Decepcionado

Al entrar al coche, Cesar actuó como si estuviera tomando un paseo casual, prendiéndose un cigarrillo con indiferencia. Me miró con ojos fríos y me preguntó con su típica calma helada: —¿Desde cuándo te dedicas a esto?—

Le solté un —¿A ti qué te importa pendejo?—, pero la respuesta brotó segundos después: —Desde que mamá se divorció de ti, para que sepas, Cesar—. La atmósfera en el coche estaba tan tensa como la actitud de Cesar, siempre bajo control.

—¡No me sorprende que hayas terminado así! Siempre fuiste un desastre—, grité mientras la furia se apoderaba de mí.

Cesar, imperturbable, respondió con su habitual frialdad: —Deberías cuidar tu boca, Hal. No cambias ni aunque tu vida dependa de ello—.

Ignorando sus palabras, continué soltando comentarios hirientes: —No necesito tus consejos. Tú no eres mi padre, y nunca lo serás. Deberías haber desaparecido hace mucho—.

Cesar, sin inmutarse, mantuvo su expresión impasible mientras yo lanzaba palabras llenas de rencor. La preocupación brillaba de manera tenue en sus ojos, pero su respuesta seguía siendo tan fría como siempre.

Cesar se acercó a mí, a pesar de mis intentos de actuar como un niño rebelde.

—¿De verdad crees que ganarás algo comportándote así?—, dijo con calma mientras me miraba fijamente.

Le llevé la contraria, respondiendo con una actitud infantil: —Me importa un carajo lo que pienses, Cesar. No te necesito en mi vida—.

Cesar, sin perder la compostura, continuó su intimidación: —Deberías aprender a controlar esa lengua insolente, Hal. No estás en posición de desafiarme—.

Aunque intentaba resistirme, su presencia me amedrentaba. Cesar siempre tenía el control, incluso en los momentos más tensos.

Cesar, con su calma característica, respondió a mis comentarios insolentes con verdades punzantes que me dejaron sin palabras.

—¿Crees que puedes vivir así para siempre, Hal? ¿Dónde te llevará esta actitud rebelde? ¿Aún no has aprendido que no puedes huir de todo?—

A pesar de mi resistencia inicial, las palabras realistas de Cesar empezaron a calar hondo. Sin perder la calma, continuó: —No eres el niño travieso que solías ser. La vida no es un juego, y tus decisiones tienen consecuencias. Si sigues así, solo te autodestruirás—.

Mis intentos de replicar se volvieron ineficaces frente a sus palabras certeras. Finalmente, me quedé callado, permitiendo que sus comentarios realistas penetraran mi fachada rebelde.

La tensión en la habitación alcanzó su punto máximo cuando Cesar, con su característica calma, pronunció palabras que resonaron con amenazas tangibles. —Podría demandar a tu madre por sus negligencias y descuidos—, dijo con voz serena pero firme.

En un arrebato de frustración, no pude contenerme y le espeté: —¡Mi mamá ya no está aquí para que la amenaces con tus malditas demandas! ¡Murió hace dos semanas, y tú ni siquiera estabas presente!—

Un silencio abrumador invadió la habitación, y la incomodidad se instaló como un peso en el aire. Las miradas se cruzaron, y por primera vez, la frialdad de Cesar se vio sacudida por el impacto de la noticia.

En medio de mi arranque de ansiedad, me sentía atrapado en un torbellino de emociones. Cesar, a pesar de su fría exterioridad, intentaba disculparse y calmarme. —Mira, lo siento, no sabía...—, comenzó a decir con una expresión más compasiva de lo que yo hubiera esperado.

Pero no podía calmarme. La ansiedad me envolvía como un manto oscuro, y apenas podía procesar sus palabras. —¿Lo siento? ¿Crees que eso arreglará algo?—, respondí con un rastro de sarcasmo. Mis manos temblaban, y ni siquiera podía mirar a Cesar a los ojos.

