieran arrancado el corazón mientras me alejaba, sabiendo que había perdido a la única persona que realmente me importaba.

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°~zuley_ R.D.❤~°

°~zuley_ R.D.❤~°

Ay me duele😢

2024-02-24

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