Complicado

—¿Estás seguro de que no harás nada estúpido esta vez?—, le digo a Ray con una sonrisa burlona mientras caminamos hacia la entrada de la fiesta.

Ray me mira con fingida inocencia. —¿Quién, yo? ¡Nunca haría algo así!—, responde, con una chispa traviesa en sus ojos.

Nos miramos el uno al otro y estallamos en risas, la tensión del momento se desvanece un poco. Entramos a la fiesta y observamos a nuestro alrededor, maravillados por la extravagancia del lugar.

—¡Mira esas luces!—, exclama Ray, señalando hacia el techo donde las luces parpadean en una variedad de colores brillantes.

—Es impresionante—, respondo, mirando alrededor con curiosidad. —Nunca he estado en una fiesta como esta antes—.

Ray asiente, disfrutando del ambiente festivo. —Bueno, hoy será una noche para recordar—, dice con una sonrisa, mientras nos adentramos en la multitud de personas bailando y riendo.

Entre risas y conversaciones animadas, Ray y yo nos sumergimos en el ambiente festivo de la penthouse. A medida que la noche avanza, nos dejamos llevar por la música y el alcohol, disfrutando de cada momento con entusiasmo.

—¡Salud!—, brinda Ray levantando su copa, y chocamos nuestros vasos antes de beber.

—¡Salud!—, respondo, riendo mientras siento el cálido cosquilleo del alcohol en mi garganta.

Nos sumergimos en la pista de baile, moviéndonos al ritmo de la música con total despreocupación. Entre canciones, compartimos anécdotas y chistes, riendo hasta que nos duelen los costados.

Con cada trago, la euforia se apodera de nosotros, liberándonos de inhibiciones y preocupaciones. Nos sumergimos en la noche, disfrutando de la compañía del otro y dejando que el tiempo se desvanezca en un torbellino de diversión y alegría.

Bajo los destellos de las luces de neón, la euforia de la fiesta se vuelve aún más intensa. Ray me ofrece un pequeño paquete con cocaína y, tentado por la emoción del momento, acepto sin pensarlo dos veces.

—¿Qué dices, te animas?—, pregunta Ray con una sonrisa traviesa, mostrándome la sustancia en su mano.

—¡Claro, por qué si!—, respondo, contagiado por su entusiasmo y la atmósfera festiva que nos rodea.

Nos apartamos un momento del bullicio de la fiesta y nos administramos la sustancia, dejando que su efecto nos envuelva con rapidez. Pronto, una oleada de sensaciones embriagadoras nos sumerge en un estado de euforia y desinhibición total.

A medida que la noche avanza, nos sumergimos más y más en la experiencia, olvidando todo lo demás mientras nos entregamos por completo al momento presente.

...10 horas después......

Me desperté entre susurros de cuerpos que aún dormían, sintiéndome desorientado y aturdido por la resaca. La luz del sol se filtraba por las cortinas, iluminando la habitación y revelando la escena caótica a mi alrededor. Varias personas desnudas yacían dispersas por la cama, y me di cuenta de que yo tampoco llevaba ropa.

Con un suspiro, me levanté y comencé a buscar mis prendas entre el desorden del suelo. Después de un par de minutos de búsqueda, finalmente encontré mis ropas y comencé a vestirme rápidamente.

Una vez vestido, saqué mi teléfono del bolso y noté varias llamadas perdidas de Cesar. Las ignoré por el momento y decidí llamar a Ray para saber dónde estaba. Después de varias llamadas sin respuesta, finalmente contestó en la tercera.

—¿Dónde estás?—, pregunté, tratando de ocultar mi molestia detrás de un tono calmado.

—¡Ah, hola a ti también! Estoy afuera—, respondió Ray con sarcasmo evidente en su voz.

Contando mentalmente hasta diez para contener mi frustración, salí de la habitación y me dirigí hacia donde Ray estaba esperando afuera.

Tomé unas gafas de sol de la mesita de noche cerca de la cama y me las coloqué, tratando de ocultar mi resaca detrás de ellas. Salí de la casa con una sensación de alivio, aunque mi cabeza seguía palpitando con fuerza por los estragos de la noche anterior.

Ray estaba esperándome afuera, y no pude evitar fruncir el ceño ante su pregunta. —¿Te divirtió?—, preguntó con una sonrisa burlona.

