A todo el mundo le agradas

...𝐍𝐎𝐓𝐀...

...Buajajjaja honestamente tenía planeado desaparecerme pero no puedo dejar nada incompleto. ☹️...

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Mientras caminábamos hacia las oficinas, una voz femenina llamó la atención de César. Volteé para ver a una hermosa mujer acercándose a él con una sonrisa radiante. La tensión en los hombros de César no pasó desapercibida para mí, pero decidí mantener mi expresión neutral, aunque ligeramente confundida.

—¡César! Qué sorpresa verte aquí—, exclamó la mujer con entusiasmo mientras se acercaba.

César forzó una sonrisa y la saludó con cortesía. —Hola, Elena. ¿Qué te trae por aquí?—

Elena se detuvo frente a nosotros y miró curiosa hacia mí. —¿Y quién es este joven apuesto?—

César me miró y luego a Elena. —Este es mi hijastro—, anunció, señalándome. —Se llama Hal. Hal, ella es Elena, una vieja amiga y también trabaja aquí—.

—Un placer conocerte, Hal—, dijo Elena con amabilidad, extendiendo su mano hacia mí.

Acepté el saludo con desinterés, sin querer ser descortés pero sin mostrar mucho entusiasmo. —Igualmente—, respondí brevemente.

Observé cómo el lenguaje corporal de César se volvía más inusual de lo habitual: parecía nervioso pero al mismo tiempo encantado con la presencia de Elena. Mientras ellos dos se sumergían en su conversación, me sentí como un intruso en su mundo privado, un mal tercio en la escena.

—¿Cómo has estado, César? Hace tiempo que no te veía por aquí—, preguntó Elena con una sonrisa, ignorando mi presencia casi por completo.

César se apresuró a responder, su tono ligeramente más animado de lo normal. —He estado bastante ocupado últimamente, pero todo bien. ¿Y tú? ¿Qué te trae por esta zona?—

Elena explicó algunos asuntos personales y laborales, y los dos comenzaron a sumergirse en una conversación más profunda. Mientras los escuchaba, me sentí cada vez más fuera de lugar, como si estuviera mirando desde lejos a través de una ventana empañada.

Mientras observaba a César y Elena interactuar, sentí una punzada de celos ardiendo en mi pecho. César era dulce y atento con ella, dedicándole toda su atención, mientras yo me quedaba en un segundo plano, sintiéndome invisible y excluido.

—Me alegra que hayas pasado por aquí, Elena. Ha sido agradable verte—, dijo César con una sonrisa cálida.

Elena respondió con igual calidez. —Gracias, César. Siempre es un placer encontrarme contigo—.

Sus palabras resonaron en mi mente mientras luchaba por contener mi frustración. Quería que Elena se fuera, que dejara de acaparar la atención de César y me permitiera tener un momento a solas con él. Pero por ahora, solo podía quedarme ahí, en silencio, sintiéndome cada vez más invisible.

Mientras César y Elena charlaban animadamente, me encontraba perdido en mis propios pensamientos, observando a César con atención. ¿Cuánto tiempo había estado así? Ni siquiera lo sabía. Hasta que su voz me sacó de mi ensimismamiento.

—¿Estás bien, Hal?— preguntó César, con una mirada de preocupación en sus ojos.

Sacudí la cabeza, tratando de despejar mi mente de aquellos pensamientos oscuros. —Sí, estoy bien—, respondí rápidamente, forzando una sonrisa. —Solo estaba pensando en algo, ya sabes.—

César asintió, pero su mirada permaneció fija en mí, como si supiera que había algo más detrás de mi respuesta superficial. Traté de mantener la compostura mientras continuábamos nuestra conversación, pero en el fondo, me preguntaba qué diablos estaba pensando.

Me uní a la charla con César, tratando de desviar la atención de Elena y su presencia abrumadora. —¿Entonces, cómo te ha ido últimamente señor profesor?— pregunté, tratando de mantener un tono ligero.

César sonrió, agradecido por el cambio de tema. —Bien, bastante bien—, respondió. —Los estudiantes están trabajando en algunos proyectos interesantes, y estoy emocionado de ver cómo progresan.—

Asentí, fingiendo interés mientras mi mente seguía obsesionada con la presencia de Elena y la extraña tensión que parecía envolver a César cuando estaba cerca.

Elena comenzó a halagar a César por su apariencia, elogiando su estilo y su encanto. César, visiblemente complacido por los cumplidos, respondió con una sonrisa educada pero genuina. —Gracias, Elena. Eres muy amable—, dijo, devolviendo el gesto con un brillo en los ojos que no pasó desapercibido para mí.

Mientras observaba la interacción entre César y Elena, sentí un nudo en el estómago. Era extraño ver a César recibir esos elogios con tanta facilidad, especialmente cuando yo estaba acostumbrado a su habitual frialdad.

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