Inocencia interrumpida

Finalmente, llegué a una banca solitaria en uno de los parques de la ciudad. Me acomodé, encendí un cigarrillo, buscando un atisbo de paz en medio de la oscuridad. Pero esa tranquilidad fue efímera.

Alguien tocó mi hombro, y sentí un asco instantáneo al apartarme. Al mirar, me encontré con ese maldito mocoso de la calle. —¿Qué demonios haces aquí a estas horas, solo?— le espeté, pero él, llamado Ray, replicó con arrogancia.

—Puedo cuidarme solo, no necesito tus preocupaciones—, dijo el maldito mocoso, desafiante.

Lo regañé con rudeza, —No te hagas el valiente, eres solo un crío—. Sin embargo, al siguiente instante, le dije, —Pero, sinceramente, a la mierda contigo—, ignorándolo por completo.

Ray intentó robar un cigarrillo, pero lo amedrenté, —Todavía eres un jodido niño. Así que lárgate antes de que las cosas se pongan feas.— La oscura noche nos envolvía, y mi paciencia se agotaba rápidamente.

Lo único que sé de Ray es que tiene malditos 14 años y está en el mismo rumbo que yo. Me quedo allí, fumando en paz, mientras él acomoda sus lindas ropas y mira la Luna, como si el mundo no estuviera lleno de mierda.

—¿Por qué aún no te has largado?— le lanzo, entre la molestia y la curiosidad.

Con una sonrisa misteriosa, Ray responde, —Solo me gusta joderte un poquito, y honestamente, estoy un poco cansado de los clientes.—

Resoplo, mirando asqueado hacia el cielo mientras sigo fumando. El mundo es una mierda, y aquí estoy, compartiendo mi desdicha con un crío que parece disfrutarlo.

Ray se acerca, con esa personalidad misteriosa, infantil y juguetona. —¿Sabes qué, Hal? La vida es una gran broma, y nosotros somos solo juguetes rotos en este escenario.—

—No necesito tus filosofías de mierda, niño—, respondo entre bocanadas de humo.

Él ríe, como si estuviera disfrutando de un chiste que solo él entendiera. —Vaya, eres más amargado de lo que pensaba, Hal. Pero eso está bien, no siempre la vida te la limones.—

El silencio se instala entre Ray y yo, una pausa incómoda que solo se quiebra cuando él suelta una verdad inesperada. —Hoy no tengo dónde quedarme, normalmente me las arreglo con algún hotelucho, pero hoy necesito un descanso—, admite con franqueza.

Río ante su confesión. —Bienvenido al club, Ray. Pero una advertencia, no acepto novatos en el negocio. Tarde o temprano, acabarás como todos nosotros, en la maldita calle.—

Ray sonríe, un brillo travieso en sus ojos. —¿Quién dice que quiero trabajar contigo, Hal? Tal vez solo quería charlar.—

—Bueno, chico, la charla no paga las facturas—, le respondo entre risas, aunque sé que la vida en la calle no es motivo de risa.

Comienza una extraña conversación entre Ray y yo. Él, con su personalidad infantil y misteriosa, comienza a bromear de manera pesada, pero de alguna manera logra arrancarme algunas risas. —Sabes, Hal, parece que el mundo te cagó a ti también, pero al menos te dio un buen sentido del humor.—

Lo miro con incredulidad, pero al final, termino riendo ante sus chistes oscuros.No puedo evitar pensar que, tal vez, este crío tenga algo que ofrecer en este jodido escenario de la vida.

Recuerdo cómo conocí a Ray, un mocoso con esa mirada de inocencia que choca de frente con la realidad de esta mierda de vida. Tuve que enseñarle el ABC de esta existencia en las calles, cómo conseguir lo que necesitas y cómo mantener la cabeza baja. Yo mismo entré en este juego a los 14, pero ver a Ray tan nervioso, su moral aún intentando resistir, me hacía cuestionar mi propia desensibilización.