—No me preguntes tonterías—, respondí bruscamente, deseando que simplemente nos largáramos de ese lugar.

Ray asintió, aparentemente divertido por mi mal humor. —Bueno, bueno, tranquilo. ¿Cómo haces para no perder tus cosas? Ese abrigo es bastante caro—, señaló, burlándose de mi abrigo.

Encogi los hombros con indiferencia, aunque en realidad me sentía un poco incómodo al recordar que el abrigo era de Cesar. —Es práctico—, respondí con una sonrisa irónica, colocando mi brazo sobre el hombro de Ray.

Juntos, nos alejamos de la casa y nos adentramos en la mañana, dejando atrás los recuerdos de la noche anterior.

Unas horas después de dejar a Ray en el lugar donde él quería, nos despedimos con un gesto de cabeza y algunas palabras de cortesía. Sabía que era hora de alejarme de él y de todo el caos que parecía seguirlo. Así que, sin más preámbulos, emprendí un largo viaje hacia la casa de Cesar.

El trayecto fue largo y lleno de pensamientos tumultuosos. Me sentía agotado física y emocionalmente, pero sabía que necesitaba enfrentar lo que fuera que me esperara en la casa de Cesar.

Al fin llegué a mi destino. Tomé una profunda bocanada de aire antes de tocar el timbre, sintiendo una mezcla de nerviosismo y determinación. Cuando la puerta se abrió, me encontré con el rostro serio de Cesar, quien me miraba con una expresión impenetrable.

—Bueno, aquí estamos de nuevo—, murmuré, tratando de sonar más seguro de lo que realmente me sentía.

Cesar se apartó para dejarme pasar y entré en la casa sin titubear. —¿Te comiste los pastelitos?—, pregunté, intentando romper el hielo entre nosotros.

Cesar asintió con gesto serio. —Sí, estaban deliciosos. Gracias—, respondió con frialdad, pero su tono de voz denotaba algo más que agradecimiento.

Le informé sobre la visita de Sean, y en ese momento su semblante cambió. Sus ojos azules me miraron con dureza. —¿Qué diablos le dijiste?—, gruñó, su voz resonando con un tono de advertencia.

Me encogí de hombros, tratando de mantener la calma. —Solo le dije la verdad—, respondí con indiferencia, sintiendo una punzada de irritación. —No puedo controlar cómo reacciona—.

Cesar frunció el ceño, claramente disgustado. —¿La verdad? ¿En serio?—, espetó, su tono volviéndose más frío. —No puedo creer que seas tan irresponsable, el es solo un niño, tu tienes 19, el apenas 16, no se cómo es que te permites hablarle de esa manera—.

—¿Permitir? ¡Permitir! ¡No me hagas reír!—, exclamé con furia, mis palabras resonando con amargura en la habitación. —¿Acaso crees que disfruto que tu mocoso de mierda venga aquí a joderme la vida? ¡Ni siquiera debería estar aquí! ¡Pero tú, tú lo permites!—

Cesar me miró con frialdad, su expresión imperturbable. —No tienes idea de lo que estás hablando—, respondió con calma, aunque su tono dejaba entrever su irritación.

—¡Claro que sí sé!—, grité, dejando escapar toda mi frustración acumulada. —¡Estoy harto de tus malditas indirectas y de tu actitud pasiva! ¡Abre los ojos, maldita sea!—

La tensión en la habitación era palpable mientras nos enfrentábamos en una batalla de palabras y emociones reprimidas. Mis manos temblaban de rabia, pero no podía retroceder ahora. Era hora de enfrentar la verdad, aunque doliera.

—¿Te das cuenta de lo que haces, Cesar?—, le espeté con un dejo de desesperación. —Tu hijo me odia, y lo sabes. ¿Por qué permites que me trate así? ¿Por qué no haces nada al respecto?—

Cesar frunció el ceño, pero su mirada seguía siendo gélida. —No es tan sencillo como crees—, respondió con calma, aunque podía notarse un leve rastro de molestia en su voz.

—¡Claro que lo es!— repliqué con amargura. —Solo te importa tu propio mundo, tu propia comodidad. Juzgas mi manera de actuar, pero ¿qué has hecho tú para resolver esta situación?—

Mis palabras resonaron en el aire, llenando la habitación con una tensión palpable. Era evidente que Cesar no tenía una respuesta clara, y eso solo aumentaba mi frustración.