La vulnerabilidad y la delicadeza se mezclaban en el aire cargado de la habitación, creando una tensión palpable que ninguno de los dos sabía cómo manejar.

Algo en mi interior rugía con fuerza, liberando años de frustración y dolor acumulados. Cesar, en un intento de ser la figura paterna que nunca fue, se acercaba con cautela. —Vamos, Hal, necesitas calmarte—, dijo con voz calmada, pero yo no estaba dispuesto a permitir que se acercara demasiado.

—¿Calmarme? ¡Vete a la mierda! ¿Crees que podrías ser una figura paterna ahora? ¡Demasiado tarde, Cesar!—, espeté, desafiante. No iba a dejar que sus intentos de compasión me afectaran.

La tensión en la habitación era palpable, una lucha entre mi yo herido y la fría fachada de Cesar. Ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder terreno, y la confrontación continuaba su curso devastador.

Cesar extendió su mano, como un intento de conexión en medio de la tormenta emocional. —Hal, necesitas...—. Antes de que pudiera terminar la frase, retiré bruscamente mi brazo, esquivando cualquier intento de contacto.

—Ni siquiera pienses en tocarme, Cesar—, gruñí, manteniendo una distancia fría entre nosotros. Aunque sus intenciones parecían genuinas, mi desconfianza no permitía que se acercara demasiado.

Tiempo después Cesar finalmente comenzó a echar a andar el coche, 1 hora paso y finalmente bajamos del auto en un silencio incómodo, y Cesar me siguió a la casa. Al entrar, la tensión era palpable. De repente, sin previo aviso, mis nudillos impactaron contra la pared, una descarga de rabia que dejó mis manos manchadas de sangre.

Cesar se acercó con rapidez, una preocupación real en sus ojos. —Hal, maldita sea, ¿qué estás haciendo?—, preguntó con una mezcla de enfado y preocupación.

—¿Te importa un carajo?—, respondí, apartándome de él. Cesar se mantenía firme, intentando entender la tormenta que se desataba dentro de mí. La rabia, la frustración y la confusión se reflejaban en mis ojos. La casa estaba llena de un silencio tenso mientras enfrentábamos el huracán emocional que se desataba en mi interior.

Cesar sostenía firmemente mis brazos, y yo luchaba por liberarme de su agarre. Mi ira fluía, pero él no se dejaba intimidar. —Cálmate, Hal. Estoy aquí, siempre estaré aquí para ti—, susurró con voz suave, como si intentara apaciguar la tormenta que rugía en mi interior.

—No necesito tu maldita compasión—, gruñí, pero Cesar permaneció imperturbable. Sus brazos seguían envueltos alrededor de mí, como un escudo ante la tormenta emocional que me consumía.

Acarició mi espalda con un gesto reconfortante, como si intentara consolarme. Me resistía, pero sus palabras empezaban a filtrarse en mi furia. —Lo sé, Hal. Pero eso no cambiará el hecho de que me importas, aunque no lo quieras admitir—, dijo con una calma que me desconcertaba.

Mis emociones eran un caos, una mezcla de rabia, frustración y dolor. Aunque intenté apartarlo, Cesar no cedía. Seguía ahí, abrazándome como si fuera un niño necesitado de consuelo. Sus palabras resonaban en la sala, y por un momento, la tormenta en mi interior cedió ante la serena perseverancia de Cesar.

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...𝐍𝐎𝐓𝐀...

...La apariencia de Cesar fue la que más me costó hacer en la IA, se me complica hacer a alguien mayor por qué lo interpreta como alguien unos 100 años más joven jajaja, o si no les agrega unos atributos muy notables, pero es lo de menos, e aquí la apariencia del viejito este....

...Cesar Kennedy...

...35 años...

...18 de agosto de 1974...

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Comments

°~zuley_ R.D.❤~°

°~zuley_ R.D.❤~°

Tu solo sabes hacer papuchos o que, por que todavia no supero al loco viejo sabroso de Makart y ahora me vienes con este.🙈🙈

2024-02-06

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