—¿Recuerdas cuando te enseñé a conseguir un trago gratis en ese bar mugroso?— le pregunto, mientras él asiente con una sonrisa. —Ahora eres un experto en eso, ¿eh? Las cosas cambian rápido en este negocio.—

Ray ríe, su risa infantil chocando con el cinismo de nuestras vidas. —Aprendí de los mejores, Hal. Aunque tengo que admitir que tú eres el más amargado de todos.—

—Ser amargado es una habilidad adquirida, chico. Y si quieres sobrevivir aquí, necesitas aprender a apreciarla—, le respondo, recordando los días en que también luchaba contra mi propia moral.

La conversación deriva hacia el humor oscuro, nuestro idioma común. —¿Has escuchado el chiste del vagabundo y el político?— comienza Ray, su tono juguetón pero con un toque de amargura.

—Seguro es tan malo como nuestra vida, pero adelante, sorpréndeme—, respondo, preparándome para otro destello de humor negro en medio de nuestras sombras compartidas.

Ray se acomoda, con una sonrisa pícara, y comienza su chiste oscuro: —Un vagabundo y un político entran a un bar. El político, lleno de promesas vacías, le dice al vagabundo: 'Te daré un millón de dólares si votas por mí'.—

Me río sarcásticamente y le animo a continuar.

—El vagabundo, astuto, le responde: '¿Me das el millón primero o tengo que votar primero?'—, concluye Ray con un toque de ironía.

Me río ante la astucia del vagabundo y comento, —Bueno, al menos el vagabundo sabe cómo funciona este juego. El político, por otro lado, es solo otro ladrón con traje.—

Ray y yo seguimos riendo en la oscuridad de la noche, compartiendo chistes mientras la ciudad duerme.

Ray, con esa mirada curiosa y juguetona, me suelta la pregunta incómoda. —Si no estuvieras en este trabajo de mierda, ¿qué te gustaría ser?—

Le echo un vistazo, silencioso por un momento, antes de soltar un suspiro. —Los sueños son para los estúpidos, Ray. No hay espacio para eso en nuestro mundo.—

El silencio se instala entre nosotros, una atmósfera pesada que solo se quiebra cuando Ray decide revelar su propia fantasía. —A mí me gustaría ser cirujano, ¿sabes? Salvar vidas, ser alguien importante.—

Lo miro con incredulidad. —¿En serio? ¿Un cirujano?— La ironía de sus palabras contrasta con la realidad de nuestras vidas.

Pero en lugar de profundizar en la tristeza que se cierne, Ray cambia de tema con su habitual habilidad. —Imagínate, Hal, un cirujano con mi manera de ser. Podría decirle al paciente: 'Oye, si no sobrevives, al menos morirás con una buena historia'.—

Aunque el chiste trae una risa fugaz, algo en mí se remueve. Ray evadió la tristeza con su típico humor, pero yo me quedo pensando en ese sueño olvidado que enterré bajo capas de cinismo y desencanto.

Con un rápido vistazo alrededor, veo a un hombre solitario, trajeadito y absorto en su teléfono. —Ray, mira eso—, murmuro señalándolo, mientras trato de deshacerme de la sombra de mis pensamientos reflexivos.

—¿Vas a hacer tu magia, Hal?— pregunta Ray, con una sonrisa traviesa.

Me inclino hacia él y le digo, —Observa con atención, chico.—

Me levanto y, con la confianza de quien conoce este juego, me acerco al hombre apurado. Deslizo una sonrisa seductora y le susurro al oído, —Oye, hermoso, deberías visitar el club nocturno 'Eclipse', esta noche. Te aseguro que será una experiencia inolvidable.—

El hombre, atraído por mi encanto momentáneo, está a punto de caer bajo mi hechizo cuando, en un giro repentino, estoy a punto de besarlo. Mis manos, sin perder tiempo, se deslizan hacia sus bolsillos, tomo su billetera con maestría. Le guiño un ojo y le susurro, —Pero todo tiene un precio, cariño.—

Me retiro con elegancia, dejando al hombre confundido y un poco atónito. Le hago una señal a Ray para que nos larguemos. Juntos, nos alejamos de la escena, sumidos en la oscuridad de la noche, llevándonos con nosotros una pequeña victoria en esta batalla diaria por la supervivencia.

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