—¡Eres un hijo de puta, Cesar!—, le espeté, dejando escapar toda mi rabia acumulada. —Tu maldita lástima me enferma. No puedo soportar estar aquí, viendo cómo permites que tu hijo me pisotee y tú ni siquiera levantas un dedo para detenerlo.—

Cesar me miró con frialdad, pero su semblante denotaba una mezcla de incomodidad y molestia. —No tienes idea de lo que estás diciendo—, respondió con voz contenida, tratando de mantener la calma.

—No me vengas con tu maldita serenidad—, continué, sin darle tregua. —¡No eres más que un cobarde! ¿Qué clase de hombre eres tú, que no puede siquiera proteger a los suyos?—

Las palabras salían de mí como un torrente desenfrenado, y aunque sabía que estaba hiriendo a Cesar, ya no podía detenerme. La frustración y la impotencia me consumían, y él era el blanco de mi ira.

—No puedes seguir así—, dijo Cesar con voz firme, interrumpiendo mi frenético andar de un lado a otro.

—No me digas qué hacer, Cesar—, le espeté entre sollozos, incapaz de contener el torrente de emociones que me embargaba. —Eres un traidor, ¿lo entiendes? ¡Un maldito traidor!—

Cesar frunció el ceño, visiblemente afectado por mis palabras. —No digas tonterías—, respondió con voz firme, aunque su expresión denotaba dolor.

—¡Quería que me amaras, joder!—, grité, dejando escapar toda la angustia acumulada. —Pero todo lo que haces es ignorarme y dejarme de lado. ¡Eres un maldito cobarde!—

Hubo un momento de silencio tenso, roto solo por el sonido de mis sollozos y las lágrimas que brotaron de mis ojos sin control, mezclando la rabia y el dolor en un torrente de emociones incontenibles. Cesar parecía querer decir algo, pero las palabras se le atascaban en la garganta. Intentó acercarse para consolarme, pero yo lo aparté con brusquedad, incapaz de soportar su cercanía en ese momento de vulnerabilidad.

Camine hacia la puerta dispuesto a huir, pero Cesar se interpuso en la puerta.

—No me detengas—, le dije con voz entrecortada, mis ojos hinchados por las lágrimas.

Cesar me miraba con una mezcla de pesar y determinación. —Lo siento—, murmuró, su voz apenas un susurro cargado de arrepentimiento. —No quería que esto terminara así.—

—¡No me importa lo que querías!—, exclamé, empujándolo con todas mis fuerzas, pero él apenas se movió. —¡Déjame en paz!—

Él sacudió la cabeza lentamente, sus ojos azules llenos de tristeza. —No puedo dejarte ir así—, dijo con voz firme, pero con un dejo de desesperación.

—¡Tienes que hacerlo!—, grité, sintiendo cómo la desesperación me inundaba. —¡Déjame ir, maldita sea!—

Cesar no se movió. En cambio, dio un paso más hacia mí, acortando aún más la distancia entre nosotros. —No puedo—, repitió, su voz quebrándose ligeramente. —Lo siento tanto, cariño.—

—No puedo más—, sollocé entre sollozos, golpeando el pecho de César con mis puños cerrados.

César me envolvió en sus brazos con fuerza, acariciando mi cabello con ternura mientras murmuraba palabras de consuelo. —Lo siento tanto—, susurró, su voz temblorosa. —Perdóname.—

Mis lágrimas no cesaban, y me aferré a él como si fuera mi única salvación en medio de un mar de dolor y desesperación. No dije nada, simplemente dejé que sus palabras penetraran en mi alma destrozada mientras me hundía en su abrazo reconfortante.

Poco a poco, sentí cómo César se dejaba caer al suelo, llevándome consigo. Nos quedamos allí, en un abrazo silencioso, mientras el peso de nuestras emociones aplastaba cualquier otro sonido en la habitación.

......................

...𝐍𝐎𝐓𝐀...

...Hal es tan:...

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°~zuley_ R.D.❤~°

°~zuley_ R.D.❤~°

El pobre no conoce el amor😢

2024-02-12

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