Frágil

Mientras la luz del nuevo día comenzaba a filtrarse por las cortinas, una sensación de inquietud se apoderaba lentamente de mí. ¿Era hora de escapar de este infierno? Mis pensamientos se tambalearon entre el miedo y la determinación mientras reflexionaba sobre mi situación.

En medio de mis preocupaciones internas, una figura familiar apareció detrás de mí. Cesar se estaba preparando para salir, ajustando su abrigo con la misma elegancia que siempre lo hacía. Aunque su presencia me llenaba de conflicto, no podía ignorar el progreso que habíamos hecho en nuestra relación tumultuosa.

—¿Cómo estás hoy?— preguntó Cesar, su voz tranquila y llena de preocupación.

Me giré para enfrentarlo, tratando de ocultar la tormenta de emociones que se arremolinaba dentro de mí. —Supongo que estoy bien—, respondí vagamente, luchando por mantener la compostura.

Cesar me miró fijamente por un momento, como si pudiera leer mis pensamientos. —No tienes que ocultar nada—, dijo suavemente. —Siempre estoy aquí para ti, sin importar qué.—

Sus palabras me sacudieron. Aunque la idea de confiar en alguien me aterraba, una parte de mí anhelaba desesperadamente la conexión que Cesar ofrecía. Sin embargo, la sombra de mi pasado seguía acechando, recordándome que la libertad seguía siendo un sueño lejano.

Mantenía mi mirada fija en algún punto indistinto del horizonte. Sus palabras apenas me llegaban mientras continuaba con mi postura rígida y desafiante.

—¿Por qué no vienes conmigo a la universidad hoy?— preguntó Cesar, su tono calmado apenas ocultaba un toque de insistencia.

—No—, respondí con frialdad, mis palabras cortantes como cuchillas. —Esos lugares no son para alguien como yo.—

Cesar suspiró, una expresión de resignación cruzando su rostro. —No te infravalores a ti mismo—, dijo con suavidad. —Tienes más potencial del que crees.—

—No necesito tu compasión—, gruñí, sintiendo la irritación burbujeando bajo mi piel. —No eres nadie para juzgarme.—

La tensión entre nosotros era palpable, cargada con años de resentimiento y frustración. Aunque Cesar intentaba acercarse, yo seguía aferrándome a mi orgullo herido, incapaz de ceder ante su bondad fingida.

Cesar se acercó con delicadeza, su mano extendida hacia mí con una suavidad que casi me recordaba a tiempos pasados. —Recuerdo cuando eras solo un niño—, dijo con nostalgia, su voz resonando en el aire cargado de emociones. —Tan inocente y lleno de vida.—

Su mano tocó mi mejilla con ternura, un gesto que me tomó por sorpresa y me dejó sin aliento. El contacto físico, tan íntimo y cálido, me transportó a un lugar lejano en mi memoria, donde aún podía recordar lo que era sentirme amado y protegido.

Por un instante, me permití sumergirme en esa sensación reconfortante, permitiendo que los muros que había construido alrededor de mi corazón se desmoronaran por un momento. Pero la realidad pronto me golpeó con fuerza, recordándome que no había lugar para la vulnerabilidad en mi vida.

Aparté bruscamente la mano de Cesar de mi rostro, sintiendo un rubor de vergüenza arder en mis mejillas. —Ya no soy un niño—, murmuré, tratando de ocultar la confusión que revoloteaba dentro de mí.

Cesar asintió con tristeza, sus ojos reflejando una comprensión silenciosa. —Lo sé—, dijo suavemente. —Pero a veces, incluso los adultos necesitan un recordatorio de su inocencia perdida.—

Me aparté de él. No podía permitirme mostrar debilidad, no frente a Cesar, no frente a nadie.

—Vaya, Cesar, no sabía que guardabas un lado tan sentimental debajo de esa fachada seria y misteriosa—, dije con sarcasmo, tratando de ocultar el leve temblor en mi voz. —Pensé que eras todo un hombre de negocios, sin espacio para tonterías emocionales.—

Cesar me miró con una expresión imperturbable, como si estuviera acostumbrado a mis burlas. —Las apariencias pueden ser engañosas—, respondió con calma. —Incluso los hombres como yo tienen sus momentos de humanidad.—

Me sentí incómodo ante su respuesta, una mezcla de vergüenza y molestia burbujeando dentro de mí. ¿Por qué tenía que ser tan difícil de leer? ¿Por qué tenía que hacerme sentir cosas que preferiría no sentir?

Con un gesto brusco, me di la vuelta y comencé a alejarme, deseando escapar de la incomodidad que había creado. —Bueno, yo prefiero mantenerme alejado de todo eso—, murmuré, tratando de mantener mi voz firme y segura. Pero en el fondo, algo dentro de mí anhelaba quedarse, incluso si era solo por un momento más.

—Mira, ¿podemos hablar un momento?— preguntó Cesar, su tono de voz suave y calmado, muy diferente a su habitual seriedad.

Me detuve en seco, sorprendido por su solicitud. —¿De qué se trata?— pregunté, tratando de ocultar mi desconcierto.

Cesar se acercó a mí, sus ojos azules buscando los míos. —He notado que siempre me evitas en estos momentos—, comenzó, con una mirada llena de preocupación. —¿Todo está bien? ¿hay algo malo en mi?—

Tragué saliva, sintiéndome incómodo bajo su mirada penetrante. No estaba acostumbrado a que Cesar mostrara interés genuino por mi bienestar. —Sí, todo está bien—, respondí rápidamente, tratando de desviar la conversación.

Pero Cesar no se dejó engañar. —No pareces muy convencido—, observó, con una leve inclinación de cabeza. —Si algo te preocupa, quiero que sepas que puedes confiar en mí.—

Me quedé sin palabras por un momento, sorprendido por su oferta. ¿Desde cuándo se preocupaba tanto por mí? Una oleada de emociones confusas me invadió mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas para responder.

—¡Vamos, Cesar, date prisa! Tienes un trabajo importante que hacer—, le dije, tratando de ocultar mi nerviosismo detrás de una sonrisa forzada.

Cesar levantó una ceja, claramente sorprendido por mi urgencia. —¿Estás tratando de deshacerte de mí tan rápido?—, preguntó, con una sonrisa burlona.

—Así es—, respondí sin rodeos, empujándolo suavemente hacia la puerta. —Necesito un poco de paz y tranquilidad aquí—.

Cesar rió suavemente, pero obedeció y comenzó a despedirse. —Entiendo, no seré un estorbo—, dijo con complicidad mientras se dirigía hacia la salida.

—Gracias—, murmuré, sintiendo un alivio instantáneo cuando finalmente cerró la puerta detrás de él. Era extraño cómo su presencia podía afectarme tanto.

—Maldita sea—, murmuré para mí mismo mientras me dirigía hacia la cocina, tratando de sacudirme la incomodidad que me había dejado la breve interacción con Cesar. Encendí la radio y dejé que la música llenara el espacio, tratando de encontrar algo de calma en medio del caos de mis pensamientos.

Me puse un delantal y comencé a buscar los ingredientes necesarios para hacer galletas. El simple acto de hornear siempre me calmaba, me hacía sentir como si todo estuviera bien, al menos por un momento. Mientras mezclaba la masa, dejé que mi mente vagara, tratando de alejar los recuerdos de Cesar y enfocarme en el dulce aroma que llenaba la cocina.

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